Me observa con una mirada plana, como perdida, un tanto nervioso pensando por qué quieren escribir su experiencia en una revista.
Me recibe en su lugar de trabajo, un pequeño almacén atestado de latas de conserva, detergentes, productos de higiene que ocultan las paredes adosadas a la vieja muralla almohade del Marrubial. Juan trabaja desde hace veinte años como ayudante de cocina del comedor social que Prolibertas tiene en Córdoba, fundado hace ya más de treinta años por los padres trinitarios de esa ciudad.
Una vida en la frontera
La vida de Juan Belloso Bueno (Córdoba, 1964) es una vida en la frontera, una vida de calle, de oportunidades, de dar gracias por todo lo recibido. Hijo de una familia numerosa de nueve hermanos, Juan quedó huerfano muy pequeño por lo que fue enviado a un internado de religiosas en Cerro Muriano (Córdoba). Después de hacer la “mili”, Juan marcha a Gerona a trabajar como jardinero, más tarde como barrendero, y allí permanecerá algunos años junto a un hermano. Decide volver a Córdoba sin nada en los bolsillos, solo una tienda de campaña, un saco de dormir –recalcando que fueron comprados por él–, y se dispone a empezar de nuevo. Puso
su tienda junto al monasterio que tienen las salesas a las afueras de la ciudad y nos cuenta que le acogieron con mucho cariño. También vivió en una casa medio derrumbada junto a una fábrica de hierros con un amigo, el cual le comentó que en el convento de los Trinitarios había un comedor en el que poder llevarse algo caliente a la boca mientras encontraba trabajo. Y así fue como conoció a la Familia Trinitaria.
Y se abrieron las puertas
Recuerda con mucho cariño, y la menciona varias veces en nuestro encuentro, a la hermana Antonia García, trinitaria de Valencia, bastión del comedor social en sus primeros años junto a los padres trinitarios. De ellos guarda muy buen recuerdo especial-
mente del padre Evelio Díaz, “ese cura hippie” como se refiere a él con cariño.
Pero Juan solo pedía una cosa: trabajo. Quería trabajar como voluntario si hacía falta, pero quería ganarse la comida que le daban, y años después de asistir a diario al comedor, la hermana Antonia y el padre Evelio escucharon su petición y le abrieron las puertas a
una nueva vida. Le ingresaron dinero en una cartilla de ahorro para poder vivir dignamente en un piso y comenzó a trabajar en el lugar donde tantas veces había recibido un plato de comida, ropa o la posibilidad de ducharse con agua caliente. Al principio echándole una mano como ayudante de cocina a la hermana Antonia en calidad de voluntario, y más tarde, contratado. En el primer momento que recibió dinero por su trabajo tuvo la voluntad de devolverlo a quienes le habían dado ese empujón para salir de la calle, pero no se lo aceptaron.
Una labor pedagógica como trabajador del comedor
Hoy por hoy trabaja como encargado del almacén de alimentos y productos de higiene y limpieza. Además prepara diariamente bolsas de comida para las familias necesitadas que no asisten al comedor. “He recibido siempre cariño, amistad y compañía, aunque me considero una persona solitaria”, nos dice dejando asomar alguna lágrima. Alguien que ha vivido en la calle tantos años sabe lo dura que puede ser la soledad, aunque también sabe disfrutar de ella. “Yo he estado en la calle y sé lo que es eso. Siempre le decía a los usuarios del comedor que no tomaran drogas, que ya es suficiente con estar en la calle para además estar drogado o bebido”, comenta revelando también una labor pedagógica como trabajador del comedor.
Juan trabaja en el comedor social de lunes a viernes desde las diez de la mañana a las dos de la tarde. Llega y se coloca su mandil y un gorro un tanto ajado que le identifica como ayudante de cocina. El resto de la semana lo dedica a estar con su niño, como él lo llama, el hijo de la novia de su ahijado, de tres años, con el que pasa muy buenos ratos. Se considera un coleccionista empedernido, le gusta atesorar llaveros, monedas, mecheros, pero lo que más le gusta es el cine, especialmente el de terror y ciencia ficción, sobre todo
las de zombies.
“Lo mejor que se puede tener en la vida es experiencias”
Esa es su vida, una vida sencilla, a la que le pide poco. “Ya tengo todo en la vida, voy a cumplir sesenta años, tengo una casa y un buen trabajo. Con mi vida estoy muy contento, gracias a los Trinitarios”. A estos dice que “no se les puede pedir nada, porque todo lo que pidas, los trinitarios te lo dan. Pero si hay algo que podrían hacer sería abrir algún lugar parecido a un albergue para la gente que no tiene casa”.
Pero es cuando le pregunto qué le pide a la vida cuando se pone más profundo: “Lo mejor que se puede tener en la vida es experiencias y yo he tenido tanto de las buenas como de las malas”.
También añora a la hermana Antonia, fallecida este año, a la que tanto quiso.
Lo duro que es tener que esperar la caridad de otros
Llega la hora de ponerse al tajo, lo reclaman desde el comedor para empezar a preparar las bolsas de comida para las familias. Familias que, como él, hace años también necesitan una mano que los saque de la calle y le suministren lo básico para sobrevivir. Sin lugar a dudas, la palabra que más ha repetido ha sido gracias. Se va mirando hacia abajo con una sonrisa dispuesto a devolver todo el bien recibido a tantos usuarios del comedor social que día a día inundan sus instalaciones narrando historias duras, de fracasos, de proyectos sin concretar. Los perfiles de los usuarios van cambiando, como la sociedad también lo hace, pero Juan
ya sabe cuáles son sus necesidades, él fue uno de ellos y conoce de primera mano lo duro que es tener que esperar la caridad de otros.
Muralla de encuentros, caridad, familia trinitaria
Juan siempre estará con su mano tendida a los demás, aquellos en los que se ve reflejado veinte años más joven cuando llegó por primera vez a la cola de la muralla del Marrubial a esperar su turno de comida. Se despide y marcha a descargar cajas de verdura, fruta, legumbres, productos de limpieza que un supermercado de la ciudad ha donado al comedor. Después seguirá preparando las bolsas de comida para las familias que cada día se acercan a esa muralla de encuentros, de caridad, de familia trinitaria.
¡Gracias por compartir tu experiencia, Juan!
Juan Enrique Redondo Cantueso
Coordinador Evangelización y Pastoral
Colegio Santísima Trinidad – Trinitarios FEST Córdoba