Con motivo del octavo centenario del reconocimiento de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos y de la aprobación de la Regla Propia, en 1998, San Juan Pablo II dirigía estas palabras a los trinitarios:
Vuestra espiritualidad, que obtiene su vigor del misterio de la Trinidad y de la Redención, no ha dejado de impulsaros al servicio de los prisioneros y de los pobres, en vuestra larga historia, jalonada por numerosos ejemplos de santidad. Entre los miembros de vuestra Orden hay valientes testigos de Cristo, algunos de los cuales confirmaron su fidelidad al Evangelio con el martirio. Vuestra espiritualidad os sitúa en el centro mismo del mensaje cristiano: el amor de Dios Padre que abraza a todos los hombres mediante la redención de Cristo, en el don permanente del Espíritu Santo. La Iglesia cuenta con vosotros. Trabajad en unión con Cristo, "revelador del nombre del verdadero Dios, glorificador del Padre y Redentor del hombre".
Dimensión trinitaria
La comunidad trinitaria nace con conciencia de su especial vinculación con la Santísima Trinidad. Esta vinculación florece en la misma experiencia vocacional que es, ante todo, experiencia de Dios Trinidad, caridad, misericordia, libertad, vida... La comunidad trinitaria surge como una comunidad de alabanza y de revelación de la Trinidad. La gloria de Dios Trinidad es su norte, su meta.
El trinitario se entrega a la Trinidad con un título nuevo y especial, "pues entre todos los religiosos nos aventajó Dios a hacernos vasos escogidos para que llevemos por el mundo este nombre admirable de la Santísima Trinidad" (San Juan Bautista de la Concepción, Obras Completas III)
Es de esta conciencia trinitaria de donde surge la vida espiritual, religiosa, comunitaria y apostólica del trinitario, siempre desde la raíz de la caridad.
Dimensión redentora
Pero en la experiencia espiritual de la orden, la vivencia de Dios Trinidad (Trinidad redentora) está indisolublemente unida a la experiencia del pobre, del cautivo. El trinitario se sabe 'consagrado' por Dios Trinidad para ser "enviado" a redimir cautivos y pobres. También así, sobre todo así, él es glorificador de la Trinidad, porque "la gloria de Dios consiste en que el hombre viva" (San Ireneo de Lyon).
El espíritu de la Orden, todo su proyecto de vida, procede de la raíz de la caridad, como afirma Inocencio III en la introducción de la Regla Trinitaria. En nuestra Orden no se pueden separar espiritualidad y apostolado, puesto todo nace de una misma fuente que es Dios Trinidad. Así ha quedado reflejado en el lema multisecular que ha acompañado a los trinitarios durante más de ochocientos años: Gloria Tibi Trinitas et Captivis Libertas.
Estilo propio
La comunidad trinitaria es una fraternidad que se va construyendo "a imagen de la Trinidad" desde las interpelaciones y exigencias de los cautivos y pobres. Desde este doble polo, Trinidad- cautivos-pobres, germinan los valores que configuran peculiarmente su estilo.
Así ejerce su misión: como todo instituto religioso la Orden Trinitaria nació ceñida a la historia y en su vertebración carismática y espiritual actuaron, junto al protagonismo del espíritu, diversas mediaciones históricas. Por eso, al igual que todo instituto religioso, ha reformulado estos años su identidad dentro de la renovada autocomprensión de la iglesia conciliar.
Es deber de los hermanos poner en práctica este género de vida no sólo individualmente, sino también de forma comunitaria. En su estilo de vida, tanto individual como comunitario, tienen el derecho y la obligacion de experimentar y expresar la Trinidad y la redención de Cristo. Los hermanos han de compaginar la práctica de la oración, la celebración de la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas, los capítulos y demás observancias comunes de la Orden con las actividades del apostolado, tanto caritativo como ministerial, de tal manera que se conserven los rasgos genuinos de la Orden.
Igualmente procuran mantener lo que se prescribe en la Regla y se contiene en las sagradas tradiciones, a saber: la sencillez, la humildad, la igualdad entre los hermanos, la alegría de la vida, la hospitalidad, el trabajo asiduo y la comunicación de bienes, la práctica del silencio y de la oración, la honestidad, cierta austeridad, la mutua corrección evangélica y, lo que es nota distintiva de toda vida religiosa trinitaria, el espíritu de caridad y servicio (Constituciones 3)