El 18 de julio de 2023 se celebró el VII Centenario de la Canonización de santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, y desde el 7 de marzo de 2024 estamos celebrando el 750 aniversario de su muerte. No olvidemos, al mismo tiempo, que en el 2025 se cumplirán 800 años de su nacimiento.
Voy a dividir mi reflexión en tres partes. En la primera queremos presentar la vida y obra del Aquinate. En la segunda es un análisis de la permanente actualidad de santo Tomás de Aquino, especialmente su originalidad en la búsqueda de la verdad. En la tercera parte nos centraremos en un tema que aún sigue siendo un desafío para la Teología, nos referimos a la relación entre espiritualidad y teología. Para el Doctor Angélico, su teología es su vida espiritual, y su vida espiritual es su teología.
Vida y obra de Santo Tomás de Aquino
Santo Tomás de Aquino nació el año 1225 en el castillo de Roccasecca, a medio camino entre Roma y Nápoles, en el seno de una familia noble. La vida santo Tomás se desarrolló, así, en pleno siglo XIII, un período el que se produjeron importantes cambios sociales y culturales. Fue el siglo del florecimiento de las ciudades, de la construcción de las catedrales y de la expansión del comercio. En el ámbito de la política italiana, Federico Hohenstaufen, que había sido coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el año 1220, rivalizó con los Estados Pontificios a lo largo de todo su reinado. El imperio, sin embargo, acabó por desmoronarse, iniciándose el proceso que llevó a la creación de los Estados Modernos.
Parece que, desde muy pequeño, santo Tomás se sintió más llamado por la vida religiosa que por la militar o la política que habían seguido sus hermanos mayores. Por ello, sus padres lo enviaron, a la edad de cinco años, a la vecina abadía benedictina de Montecasino, un centro religioso y de poder importante en la provincia de Nápoles, donde ingresó como oblato (aspirante a monje). La decisión paterna no estaba exenta de cierta intencionalidad práctica: asegurar un futuro a su hijo y, al mismo tiempo, extender el poder de la familia al ámbito religioso.
Cuando santo Tomás contaba con catorce años, la abadía fue saqueada por las tropas de Federico II, quien expulsó a los monjes y convirtió el lugar en una fortaleza militar. El Aquinate fue enviado a continuar sus estudios de artes liberales y filosofía en la Universidad de Nápoles. Se trata de una decisión sorprendente, pues aquel centro era entonces la única universidad que no dependía de la Iglesia; fundada por Federico en 1224, centraba su interés en las ciencias naturales y no contaba, ni tan siquiera, con Facultad de Teología.
Fue un momento crucial, ya que en Nápoles santo Tomás interrumpió súbitamente la placidez de sus estudios en una abadía rural y se topó con dos realidades que marcaron su futuro, tanto vital como intelectual; de hecho, fueron dos fenómenos de una fuerza tremenda que no sólo le sorprendieron a él, sino a toda la cultura occidental: la obra del filósofo Aristóteles y el nuevo movimiento de pobreza evangélica representado por la orden de los dominicos. Según Josep Pieper, ambos movimientos poseían de por sí “suficiente fuerza explosiva como para echar por tierra la estructura intelectual de la cristiandad medieval”.
Fueron dos movimientos que parecen antagónicos y, de hecho, muchos de sus contemporáneos estuvieron convencidos de que realmente lo eran: si las órdenes mendicantes reclamaban con firmeza el retorno a la pureza y autenticidad evangélicas, el pensamiento de Aristóteles representaba una explicación global de la naturaleza y el ser humano construida completamente al margen del cristianismo. Anterior e independientemente del cristianismo, la explicación aristotélica parecía, no sólo no necesitar de la fe, sino que, en algunos puntos capitales, parecía apartarse decididamente de esta. El joven Tomás no percibió tal contradicción, al contrario: al mismo tiempo que seguía, con entusiasmo creciente, las lecciones sobre la Física y la Metafísica de Aristóteles del profesor Pedro de Hibernia, se aproximaba más y más a la espiritualidad dominicana de la mano de Juan de San Giuliano, un joven fraile con quien coincidió en la universidad y a quien le unió una entrañable amistad.
El joven Tomás, fascinado por ambos movimientos, entendió que no debía escoger entre aquellas dos opciones radicales, sino escogerlas ambas. Es la génesis de lo que se convirtió en su gran obra: la síntesis del naturalismo aristotélico, centrado en el estudio de la naturaleza y la reivindicación de la realidad material, con la espiritualidad radical de los movimientos que proclamaban el retorno a la pobreza evangélica del cristianismo primitivo. Razón y Fe: contra lo que muchos de sus contemporáneos pensaron, santo Tomás estaba convencido de que apostar por una no implicaba necesariamente apartarse de la otra. Él apostó por las dos.
Esperó unos meses, hasta cumplir los dieciocho años reglamentarios, y solicitó el ingreso en la orden de los dominicos. Lo hizo sin consultar a su familia, pues sabía que esta no aprobaría su decisión: la orden de predicadores no gozaba de mucho prestigio entre la nobleza, ya que se trataba de un movimiento joven y urbano que, no sin razón, era percibido como una amenaza contra las viejas estructuras de un cristianismo quizá demasiado establecido social, económica y políticamente en el mundo. “Esto no puede ni debe continuar así”, había exclamado, en una ocasión, santo Domingo de Guzmán (1170-1221), el fundador de la orden, estableciendo un retorno a los Evangelios y, al ideal de pobreza que en ellos se predicaba. En uno de sus primeros escritos polémicos, santo Tomás recalcó, en una expresión no exenta de ironía, que “la perfección evangélica consiste en la imitación de Cristo, pero Cristo fue pobre no solo en su intención, sino que lo fue también realmente”.
Algunos años más tarde, santo Tomás respondió con una contundencia muy poco habitual en él a la pregunta de por qué había tomado una decisión tan importante sin consultar con su familia: “De tal consejo hay que mantener alejados, en primer lugar, a los parientes de sangre, quienes a ese respecto más son enemigos que amigos”. De hecho, los Aquino no querían un fraile mendigo en la familia y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para impedirlo. Por ello, y para evitar problemas, santo Tomás, tras tomar el habito, abandonó Nápoles con el deseo de dirigirse a Roma y luego a París, intentando alejarse lo más rápidamente posible de la esfera de influencia de su familia. Pero no lo consiguió: los Aquino los buscaron en Nápoles y en Roma, pero, finalmente, camino de París, el joven Tomás fue apresado por sus hermanos, que le despojaron de los hábitos y lo encerraron en el castillo de Monte San Giovanni.
Tras más de un año de reclusión, santo Tomás consiguió fugarse y escapar a Nápoles, donde completó su noviciado. Poco después, en 1245 continuó sus estudios en la Universidad de París- famosa por sus estudios de filosofía y teología-, donde conoció a san Alberto Magno y Alejandro de Hales, conocedores de la filosofía de Aristóteles.
El año 1248 fue el período que Tomás estuvo en la Universidad de Colonia junto a su maestro Alberto Magno.
El 1252 tras ser ordenado sacerdote, Tomás volvió a París para continuar sus estudios. En este periodo crece la oposición de los profesores seculares -especialmente de Guillermo de Saint-Amour- ante la expansión de las órdenes mendicantes, por su pobreza y su rigor intelectual. Cuatro años más tarde, en 1256, santo Tomás rebate el segundo panfleto de Saint-Amour y se gana el favor del papa Alejandro IV, que comienza a hacerle encargos intelectuales. Ese mismo año se le concedió el doctorado a la excepcional edad de 31 años y comienza a ejercer como maestro de teología en la Universidad de París.
En 1259 Tomás es llamado a Valenciennes, junto a Alberto Magno y Pedro de Tarentaise (futuro papa Inocencio V), para organizar los estudios de la Orden.
En este periodo escribió la Summa contra gentiles, y encarga la traducción de numerosas obras de Aristóteles a su amigo erudito Guillermo de Moerbeke, para evitar los errores de interpretación cometidos por los árabes, y comienza la redacción de la Summa Theologiae.
Fue consejero personal del papa Urbano IV, que le encargó la Catena aurea (Comentario a los cuatro Evangelios), el Oficio y misa propia del Corpus Christi y otros.
En 1272 regresó a Nápoles, con el encargo de establecer una casa de estudio en Nápoles. Aquí mantuvo un elevadísimo ritmo de producción literaria de los últimos años: además de continuar con la redacción de la Suma teológica, compaginó la escritura de comentarios a las Epístolas de san Pablo y a los Salmos con la de los comentarios a todas las obras conocidas de Aristóteles. Sin embargo, el 6 de diciembre de 1273, mientras celebraba misa en la pequeña ermita de San Nicolás, en Bari, experimentó una vivencia que transformó su existencia. Según el testimonio del dominico Bartolomé de Capua, aquellos que estuvieron presentes relataron que santo Tomás se sintió extraordinariamente conmovido y sufrió un maravilloso cambio. Tal como lo describen, parece indudable que se trató de algún tipo de experiencia mística. A partir de aquel momento, santo Tomás dejó de escribir y de dictar, dejando inacabada, entre otras obras, la Summa teológica. Su amigo Reginaldo de Piperno, relató cómo, cuando, santo Tomás se excusó con un enigmático comentario, dirigido a sí mismo: “No puedo hacer nada más. Todo lo que he escrito me parece paja en comparación con lo que he visto y con lo que se me ha revelado”. Estas palabras han dado lugar a muchas interpretaciones. En cualquier caso, el día anterior, el 5 de diciembre, santo Tomás había acabado de dictar la cuestión número 90 de la tercera parte de la Suma teológica. No fue capaz de dictar ni una más.
En 1274 accedió a la invitación del papa Gregorio X para asistir al Concilio de Lyon II. Muy débil desde el arrebato místico, fue acogido en la Abadía cisterciense de Fossanova. Tomás murió haciendo una enérgica profesión de fe el 7 de marzo de 1274. Según nos cuenta Bernardo Guy, santo Tomás dijo:
“Oh precio de mi redención y alimento de mi personaje, te recibo. Por tu amor he estudiado y me he esforzado y he mantenido la vigilia. Te he predicado y enseñado. Nunca he dicho conscientemente una palabra contra ti”.
El 28 de enero de 1369, los restos mortales del filósofo y teólogo fueron trasladados a Tolosa de Languedoc, motivo por el que la Iglesia católica celebra su memoria en esta fecha.
Tomás de Aquino fue canonizado pronto, el 18 de julio de 1323.
La actualidad permanente de Santo Tomás
Muchos creen que la obra de Santo Tomás constituye un sistema. Pero bien sabemos que la sistematización de su obra se hizo después y, desgraciadamente hay que decir que el tomismo de escuela no siempre corresponde exactamente a las posiciones auténticas de Santo Tomás, por haber absorbido el polvo de diversas corrientes escolásticas, velando a veces la originalidad de este religioso dominico, con fórmulas que no son de él.
Ahora bien, no hay que considerar a S. Tomás como si fuese el punto final, o una especie de arsenal en el que podemos encontrar respuestas ya formuladas para todos los problemas: no es posible; nos separan setecientos cincuenta años, y la humanidad ha pasado por una inmensidad de experiencias, la cultura ha hecho adquisiciones de todo género; y la ciencia, y la misma reflexión filosófica ha descubierto, por ejemplo, una originalidad de la libertad, que en Santo Tomás está ya apuntada, pero no desarrollada.
Sin embargo, el tomismo auténtico -el de Santo Tomás- tiene y tendrá siempre una actualidad permanente. No, como un sistema- el mismo concepto de sistema lo acuñó mucho después la filosofía de origen cartesiano; sino por la actualidad perenne de las dos instancias fundamentales del conocimiento humano, que el Aquinate supo armonizar. Nos referimos, concretamente, a esa especie de convivencia, en el tomismo, de los que podemos llamar esencia de la trascendencia platónica, con la esencia de la concreción aristotélica. Es decir, la armonía de esa instancia permanente de autonomía, de consistencia del mundo y de la persona, con la aspiración profunda hacia el infinito, hacia Dios, al que se llega a través de la inteligencia y de la libre elección de la voluntad. Es por esta característica especulativa propia -más que por su origen-, por lo que el religioso dominico se destaca netamente de las diversas escuelas filosóficas.
La originalidad de santo Tomás radica en haber elaborado una síntesis entre Platón y Aristóteles. Pero no se trata de una síntesis entre dos extremos inconciliables, se trata más bien de una intuición única del Doctor Angélico, le del acto de ser, que le permitió descubrir en el aristotelismo exigencias platónicas; y dentro de un cierto platonismo -neoplatonismo, sobre todo en la línea de Proclo, mediante el De Causis, y del Pseudo-Dionisio y otros escritos famosísimos en el medioevo- exigencias aristotélicas (Cornelio Fabro).
Por lo tanto, no es pues la síntesis de dos contrarios, sino el descubrimiento – a la luz del ser como acto participado- de la necesaria complementariedad de ambas instancias fundamentales: la consistencia y concreción de lo real, del mundo, de la persona, y la apertura al infinito, mediante la relación de participación.
El Vaticano II -por primera vez en un concilio- ha indicado a santo Tomás como maestro de la investigación teológica (Optatam totius nnº 15-16; Gravissimun educationis nº10), pero de esto no se ha hablado para nada en el postconcilio. Ojalá que esta ocasión, con motivo de los 750 años de su muerte y 800 de su nacimiento sea una ocasión para que sea realizada, actuada, la recomendación del Concilio.
Antes que, en celebraciones festivas, una digna conmemoración de los jubileos entorno a santo Tomás, debería ser ocasión para una renovación de la seriedad científica del trabajo filosófico y teológico en la Iglesia.
Teología y vida espiritual en santo Tomás de Aquino
Con motivo del 70 cumpleaños del teólogo alemán Karl Rahner, la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid) organizó un acto de homenaje a uno de los teólogos más importantes del siglo XX. Quisiéramos centrarnos especialmente en la breve pero sugerente lección doctoral que pronunció Rahner y que llevaba como título El significado actual de Santo Tomás de Aquino con motivo del 700 aniversario de su muerte.
Karl Rahner recordó en la lección inaugural que su primer libro estuvo dedicado a “La metafísica del conocimiento finito según Santo Tomás”.
Para santo Tomás, su teología es su vida espiritual, y su vida espiritual es su teología. En él no se da todavía aquella horrible división que se puede observar en la teología posterior, entre teología y vida espiritual. Él piensa la teología, porque la necesita en su vida espiritual como uno de sus presupuestos más esenciales; la piensa de tal manera que pueda ser realmente significativa también desde un punto de vista existencial. En su vida espiritual (recordemos los himnos eucarísticos) nunca vuelve a un cierto primitivismo, como si nunca se hubiera dedicado a la teología; no piensa que la vida espiritual alcance necesariamente su mejor desarrollo en un contexto de simplicidad; esto es, de pereza mental y medianía intelectual.
La teología de santo Tomás se encuentra también condicionada por la situación intelectual y eclesiástica que le tocó vivir. Pero ello no lo convierte en un teólogo que se contenta con correr tras la moda del momento y se deja dictar su teología solamente por las llamadas “necesidades de su tiempo”. Y si es que, por desgracia, nos contentamos en general con leer la Summa (o quizá ya hemos dejado leerla), no debemos olvidar que santo Tomás se considera ante todo intérprete de la Sagrada Escritura y no sólo de Aristóteles (hoy diríamos de Freud o de Marx), y que esa función era al mismo tiempo una función científica y espiritual para sí y para otros. Él pronuncia y compone himnos en los que se unen profundidad, seriedad y sencillez que son al mismo tiempo su teología y su vida espiritual. Los manuales de teología, si es que todavía existen, son hoy con mucha frecuencia demasiado poco espirituales, y los libros espirituales, si es que todavía son leídos, son hoy demasiado poco teológicos. Por ello corremos actualmente el peligro de que la teología se convierta en una desagradable carga, por la que hay que pasar de cualquier modo para llegar al sacerdocio, y de que nuestra vida espiritual y nuestra predicación vivan del escaso goteo de una literatura piadosa de segundo orden o solamente de los clisés de moda y no de la Escritura y de la alta teología de los Santos Padres y de los grandes teólogos. Para santo Tomás, por el contrario, teología y vida espiritual son verdaderamente una misma cosa.
Solamente cuando la teología de los conceptos que comprenden se autosuprima, haciendo teología de la incomprensibilidad que capta, será verdaderamente teología. De lo contrario, es, en realidad, sólo charlatanería humana, por muy acertada que sea.
El “adoro Te devote, latens Deitas, quae sub his figuris vere latitas” (te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias) no tiene por qué ser dicho siempre líricamente, pero debe constituir el más íntimo principio de todo pensamiento y conocimiento teológico. Porque ello es así, y no sólo ahora, sino eternamente; porque incluso allí donde conocemos como somos conocidos y contemplamos rostro a rostro lo contemplado, amado y alabado es y seguirá siendo el eterno misterio que como tal se entrega al corazón y con ello no se empequeñece, sino que se hace más incompresible y devorador; por todo ello, la theologia viatorum tiene que llegar a ser necesariamente una iniciación a la experiencia del misterio por antonomasia, aunque desde luego el misterio se ha hecho próximo. El perezoso, el carente de espíritu y corazón, el cómodo, no debe decir que todo cuanto se afirma en la teología es paja, como dijo santo Tomás. Pero si el hombre con espíritu y corazón, con diligencia y santa curiosidad no hubiera experimentado como Tomás el mortal y vivificante dolor de que todo cuanto se dice en la teología es paja, entonces es que no ha practicado la teología siguiendo las huellas del Aquinate; su teología sería quizá inteligente y crítica, lo que, por su puesto, debe ser también, pero no sería pneumática, no sería cristiana; no sería tomásica.
Conclusión
La obra de santo Tomás, como toda obra humana, tiene sus límites, sobre todo en los puntos en que depende más de las ideas cosmológica y biológicas medievales. Algunas de sus afirmaciones están condicionadas por el momento histórico, político, cultural y eclesial de la época. Y en este contexto hay que situarlas. Situadas en su contexto algunas posiciones del santo doctor son un gran avance con respecto a la teología de su tiempo. Un ejemplo: el marco histórico en que se mueve santo Tomás es el de un régimen de cristiandad sacral, que implica la unidad religiosa y justifica la pena de muerte contra los herejes. En ese contexto (muy condicionado por la legislación inquisitorial de los papas medievales), nuestro autor afirma que no se debe obligar a nadie a creer (Suma de Teología, II-II, 10, 8) o que los ritos de los infieles deben ser permitidos (II-II, 10, 11).
Juan Pablo García Maestro, osst
Universidad Pontificia de Salamanca