Millones de personas en todo el mundo se ven obligadas a dejar sus países, sus pueblos, y en muchos casos sus familias para escapar de guerras, persecuciones políticas, religiosas o para escapar de la pobreza.
Según datos de Naciones Unidas, en 2023 (hasta el 5 de noviembre) habían llegado a España 46.012 personas, de las cuales 45.575 por vía marítima. Esas son las afortunadas, las que no han muerto en el camino o han quedado enredadas en las mafias de trata de personas para las que no son “mercancía exportable”.
Esas personas afortunadas han superado el gran desafío, el viaje, la migración, pero vuelven a alzarse unos muros ante ellas, ahora no son de hormigón, agua o espinos, ahora son de otro tipo.
Uno de esos muros es la falta de acceso a servicios básicos como la vivienda, la educación y la atención médica. Muchas de ellas viven en condiciones precarias, en asentamientos informales o en pisos compartidos con otras personas en situación similar.
Además, la situación económica y laboral en España no es favorable para las personas migrantes. Muchas de ellas tienen dificultades para encontrar trabajo debido a la falta de experiencia laboral o a las barreras lingüísticas.
Como resultado, muchas personas migrantes viven en la pobreza y la exclusión social.
A pesar de esta situación, gracias a Dios, hay muchas organizaciones y grupos que trabajan para apoyar a las personas migrantes en España. Organizaciones como ACNUR, CEAR, CÁRITAS, CRUZ BLANCA, PROLIBERTAS…, ofrecen servicios de acogida, asistencia legal, asesoramiento psicológico, formación laboral y otros servicios para ayudar a estas personas a integrarse en la sociedad española.
Y en nuestra familia trinitaria, también muchas personas ofrecen su tiempo de voluntariado para ofrecer apoyo y solidaridad a las personas migrantes. A través de iniciativas tan simples como clases de español, actividades deportivas y culturales, ayudan a estas organizaciones a crear un ambiente acogedor y solidario para las personas migrantes.
Pero hay otro muro, pegajoso, invisible y escurridizo, el de la discriminación y la xenofobia, disfrazado en “si para los de aquí no hay”, “nos roban el trabajo”, “primero los de aquí”, y que sólo unos pocos asumen y no se esconden, sabemos quienes son, no son el problema porque no son la mayoría.
El problema está en la hipocresía de asumir esos planteamientos discriminatorios siendo inconsecuentes con la Fé que profesamos y en mayor medida cuando, aún estando en contra, callamos en las conversaciones del día a día, en nuestro entorno. Callar no es la opción creyente, la doctrina social de la Iglesia católica tiene una posición clara al respecto, y la opción es la búsqueda de la justicia social respetando la dignidad de todas las personas, no sólo las blancas, occidentales y de familia reconocida.
En la encíclica «Caritas in Veritate», el Papa Benedicto XVI señala que «son personas que, como todos los demás, poseen una dignidad intrínseca que debe ser respetada en todo momento».
En la encíclica «Laudato Si», el Papa Francisco llama a la cooperación internacional para abordar las causas profundas de la migración, como la pobreza, la violencia y el cambio climático. Además en la encíclica «Fratelli Tutti», el Papa Francisco señala que «los migrantes no son un peligro, son personas que buscan una vida mejor».
A la luz del Evangelio, en Marcos 6, 34-44, frente a la pretensión de los discípulos que cada cual se buscase la vida, Jesús les replica : ”Dadles vosotros de comer”, con lo que tenían, cada cual, poco o mucho lo puso, y ese es el milagro, que después cuenta Marcos que sobraron doce cestos, y hubo también para los de aquí…
Javier Alcaide Vives
Responsable de Comunicación y Programas
Fundación Prolibertas