Cuando Caravaggio, recibió el encargo de decorar con tres escenas de la vida de San Mateo la capilla Contarelli (iglesia de San Luis de los franceses en Roma), inevitablemente, pensó que una de sus pinturas tendría que representar a San Mateo escribiendo su evangelio. El pintor italiano para inspirarse se servía de personas que le acompañaban o que, en ocasiones, encontraba en sus idas y venidas a ambientes poco saludables de la ciudad. El tabernero o el compañero de juegos, el más misero o el más pecador, de un día para otro aparecían representados en sus cuadros como santos.
Siguiendo su instinto pintó a san Mateo escribiendo su evangelio con un ángel a su lado. En la escena puede verse como el mensajero divino con delicadeza guía la mano del evangelista que está escribiendo. De este modo, el pintor representó la inspiración divina que guiaba al evangelista en la redacción del texto evangélico. Lo divino y lo humano. La idea es sugerente para un admirador de nuestro tiempo. Pero no resultó ser así para los contemporáneos del pintor. Caravaggio, inspirándose en su modelo, había pintado a san Mateo demasiado humano. Las uñas del evangelista aparecían sucias y también era visible la mugre que ensombrecía los talones del autor sagrado. El contraste entre la dulce e inspiradora presencia angélica y la excesiva humanidad del evangelista turbó el ánimo del mecenas del pintor, que le pidió que rehiciera la obra pintando al evangelista tal y como correspondía a la escena, es decir, en actitud reverencial.
Así lo hizo. El pintor realizó una nueva pintura. En ella, el ángel inspirador baja del cielo y aparece distanciado físicamente del evangelista; ya no le guía la mano en la escritura, sino que la voz le dicta lo que ha de escribir. Igualmente, san Mateo parece aseado y escuchando atentamente antes de escribir. Esta segunda obra es la que se puede contemplar en la actualidad en la citada iglesia.
Esta conocida historia que, como todas, seguramente tiene una parte de verdad y otra de ficción, nos puede ayudar a iluminar la fiesta de todos los santos. El pintor, en su primera obra, mostraba que la santidad es la respuesta desde lo que somos a la amistad que Dios nos ofrece. Como apunta el autor bíblico: “hombres como eran, hablaron de parte de Dios” (2Pe 1,21). La santidad pertenece a la cotidianidad, al espacio claroscuro donde un hombre inspirado por Dios escribe el anuncio evangélico, o donde una familia testimonia el evangelio desde el amor, o donde un trabajador entiende que sirviendo se dignifica. Celebramos la santidad de cada día, la santidad que invade la vida de las personas que viven desde la fe, la esperanza y la caridad. La santidad “a pie de calle” como la que representó el pintor convencido de que todos estamos llamados a ser santos y lo seremos si miramos desde la fe aquello que puede resultar “demasiado humano”. Celebramos en esta fiesta que en la Iglesia hay santos, hombres y mujeres que “despiertos” han vivido y viven su bautismo, y testimonian ante el mundo el verdadero rostro de Dios.
P. Ignacio Rojas Gálvez, OSST