La santidad del Padre Rojas -cuyo IV Centenario estamos celebrando- es una invitación a ser santos, por un camino trenzado por la oración y el servicio, con goces en la hermosura de Dios y paso sencillo por el suelo del mundo. Compasión hacia los más necesitados y disponibilidad total, pues nuestro tiempo es para Dios y sus hijos.
Fue ante todo un hombre de Dios. Quien se acercó a él, quien supo de él, sabía que el Padre Rojas era un “santo varón, que ya recibes / premios de Dios sin acabar la guerra”, como publicó Lope de Vega en 1609, en versos que sonrojarían al humilde fraile trinitario. Vivió de su fe. Principalmente de la escucha de la Palabra de Dios, pudiendo decir que su máxima aspiración la expresó con la frase: “Señor, vuestra Palabra oída o leída es antorcha que me guía”. Y es que los santos saben que Dios considera que escucharlo es la primera prueba de quererlo, la más agradable a sus ojos. Simón fue experto, en su niñez, en escuchar a Dios y hablar poco. Notó su deseo de ser trinitario escuchando los sermones del P. Juan de Vega, llamado “el san Pablo español”, cuya doctrina le sirvió de por vida. Gustó leer y meditar la Biblia, y confesó que aprendió más teología orando que leyendo libros.
Suscita maravilla considerar que un hombre de vida tan activa, tuviera siempre tiempo para orar. Y es que dio el primer lugar a la oración en el horario de cada día, enseñando a hacer otro tanto a todos quienes se le acercaron para aprender a orar. Que hay que espantar al diablillo que enseña que, debiendo escoger entre muchas ocupaciones, la primera que se quita es la oración. “Al paso de la oración anda la vida”, criterio para discernir la calidad cristiana de cada cual. San Simón anima a ir a la oración no para cansarse, sino para descansar, estando con el mejor amigo. Enseña a ser perseverantes en el tiempo (para él, la noche es el momento más adecuado) y a usar métodos que ayuden a recogerse y centrarse en Dios, de tal manera que se salga de la oración con disposición de dar fruto de buenas obras en la vida ordinaria.
Fe en la Encarnación, clave de la devoción mariana
Los misterios predilectos de su contemplación son los de la Encarnación del Hijo de Dios. Manifiestan la bondad de Dios, que se deja alcanzar hecho Niño en el vientre y en los brazos de la Virgen Maria. Su excelente devoción mariana considera a María como Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espiritu Santo, como le gustaba saludarla muy frecuentemente. La esclavitud mariana tiene en el Padre Rojas a uno de sus padres; esta forma de devoción lleva a considerse siervo de María, para obrar según ella mande e indique. “Haced lo que él os diga”. María es maestra segura para ser buen cristiano. Bendice su santo Nombre; le gustan los nombres y las imágenes de María que hacen referencia a sus gozos y alegrías como Madre de Dios (Esperanza, Expectación, O…), y le encanta visitar sus santuarios y honrar sus altares, y rezar el rosario y difundirlo. Y algo muy típico del Padre Rojas es unir la devoción mariana con el servicio a los pobres. Que ya lo avisó a los congregantes del Ave María de Madrid, en el crudo invierno de 1618: más le gustará a la Virgen gastar el dinero en dar de comer a quien tiene hambre que en luminarias que duran un rato.
No se dedicó a una categoría de pobres, en nombre de argucias ni de ideas propias. Sintió compasión de todos los pobres y trató de aliviar, concretamente, los sufrimientos que encontró. Como trinitario, supo privilegiar a los cristianos que sufren a causa de su fe, a los cautivos. Cuidó los bienes para la redención, y se preocupó en primera persona por enviar a Argel productos de primera necesidad para atender a los cautivos que allí esperaban su liberación. Dio de comer a los pobres, en escenas memorables como las retratadas por Zurbarán, cuando el padre Rojas daba de comer en la portería a los menesterosos el potaje que muchas veces él guisó en grandes ollas de metal que se tuvo que comprar, y el pan que almacenaba en un arca de madera que estaba en su habitación… Hoy, después de cuatro siglos, san Simón de Rojas continúa dando de comer cada día a más de 400 personas en el centro de Madrid, a través del “Ave María” que él fundó, institución que perpetúa su caridad para con los pobres en nombre de la Virgen Santísima.
El tiempo, para Dios y el prójimo
Su tiempo era para Dios y para los hijos de Dios. Especialmente, para los pobres. Dos días cada semana estaban reservados para ir a los hospitales, para visitar a los enfermos más necesitados, ayudándolos a asearse; les llevaba algo de comida y de ropa, y les daba ánimos, hablando con ellos y rezando juntos. Los martes iba a la cárcel, situada junto a la Plaza Mayor de Madrid, para visitar a los presos, llevando alguna ayuda a quien más lo necesitaba. Luchó contra la trata de personas, y logró sacar a muchas mujeres de la prostitución, estableciendo las fiestas de Santa María Magdalena para convencerlas a cambiar de vida y ofreciendo su protección (la del “confesor real”) a quienes quisieran emprender otro rumbo. Recogió niños expósitos, bebés abandonados por sus madres tras el parto. Ayudaba a pobres vergonzantes, que preferían morirse de hambre a perder el honor, pidiendo ayuda…
Habiendo sido un hombre que podría haber alcanzado muchas ambiciones mundanas, por la privanza que tuvo con los reyes y grandes de la Corte, estimó todo eso en nada. No quiso subir nunca en coche de caballos, como mandaba la etiqueta cortesana para quien era confesor de la Reina. Prefirió ir a pie y rodeado de niños pobres por las calles de Madrid. Llevaba el hábito roto y los zapatos viejos. Y cuando el Rey le dijo que la Reina no gustaba de costumbres tan populares y de aspecto tan desarrapado en su confesor, el Santo le dijo que se buscara a otro, porque él prefería estar con los pobres, si le obligaban a elegir. ¡Los santos, hombres libres!
Simón de Rojas no se escandalizaba de nada ni de nadie, según lo retratan quienes lo trataron de cerca. Para él todos eran amigos, y así los llamaba. Le gustaba más la belleza del cielo que la fealdad del infierno, y trató de llevar a la gente por el camino de la hermosura que es Dios mismo. Con alegría, sencillez, paso firme y una gran paciencia para con todos, porque sabía que paciencia abre la puerta a la caridad.
¡Simón de Rojas! Hermano, amigo, sé compañero de nuestro viaje, y no nos pierdas de vista; no nos dejes de tu mano. Necesitamos, más que nunca, buenos amigos en la vereda de la vida, para no perder el sendero que, con Cristo, lleva hasta el Padre.
Pedro Aliaga Asensio, osst
Ministro Provincial