“¿Y qué hay que hacer con los presos? ¿Qué hay que decirles? ¿Estaré preparada?” Estas eran las preguntas de María, feligresa que tras escucharme en varias ocasiones hablar de la pastoral penitenciaria en mis homilías, sentía inquietud por cumplir el mandato de Mt 25, 36, “estuve en la cárcel y viniste a verme”. Ella tenía inquietud y a la par dudas sobre si estaría capacitada para esa misión y estas fueron las preguntas que me lanzó.
Mi respuesta fue “escuchar, lo más fácil y lo más difícil”. En la pastoral penitenciaria la principal misión es escuchar. El voluntario tiene un rol de igualdad que normalmente no encuentran ni con los funcionarios, ni con sus propios compañeros. Gabriel, un interno, me decía, “con los voluntarios la calle entra dentro, con vosotros se puede hablar en el mismo nivel, con confianza. El funcionario tiene por misión controlarte, evaluarte y con los compañeros que vives tantas horas juntos, con tantos intereses cada uno, no es igual, tienes que protegerte”.
Cada semana esperan la visita del voluntario. Al llegar van a tu encuentro los saludan y algunos te piden hablar personalmente. Uno, indignado, te cuenta que le han denegado el permiso que tanto esperaba, otro que su mujer no le ha pasado el peculio, y a ver si se ha olvidado de él porque está con otro, otro te da una buena noticia, u otro te plantea sus problemas con la fe, a veces proporcionales con sus problemas en la vida.
Recuerdo a un interno que me estaba esperando para poder soltar toda la angustia que le oprimía dentro: “Mi hija está enferma, por teléfono sólo puedo hablar 8 minutos al día con ella, pero el resto del día no sé como está, el tiempo se me hace eterno, las horas pasan lentas y me angustio por no poder estar con ella… ¿Cómo estará? ¿Se habrá puesto peor? ¿Su madre estará con ella o estará trabajando?…” En mi interior pido la intercesión del Espíritu Santo para empatizar con esa persona y ayudarle a que acepte la situación y busque dentro de sí los recursos latentes de los que dispone para afrontarla positivamente.
Los sufrimientos en la prisión se multiplican. El no poder estar con la otra persona, no poder mandar un WhatsApp, no saber nada hasta el día el siguiente llena de angustia. Por otra parte nuestra mente poniéndose en lo peor hace de una pequeña piedra una gran montaña. El castigo se multiplica en estas situaciones. En las noches se escuchan llantos. Los grandes hombres se vuelven niños ante la incertidumbre.
¿Y cuándo nadie escucha, cuándo ni el voluntario tiene tiempo, o cuando llega una pandemia que por meses impide que nadie les visite? Experimentamos que siempre hay alguien que les escucha. En la soledad de su celda, en lo profundo de sí, “clamaron al Señor y Él les escuchó” (Sal 106,7). Y cuando descargan sus penas ante Él, son ellos los que comienzan a escuchar. Se hace realidad el primer mandato de la ley bíblica “Shema Isarael, Adonai” (Dt 6,4). Escucha Israel. He tenido la experiencia de entregar una Biblia a una persona agnóstica y atormentada por su privación de libertad que se la leyó completa porque allí escuchó la Palabra que daría un nuevo sentido a todo su sufrimiento. Semanalmente la actividad que hacemos es escuchar la Palabra de Dios, como Dios les habla en sus vidas.
El voluntario también tiene que estar dispuesto a escuchar, Dios le habla a través de los internos. Hay frases que se me han quedado grabadas: “Toda la semana es gris, el día que venís los voluntarios y nos reunimos, ese día comienza mi semana” . Otro joven nos dijo que no sabía rezar, porque no se acordaba del Padre Nuestro, pero que Dios era su amigo, porque la noche que tocó fondo tirado en la calle, con frío, sólo, desesperado, agotado escuchó al Señor y arrepentido hizo la oración más visceral y sincera. A todos nos conmovió y nos hizo cuestionar la sinceridad y autenticidad de nuestra oración.
La pastoral penitenciaria es una verdadera escuela de escucha a Dios y a los demás.
P. Sergio García Pérez, O.SS.T.
Capellán Centro Penitenciario de Botafuegos (Algeciras)