«Encontró primero a su hermano Simón y le dijo…» (Jn 1, 41-45)
Con la llegada del whatsapp los móviles no dejan respirar a más de uno anunciando un nuevo mensaje recibido. Algunos de los mensajes son personalizados, otros, fruto de un simple apretón a la opción “a varios”. Siempre me han sorprendido aquellos mensajes que tienen la pretensión de dar la vuelta al mundo, y los que te avisan del apocalipsis de la desaparición del whatsapp sino envías un mensaje a 12 destinatarios, y concluyen con el manoseado: “Pásalo”.
Cuando recibo estos mensajes me pregunto si tan importante es lo que expresan como para tener la presumida intención de llegar a cuantas más personas mejor, da la impresión que hubiéramos encontrado el elixir de la felicidad y sintiéramos la necesidad de hacer beber a todo el universo de él. Me pregunto si merece la pena pasar esto. Todo tiene su tiempo y veo almacenados en mi móvil, mensajes que han caducado en contenido, deseos que quedarán en deseos y, la sola satisfacción de estar en la libreta de direcciones de personas a las que quiero.
Esto del PÁSALO, no es nuevo. Siempre que lo escucho o leo me recuerda a dos hermanos y a dos amigos que aparecen en el evangelio de Juan: Andrés y Simón (Jn 1,41), Felipe y Natanael (Jn 1,45). Hombres sencillos y trabajadores, hombres de su tierra y de su mar de Galilea, inquietos y buscadores de “algo más” en su vida y que, sencillamente, se encontraron con Jesús. Me gusta imaginarme a estas dos parejas de hermanos y amigos charlando y explicándose lo que viven y lo que sienten, “pasándose” cosas sustanciales.
Andrés había encontrado a Jesús; es uno de los que “fueron”, “vieron” y se “quedaron” con Él y, después de su experiencia, tenía necesidad de expresar lo que había experimentado, decidió empezar por los de casa y le contó a Simón, su hermano, lo que había visto y sentido. Andrés decidió “PASARLO”. Decidió que lo que había vivido era tan importante como para dar la vuelta al mundo y llegar al corazón de tantos y de tantas. De este modo, su hermano Simón, también dio el paso para encontrarse con Jesús. Igual sucedió con Felipe y Natanael. Felipe caminando había encontrado a Jesús y recibió su invitación a seguirle, pero en los preparativos de su marcha decidió ir a ver a su amigo Natanael a quién le PASÓ sus sentimientos sobre el mensaje de Jesús.
Siempre me han apasionado las mediaciones, quizá por su sencillez. Una palabra, un gesto, una invitación, contar una experiencia, participar en ella, puede ser el desencadenante de una vida diferente. En mi vida y en mi vocación ha habido y hay muchas mediaciones. Creo que no te estaría escribiendo si no fuera gracias a ellas. Percibo que Dios ha escogido lo cotidiano para decirme que está a mi lado y que he de PASARLO a quien me encuentre. No dudes que tu vida también está plagada de mediaciones, siempre hay un Andrés o un Felipe que nos dicen adónde han ido, qué han visto y cómo han mantenido su amistad con Jesús; incluso, si me apuras, tú eres Andrés o Felipe para muchos. La clave, me parece, no PASAR cualquier cosa, sino dar contenido a lo que PASAMOS. Yo no pasé los mensajes de whatsapp que no eran tan fundamentales, pero esto que te escribo no he podido guardármelo, por eso, si te parece: PÁSALO.
Ignacio Rojas Gálvez, osst