Constato que muchas veces en nuestra vida de fe damos por supuestas cosas que en el vivir cotidiano no están tan claras. El versículo que hoy comento pertenece a la carta escrita por Pablo a los gálatas. Los gálatas, descendientes de los celtas, eran un grupo de comunidades cristianas que residían en lo que actualmente es la zona centro de Turquía. El apóstol Pablo en uno de sus viajes les había explicado el evangelio y ellos lo habían acogido de buen grado. No obstante, después de la visita de Pablo, otros predicadores cristianos impusieron a los gálatas una serie de normas, prácticas y ritos propios del mundo judío. Y los gálatas las asumieron de buen grado. Cuando Pablo se enteró de que se habían sometido a una vivencia ritualista de la fe, montó en cólera y les escribió la que comúnmente es conocida como la “carta de la libertad”.
Nos enredamos y nos enredan… Nos consideramos libres y vivimos atados. Atados por prejuicios, atados a modelos “estándar”, atados a la autosatisfacción,…; atamos, nos atan y nos dejamos atar. Paradójicamente, desde nuestra libertad acariciamos nuestras ataduras pensando que en ellas hemos encontrado la verdadera libertad. Y, de repente, un día percibes que estás inmerso en la búsqueda de un perfeccionismo utópico que tiene más de irreal que de humano. La llamada de Pablo a la libertad es, en definitiva, una llamada a la autenticidad. Sin saber cómo, ni porqué, en ocasiones, te descubres enmarañado y necesitado de oxigeno, como si la libertad se hubiera convertido más en una conquista personal que en un regalo del Dios del Amor, auténtico Señor de tu vida. Entras en la dinámica del hacer, del construirte, del trabajarte buscando ser más perfecto, y caes en la cuenta que al final la perfección es un limitado logro tuyo, un trampolín de tu yo que te conduce a un salto en la seca piscina de la autocomplacencia, te sientes insatisfecho…
“Para la libertad nos ha liberado Cristo”. Libérate, delinea en tu proyecto las claves de una ascesis que te ayude a romper los moldes de la satisfacción del propio yo, de la búsqueda de ti mismo, de la vaciedad. Quizá este es tu momento, el momento de apostar por la libertad, por la búsqueda de lo auténtico sin mercadear, de lo evangélico sin rebajas de temporada. Ser libre es apostar por aquello que da sentido a cada una de tus acciones, palabras y gestos. Y esa libertad, Cristo te la ha regalado ya. Y tú, ¿buscas ser perfecto o auténtico?
P. Ignacio Rojas, osst