La Sinodalidad como una nueva recepción de la eclesiología del Concilio Vaticano II
El objetivo de la XVI Asamblea del Sínodo de los obispos (4 al 29 de octubre de 2023) no ha sido ni se pretende construir ni inventar una Iglesia nueva, sino hacer crecer a nuestra Iglesia en la comunión y en la misión.
El Sínodo ha de entenderse como un proceso o camino en el que se involucre a todo el pueblo de Dios. En efecto, el papa Francisco piensa que el Sínodo, si bien se configura como un organismo esencialmente episcopal, debe estar atento a lo que el Espíritu inspira al pueblo de Dios, porque el Obispo no es solo maestro, sino también discípulo, que vive su fe y camina junto a este pueblo. Por eso, en la constitución del Sínodo, se dice que es “un instrumento apto para dar voz a todo el pueblo de Dios” (Papa Francisco, Constitución Apost. Episcopalis Communio, 18 de septiembre de 2018, nº 6).
El Sínodo es, sobre todo, un acontecimiento espiritual. No tiene nada que ver con un parlamento ni con otros ámbitos de discusión y debate de temas. El Sínodo es, sobre todo, un acontecimiento de plegaria y de escucha de lo que el Espíritu pide a nuestra Iglesia. El papa Francisco da mucha importancia a la adoración: “Adorar, dar espacio a la adoración, a lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia”.
El Sínodo es un proceso de discernimiento comunitario que se realiza en la escucha de la Palabra de Dios y en la oración. El discernimiento parte del convencimiento de que Dios sigue hablando y actuando en la historia, y por eso, nosotros tenemos que escuchar lo que dice.
Es un tiempo para hablar con valentía y parresia, es decir integrando libertad, verdad y caridad. Sólo el diálogo nos hace crecer. Una crítica honesta y trasparente es constructiva y útil, mientras que no lo son la vana palabrería, los rumores, las sospechas o los prejuicios.
En el Sínodo ha habido dos grandes enemigos: los que, desde el principio, lo despreciaron y minusvaloraron y los que promovían y esperaban un cambio radical en la Iglesia. Grupos integristas que temen que el proceso abierto por el papa Francisco ponga en cuestión la fe de la Iglesia. Para estos integristas el resultado del Sínodo está compuesto de panteísmo ecológico, sincretismo, neopaganismo, humanismo secular, relativismo y, sobre todo, marginación definitiva de la Tradición, la Escritura y el Magisterio.
Por otro lado, están los progresistas que pedían y desearían que se aprobase el matrimonio homosexual, se eliminaría el celibato obligatorio o se admitiría a las mujeres a las órdenes sagradas. Estos grupos también han pretendido manipular el Sínodo.
La Sinodalidad no es una ideología, sino “una experiencia arraigada en la Tradición Apostólica”. No olvidemos que la Tradición debe entenderse de manera dinámica, porque, ella progresa en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo. El depósito de la fe no puede considerarse una realidad estática, porque Dios, que habló en el pasado, continúa dialogando con la esposa de su amado Hijo (la Iglesia) (cfr. Dei verbum 8).
El concepto de Sinodalidad no se encuentra explícitamente en la enseñanza del Concilio Vaticano II, si bien está en el corazón de su obra de renovación.
El tema de la Sinodalidad “no es el capítulo de un tratado de eclesiología, menos aún una moda, un eslogan o el nuevo término a utilizar o manipular en nuestras reuniones. La Sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión” (Discurso del papa Francisco a los fieles de la Diócesis de Roma, 18 de septiembre de 2021).
El concepto de Sinodalidad tiene tres dimensiones:
- Ante todo, la Sinodalidad, designa un estilo peculiar que califica la vida y misión de la Iglesia entendida como Pueblo de Dios que peregrina.
- Sinodalidad designa aquellas estructuras y procesos eclesiales en los que la naturaleza sinodal de la Iglesia se expresa a nivel institucional tanto a nivel local (consejos, asambleas, sínodos) como regional (provincia eclesiástica, conferencia episcopal) o universal (concilios ecuménico y sínodo de los obispos).
- La Sinodalidad designa, por último, la realización puntual de aquellos acontecimientos sinodales en que la Iglesia es convocada por el Papa para discernir una cuestión particular.
La Iglesia y sínodo son sinónimos (san Juan Crisóstomo), porque la Iglesia no es otra cosa que el caminar juntos de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor.
La Sinodalidad es una categoría que ya había adquirido carta de ciudadanía en el ámbito eclesial, pero dentro de una innegable ambigüedad conceptual y terminológica, dentro de la cual Francisco introduce criterios de discernimiento y marca el camino a seguir (Eloy Bueno). Por otro lado, el énfasis de la Sinodalidad, asociado a la idea de una reforma de la Iglesia en salida misionera, ha introducido una dinámica de innovación en la Iglesia que ha conducido a Santiago Madrigal a hablar de una nueva fase de la recepción del Vaticano II.
No estamos ante algo totalmente nuevo, pues el proceso sinodal está radicado en la tradición de la Iglesia y se desarrolla a la luz de lo que dice el Vaticano II sobre la Iglesia misterio y como pueblo de Dios, llamado a la santidad. Pero, se trata, sin duda, de una nueva recepción de la eclesiología conciliar.
El Cardenal de Irak, Luis Sako, subrayó que la Sinodalidad es un elemento natural de la Iglesia, que quedó sofocado cuando pasó a convertirse en Iglesia del imperio.
La Sinodalidad debe penetrar todas las acciones de la Iglesia
La Sinodalidad es, en primer lugar, un estilo, un talante, una manera de vivir la fe. Hay que avanzar hacia una cultura sinodal, indicando con ello que la Sinodalidad es una manera de ser que debía penetrar todas las acciones de la Iglesia.
Es muy importante hacer participar de este estilo a todo el pueblo de Dios. Ha de llegar a muchos y por eso, como dijo en una intervención José Vicente Nácher, arzobispo de Tegucigalpa, “es mejor pequeños pasos de muchos que grandes pasos de pocos”.
La Sinodalidad puede entenderse como el caminar de los cristianos con Cristo y hacia el Reino, junto con toda la humanidad; orientada a la misión, la sinodalidad comporta reunirse en asamblea en los diversos niveles de la vida eclesial, la escucha recíproca, el diálogo, el discernimiento comunitario, la creación del consenso como expresión del hacerse presente el Cristo vivo en el Espíritu y el asumir una corresponsabilidad diferenciada.
Un tema importante que apareció en el Sínodo fue el de la relación entre amor y verdad. No hay amor sin verdad, pero hay verdad sin amor, y por eso, el que ama de verdad se hace cargo de las dificultades del otro, hasta hacerlas propias. Jesús de Nazaret en su vida supo unir la verdad y el amor. Porque la verdad de la que Jesús es portador no es una idea, sino la misma presencia de Dios en muchos de nosotros; y el amor con el que obra no es solo un sentimiento, sino la justicia del Reino que cambia la historia.
¿Qué deberíamos cambiar para que aquellos que se sienten excluidos puedan experimentar una Iglesia más acogedora?
La respuesta está en lo que dijo el papa Francisco a los jóvenes en Lisboa: “La Iglesia con las puertas abiertas para todos, todos, todos”.
Sin embargo, si deseamos una Iglesia más sinodal, los pobres deben ser los protagonistas del camino de la Iglesia. Los pobres no pueden ser objetos de la caridad de la Iglesia. Son compañeros de camino y, por ello, deben ser tratados con respeto y reconocimiento.
El Sínodo también tuvo presente otro tipo de pobreza, la pobreza espiritual, que se entiende como la falta de sentido de la vida. El narcisismo y el individualismo que caracteriza la cultura contemporánea llave a muchos al vacío existencial. La comunidad cristiana también está llamada a caminar junto a las personas que tienen sed de sentido.
La Iglesia no sólo debe hacerse próximo de los pobres sino también aprender de ellos.
La actitud de escucha y acogida necesita estar enraizada en una fuerte espiritualidad. La Sinodalidad ha de nacer del interior; sin la conversión personal y comunitaria se queda en el vacío.
En el discurso de apertura del Sínodo, el papa Francisco repitió que “el Sínodo es un camino que realiza el Espíritu Santo. Los protagonistas del Sínodo no somos nosotros, es el Espíritu Santo, y si le damos lugar al Espíritu Santo, el Sínodo irá bien”.
La Sinodalidad se plasma y alimenta de la Eucaristía. La comunión celebrada en la Eucaristía y que de ella se deriva configura y orienta los caminos de la sinodalidad. La celebración de la Eucaristía evita que la Iglesia sea una institución meramente humana (Mons. Vincenzo Paglia).
Descubrir nuestra dignidad bautismal
Si queremos crecer en la Sinodalidad resulta esencial redescubrir el valor del bautismo y la dignidad que confiere a cada uno. Antes de cualquier distinción de carismas y ministerios, todos nosotros hemos sido bautizados por el Espíritu Santo para formar un solo cuerpo ( 1 Cor 12, 13).
La Unción del Espíritu, recibida en el bautismo y la confirmación, otorga a los creyentes un instinto respecto a la verdad del Evangelio, llamado sentido de la fe (sensus fidei). Este instinto consiste en una cierta connaturalidad con las realidades divinas y en la actitud a acoger intuitivamente lo que es conforme a la verdad de la fe. En la constitución Lumen Gentium del Vaticano II se recoge la afirmación de que el pueblo de Dios goza del sentido de la fe y que es infalible al creer (in credendo). Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de fe – el sensus fidei- que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios (cfr. LG 12). El sensus fidei capacita a todos en la dignidad de la vocación profética de Cristo, para que puedan discernir cuáles son los caminos del Evangelio en el mundo presente. Y el sensus fidei impide separar rígidamente entre Ecclesia docens y Ecclesia discens, ya que también la grey tiene su olfato para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia.
El sesus fidei tiene dos dimensiones, una personal y otra comunitaria. El Sínodo subraya la dimensión comunitaria del sentido de la fe, que otorga a todos la capacidad de discernir: “Los procesos sinodales valoran este don y permiten verificar la existencia del consenso de los fieles (consensus fidelium) que constituye un criterio seguro para determinar si una particular doctrina o praxis pertenece a la fe apostólica.
El Sínodo sobre la Sinodalidad quiso ser, desde el inicio, un acontecimiento ecuménico, como revela el hecho de comienzo con una vigilia ecuménica y la participación de representantes de diversas iglesias y confesiones no católicas. Si queremos recorrer la senda de la sinodalidad, es preciso que todos los bautizados caminemos juntos. El bautismo es el principio y fundamento del ecumenismo.
El camino Sinodal no puede quedar limitado a los católicos. Una Iglesia auténticamente sinodal no puede dejar de implicar a todos los que comparten el mismo bautismo. Los hermanos y hermanas no católicos han recibido el baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo (Tit 3, 5) y tienen el sensus fidei. Asimismo, todos los cristianos atesoramos la Palabra de Dios revelada en las Escrituras. El Bautismo y la Biblia nos unen, y deben ser nuestro motor común para seguir avanzando.
¿Qué se espera de los ministros ordenados en una Iglesia sinodal?
La vivencia de la Sinodalidad pide que los sacerdotes vivan su ministerio desde el servicio. En el Sínodo se habló mucho del clericalismo, que es el origen de todo tipo de abusos. El clericalismo nace de una mala comprensión de la llamada divina, que lleva a concebirla más como un privilegio que como un servicio, y se manifiesta en un estilo de poder mundano que rehúsa dar razones. “El clericalismo es un látigo, es un azote, es una forma de mundanidad que ensucia y daña el rostro de la esposa del Seño; esclaviza al santo pueblo de Dios” (papa Francisco).
El ministerio sacerdotal es una verdadera diakonia (servicio). Hemos de preguntarnos porqué en los grupos sinodales de nuestras diócesis ha sido común la sensación de que los sacerdotes actúan demasiado autoritariamente.
Es necesario un cambio de mentalidad, para que los pastores comiencen a considerar a los laicos no solo como colaboradores, sino como verdaderos corresponsables de la vida y misión de la Iglesia. Esto implica escuchar al laicado a la hora de decidir las cosas que afectan a la vida de la comunidad. Los laicos deben tomar parte activa en la toma de decisiones. Es indispensable que se consulte a los laicos al poner en marcha los procesos de discernimiento en el marco de las estructuras sinodales.
La rendición de cuentas es parte integrante de una Iglesia sinodal. Por eso, en el Sínodo se piden estructuras que evalúen la actuación de sacerdotes y diáconos, de los obispos e incluso de los nuncios apostólicos (Informe de Síntesis, 11, k).
¿Qué decir de la diversidad de los ministerios en una Iglesia ministerial?
La Sinodalidad conduce a reconocer la diversidad de vocaciones y carismas, estando atentos a los dones que el Espíritu ha sembrado en la comunidad, a la variedad de carismas y ministerios que diseñan el rostro sinodal de la Iglesia.
El obispo de Mongomo (Guinea Ecuatorial), Juan Domingo Esono, recordó oportunamente en el Aula el texto de la Lumen Gentium 30: “Saben los Pastores que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo”.
Sin embargo, surgió la duda de si la manera más adecuada de implicar a los laicos en la vida de la Iglesia era instituyendo ministerios. Unos estaban a favor de multiplicar los ministerios, como una forma de dar participación a los laicos. Otros temían que esta multiplicación de los ministerios condujera a una clericalización del laicado. “Existe el peligro de clericalizar a los laicos, creando una especie de élite que perpetúa las desigualdades y las divisiones en el Pueblo de Dios. Además, había también el temor a que los laicos quedaran envueltos en tareas intraeclesiales y sufriera detrimento su papel en la transformación del mundo” (Mons. Francisco Conesa Ferrer, Hacia una Iglesia más sinodal (2024)). .
En el Instrumentum laboris se decía que una Iglesia misionera debería ser totalmente ministerial. Pero esta expresión puede prestarse a malentendidos, porque se puede entender como que deben multiplicarse los ministerios en la Iglesia. Por ello, se pidió que se profundizarse en su significado, para clarificar eventuales ambigüedades.
Se sugiere instituir ministerios nuevos: un ministerio que pudiera conferirse a parejas casadas para apoyar la vida familiar y para acompañar a las personas que se preparan para el sacramento del matrimonio.
A propósito de las mujeres, se lanza una pregunta: “Si se necesitan nuevos ministerios, ¿a quién corresponde el discernimiento? ¿a qué nivel y con qué modalidades? La función de los ministerios en la Iglesia, reclama evidentemente una profundización en su contenido e implicaciones (Mons. Francisco Conesa Ferrer).
Sin formación no se puede vivir la Sinodalidad
Preocuparse de la propia formación es la respuesta que todo bautizado está llamado a dar a los dones del Señor, para hacer fructificar los talentos recibidos y ponerlos al servicio de todos.
La formación requiere no sólo recibir unas enseñanzas, sino que requiere, en primer lugar, la conversión a la lógica del Reino. Y a su vez que todo el pueblo santo de Dios es protagonista de su formación. Se indicó, también, que el modelo de toda formación son los itinerarios catecumenales de iniciación cristiana, que tienen como centro el anuncio del Kerigma (cfr. Papa Francisco, Evangelii gaudium, 174-175).
Existe una particular preocupación por la formación de los futuros sacerdotes. En diversas ocasiones se manifiesta, con temor, que algunos sacerdotes jóvenes y no tan jóvenes, parecen demasiado formalistas y poco cercanos al pueblo de Dios. Se desea evitar las actitudes clericales y autoritarias.
Un subrayado importante es que todo el pueblo de Dios debe estar ampliamente representado en la formación de los ministros ordenados. En particular, las mujeres deben tener un papel importante en los programas de formación de los seminarios.
Para evitar las deformaciones del sacerdocio se pide que, desde el principio, haya un contacto vivo con la comunidad, con el día a día del pueblo de Dios y evitar crear en los seminarios ambientes artificiales, separados del pueblo de Dios. Y sobre todo que los seminaristas tengan una experiencia concreta al servicio a los más necesitados.
Corresponsables en la común misión
El ejercicio de la corresponsabilidad es esencial para la sinodalidad y es necesario a todos los niveles de la Iglesia. Ahora bien, se trata de una “corresponsabilidad diferenciada” ( Mons. Roberto Repole). Creemos que esta expresión es acertada porque distingue la responsabilidad propia del ministro ordenado y la que corresponde al laico. Todos somos corresponsables, pero de diferente manera, porque en la Iglesia hay diversidad de ministerios, carismas y vocaciones: cada uno según su vocación, con su experiencia y competencia.
En el Documento de la Comisión Teológica Internacional (CTI) sobre la Sinodalidad se distingue entre el proceso de discernimiento para elaborar una decisión y la decisión pastoral: “La elaboración es una competencia sinodal, la decisión es una responsabilidad ministerial” (CTI nº 69). Pero esta decisión sólo se puede tomar después de haber escuchado atentamente y haber discernido juntos qué es lo que más contribuye a la edificación de la Iglesia.
Aquí está bien recordar este texto de san Cipriano de Cartago: “Nada sin el obispo, nada sin vuestro consejo -el de los presbíteros y diáconos- y sin el consentimiento o consenso del Pueblo (San Cipriano, Epistola 14, 4).
En la Sinodalidad se trata de una corresponsabilidad no competitiva porque no se trata de ver quién manda más o quien domina sobre el otro, sino de colaborar todos para el crecimiento del único cuerpo de Cristo. Está bien recordar aquella sentencia de Charles Moeller: “Nadie debe hacerlo todo; cada uno ha de hacer lo que le compete”.
¿Qué decir de los laicos en la vida de la Iglesia?
Aquí hay que destacar una cuestión pendiente que es resolver la relación entre la potestad de orden y la potestad de jurisdicción. ¿Puede el laico ejercer esta potestad de orden al recibir el encargo pastoral?
La praxis del papa Francisco es encomendar a los laicos y religiosos ministerios que suponen potestad de jurisdicción. En la Constitución sobre la curia “Predicate evangelium” (19 de marzo de 2022) se dice expresamente que la reforma de la Curia “debe prever la participación de los laicos, incluso en funciones de gobierno y responsabilidad. Su presencia y participación es también esencial, porque cooperan por el bien de toda la Iglesia”.
Se trata de una cuestión abierta. En la Síntesis se pide profundizar en la relación entre sacramento del Orden y Jurisdicción, para precisar los criterios teológicos y canónicos que están a la base del principio de compartir las responsabilidades del obispo y determinados ámbitos, formas e implicaciones de la corresponsabilidad.
¿Cómo puede la Iglesia de nuestro tiempo cumplir mejor su misión mediante un mayor reconocimiento y promoción de la dignidad bautismal de las mujeres?
Es urgente garantizar que las mujeres puedan participar en los procesos de decisión y asumir roles de responsabilidad en la pastoral y en el ministerio.
¿Puede la mujer acceder a los ministerios ordenados y de manera específica, al diaconado?
Lo que se pide es que se siga adelante con la investigación teológica y pastoral sobre el acceso de las mujeres al diaconado, que el papa Francisco había puesto en marcha (envío al artículo de Phyllis Zagano, “Las mujeres, el diaconado y el Sínodo. ¿Y después?” en Phase 64 (2024) 201-214.
Todos discípulos, todos misioneros
La Sinodalidad está vinculada a la misión. El crecimiento en la comunión es para ser una Iglesia en salida misionera. Si centramos demasiado la atención en la Sinodalidad y nos olvidamos de la misión, corremos el peligro de la autorreferencialidad, de quedar cerrados en las discusiones sobre nosotros mismos y no abrirnos al anuncio del Evangelio.
Como se explica en la Síntesis, la sinodalidad nos introduce en la dinámica de la Santísima Trinidad en la que la comunión intratrinitaria conduce a salir al encuentro de la humanidad. Mejor que decir que la Iglesia tiene una misión, afirmamos que la Iglesia es misión. Porque dar testimonio del Evangelio forma parte de la esencia de la Iglesia. Y cada Iglesia local debería ser capaz de pensarlo todo desde la misión.
La dignidad recibida en los sacramentos de iniciación hace a todos corresponsables en la misión común de evangelizar. Todos somos “discípulos misioneros”.
Si la Eucaristía es, como la fuente de la Sinodalidad, ella será también la fuente de la misión: “La misión de la Iglesia continuamente se renueva y se alimenta en la celebración de la Eucaristía”.
La evangelización se realiza dentro de una cultura donde existen otras religiones, por eso la Iglesia es consciente de que el Espíritu puede hablar a través de la voz de hombres y mujeres de toda religión, convicción y cultura (cfr Nostra aetate 2). Pero, los cristianos tienen también el deber de llevar a Cristo a esas culturas. En la evangelización emerge una tensión entre el anuncio explícito de Jesús y la valoración de las características de cada cultura, buscándole los trazos evangélicos (semina Verbi) que ya contiene.
La Iglesia tiene el reto de anunciar el Evangelio respetando lo propio de cada cultura y, al mismo tiempo, transformándola, lo que solo puede hacer con humildad y respeto, “quitándose las sandalias” (Ex 3, 5) para el encuentro con el otro.
Finalmente, no olvidemos que vivimos en una cultura digital. Hoy es necesario contar con misioneros digitales, personas que acerquen al mensaje del Evangelio a todos los que buscan en las tables y las redes sociales un sentido para su vida, sanar sus heridas o simplemente ser amados.
Conclusión. Y ahora, ¿qué?. El Sínodo continúa.
Ahora toca que la Sinodalidad vaya penetrando en la vida de nuestras comunidades, un estilo y una forma de actuar, en la que aprendamos unos de otros a caminar juntos y a crecer como evangelizadores. El Sínodo nos hace pensar no en otra Iglesia, pero sí una “Iglesia distinta”, abierta a la novedad que Dios le quiere indicar (Papa Francisco).
Es una exigencia ante todo para los ministros ordenados, para que den pasos a una concepción del ministerio menos clerical y más inserta en el pueblo de Dios. Pero también debe cambiar la manera de pensar de muchos laicos, que viven pasivamente su pertenencia a la Iglesia, sin implicarse en la vida de la misma y en la misión común.
Es necesario una conversión espiritual profunda como base a cualquier cambio estructural; si falta profundidad espiritual, la sinodalidad continúa siendo una renovación superficial; no basta con crear estructuras de corresponsabilidad, si falta la conversión personal a una sinodalidad misionera.
¿Cómo sucederá esto? Se preguntó María de Nazaret, después de haber escuchado la Palabra. La respuesta es una sola: quedarse a la Sombra del Espíritu y dejarse envolver por su potencia.
Juan Pablo García Maestro, osst
Universidad Pontificia de Salamanca