En estos días en los que celebramos el Corpus Chisti, se nos invita a reflexionar sobre la Eucaristía, un sacramento fundamental en la vida de cualquier cristiano, recordamos especialmente a Carlo Acutis, cuya vida es un gran ejemplo de devoción y amor hacia este sacramento.
Podíamos comenzar diciendo que la palabra Eucaristía, cuyo significado etimológico nos lleva a entenderla como «reconocimiento» o, mejor aún, como «acción de gracias», es mucho más que un rito; es un verdadero encuentro profundo con Dios.
Muchas veces, dejamos de lado este encuentro por diversos motivos, aunque todos tienen un mismo trasfondo. Nos decimos que existen otras posibilidades que nos acercan más a Dios, que no nos gustan las homilías del sacerdote, o que no lo consideramos necesario porque somos creyentes no practicantes. Estas excusas nos llevan a convencernos de que podemos vivir la fe a nuestra manera, sin la Eucaristía. Sin embargo, la vida de Carlo Acutis nos muestra un camino diferente.
Carlo, un joven apasionado por María y por la Eucaristía, nos enseña que la Misa dominical es un momento crucial que da sentido a todo lo que hacemos durante la semana. A pesar de su juventud y sus intereses, como la informática y las redes sociales, Carlo veía la Eucaristía como el centro de su vida. Solía decir que «la Eucaristía es la autopista al cielo» y que «todos nacen como originales pero muchos mueren como fotocopias». Sus palabras nos recuerdan que la Eucaristía es un regalo que nos renueva y fortalece, y desde ahí nace la necesidad del encuentro dominical.
Quienes participamos de la Eucaristía dominical reconocemos el bien que nos hace y cómo nos ayuda a centrarnos en lo verdaderamente importante de nuestra vida: Dios. Este momento nos prepara para afrontar la semana con confianza y gratitud. Cuando nos preguntan qué nos aporta la Eucaristía, podemos decir que nos permite volver a casa renovados y con el alma purificada; o que nos ayuda a aliviar nuestra cruz y ganar en libertad.
En la celebración eucarística encontramos el origen de nuestras vidas y la raíz de nuestra identidad. Somos el pueblo de Dios, que celebra y vive unido a Cristo, quien se entrega por nosotros. Este encuentro es una celebración y un recuerdo continuo de lo que ha acontecido, lo que acontece y lo que acontecerá en nuestras vidas. En la Eucaristía, nos reconocemos y descubrimos tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades. Y con esa carga, avanzamos como familia que parte y reparte sus dones.
Pocas cosas se necesitan para “dar gracias”, el reconocer nuestra identidad de pueblo que camina, un corazón abierto y dejarse abrazar por la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Cada domingo se nos ofrece la posibilidad del encuentro verdadero con Aquél que nos impulsa a vivir en plenitud. Siéntete invitado a vivir.