TODOS LOS SANTOS
1 de noviembre de 2023
LECTURAS
Primera lectura
Del libro del Apocalipsis (7,2-4.9-14):
Yo, Juan, vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes había encomendado causar daño a la tierra y al mar: «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.»
Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.»
Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro
Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén, alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, amén.»
Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido?»
Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.»
Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero.»
Salmo 23,1-2.3-4ab.5-6
R/. Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.
Quién puede subir al monte del Señor?
Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.
Segunda lectura
De la primera carta del apóstol san Juan (3,1-3):
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se purificará a sí mismo, como él es puro.
Del santo evangelio según san Mateo (5,1-12):
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
HOMILIA I
(1 – NOVIEMBRE – 2023)
EXÉGESIS: Mateo 5, 1 –12.
Fiestas de la Memoria. Estas dos jornadas de los santos y de los difuntos son “fiestas de la memoria”. La memoria es necesaria para los pueblos y para las personas. Los pueblos sin memoria no tienen futuro; las personas sin memoria pierden su identidad. Memoria (recordar) significa, “volver a pasar las cosas por el corazón, pero sobre todo las personas”. Es importante recuperar la memoria, porque todos nosotros, hombres y mujeres, somos “seres recibidos”. “Me recibo más que me hago a mí mismo”. La experiencia nos dice que lo más importante de la vida, lo más decisivo de ella, no lo conquistamos, lo recibimos. Mi ser se recibe de otros – de la naturaleza, de Dios, de otros seres humanos – por eso puedo hacerme a mí mismo. Nos hacemos seres humanos porque somos recibidos en un contexto familiar amoroso, porque crecemos en un contexto cultural dado, contamos con una urdimbre de lazos afectivos que nos son regalados; somos pues seres recibidos.
La fiesta de todos los santos se dirige sobre todo a nuestra historia colectiva: somos miembros de la Humanidad y de una Iglesia que es el Pueblo de Dios. Del sentirnos seres recibidos brota nuestro agradecimiento. Fueron personas de toda raza y cultura, sexo y condición social. Con peana o sin peana; de unos tenemos noticias, de otros no. Todas estas personas fueron gratas a Dios; posiblemente desconocieron que el pan que daban al hambriento se lo daban al mismo Cristo, pero vivieron las bienaventuranzas.
Bienaventuranzas que son el mejor camino para la felicidad definitiva, el camino que han seguido los Santos de todos los tiempos. ¡Sorprendentes Bienaventuranzas! Situación Inicial: “Al ver la multitud, subió al monte y se sentó y se acercaron…”. Se diferencia cada uno de los momentos: multitud, monte, sentarse. El resultado es un cuadro influenciado por el recuerdo del Sinaí, momento constituyente del pueblo de Dios, monte por antonomasia. Jesús emerge en el papel de Yahvé confiriendo a Moisés las Tablas de la Ley. La forma de la enseñanza está en consonancia con la solemnidad del marco: Palabras pausadas y cadenciosas con repetición. Bienaventurados…porque….
COMENTARIO
Es muy duro ser pobre, sincero, humilde en nuestro mundo. Se presta atención al mentiroso o al poderoso. Estos suelen triunfar, los otros son olvidados. Y sin embargo, Dios escoge lo necio y lo ignorante; es el mensaje de Mateo.
La Teología del “resto de Israel” tuvo gran importancia en el AT. Es un grupo que sobrevive a la catástrofe de Israel. Es un “resto santo” que ha puesto su confianza en Dios. Está formado por gente pobre abierta a Dios. Esto sabe a “bienaventuranza”.
Son personas hechas y derechas entroncadas en los valores del Reino. Se han dedicado, disponibles, en la tarea de dar sentido humano al universo. En nuestra fe cristiana vamos más allá del recuerdo; proclamamos que no sólo nos queda el recuerdo del ser querido, sino que nos queda él mismo. Nos queda el mismo ser querido, viviendo la plenitud de la vida al lado de Dios. Sí: perviven ellos mismos, bienaventurados, con su personalidad no disuelta, con lo mejor de sí mismos, bienaventurados, con su personalidad no disuelta, con lo mejor de sí mismos, con sus vínculos llenos de cariño, con el corazón lleno de nombres. Así lo creemos esperanzadamente de nuestros seres queridos. Y aunque la fe no elimina las lágrimas humanas, estamos convencidos de que el dolor de la ausencia no arrinconara la esperanza de que viven una vida plena junto a Dios.
Este Evangelio de Mateo es para las personas de origen judío. Ningún otro pueblo conoce tan bien su historia y sus personajes. Jesús, como un nuevo Moisés sube a la montaña. Pero todo es más cercano: el marco escénico invita a aproximarse con Él, todos suben. Enfermos de todo tipo, endemoniados, gentes venidas de muchas partes, Galilea, la Decápolis…Co ellos, “lo mejorcito del Reino”, Jesús está decidido a poner en marcha un nuevo pueblo. Desde luego no es un sermón: nada de castigos, riñas, rollos lejanos. Son criterios para identificar al discípulo de Jesús.
En la fiesta de todos los santos recordamos que el camino hacia Dios pasa por las bienaventuranzas. Pertenecemos a Dios y llevamos su marca. Nada, ni nadie nos puede arrancar nuestro más legítimo título. Nuestra plenitud de siempre es Dios. En esa plenitud están ya los discípulos que nos han precedido y desde ella nos alientan.
Manuel Sendín, O.SS.T.
HOMILIA II
Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos, la fiesta de esa «muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas», la fiesta de esa multitud que San Juan, en la visión del Apocalipsis, contemplaba «de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos», para simbolizar el triunfo de su fidelidad a Cristo, pues ellos son «los que han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero».
Los santos son los que han unido su vida y su muerte a Cristo, y por eso participan ya de su mismo destino de gloria en el cielo. Ellos son los que, habiendo seguido a Cristo por el camino de las bienaventuranzas, han sido admitidos a la presencia y compañía de Dios mismo en la Jerusalén celeste; por eso en este día celebramos con alegría «la gloria de los mejores hijos de la Iglesia».
Hoy, al hacer memoria de todos los santos, reavivamos en nosotros la esperanza de la vida eterna y nos animamos y consolamos con ella en las dificultades y pruebas de esta vida. Porque en los santos «encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad». Ellos, con su estilo de vida evangélico y con sus obras llenas de amor a Dios y al prójimo, nos muestran el camino que conduce a la Patria; los santos además nos acompañan a nosotros en nuestro camino hacia la misma meta con su poderosa intercesión; es lo que hemos pedido en la oración: «concédenos, Señor, por esta multitud de intercesores la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón».
Hoy, en este día de Todos los Santos, celebramos con la Iglesia entera la fiesta del gozo y de la esperanza cristiana, esa esperanza de la que ya participan por la misericordia de Dios los santos, todos aquellos hermanos nuestros que han sido fieles al Señor durante su peregrinación por este mundo.
He aquí, en palabras de San Juan, el futuro y la esperanza de los cristianos: «Queridos hermanos: ahora somos ya hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es». Nuestro destino es ‘ver’ a Dios que significa: entrar en el fondo inagotable de su misterio, participar de su misma vida inmortal, ser admitidos a su divina presencia en calidad de hijos. La visión de Dios es la meta de nuestra fe y el fin de nuestra esperanza. Entonces veremos con los ojos de Dios, seremos felices con la felicidad de Dios, viviremos por siempre en la luz y el gozo de la Trinidad eterna.
Entonces «seremos semejantes a él, porque el veremos tal cual es». Ser semejantes a Dios: este es el final de nuestro camino, para eso fuimos creados, para vivir en Dios, para vivir de Dios por toda la eternidad. Esta es la vida de los Santos, la vida que nos aguarda al término de nuestra peregrinación por este mundo. «Ahora somos ya hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos».
Pero el premio de esta esperanza que hoy celebramos, no se alcanza sin esfuerzo, sin lucha, sin compromiso. El Reino de Dios, meta y consumación de nuestra esperanza, no lo alcanzarán sino sólo aquellos que trabajan día a día por la paz, que son misericordiosos, que tienen hambre y sed de justicia, que hacen lo posible por aminorar los sufrimientos de los hermanos, que denuncian sin miedo las injusticias de los poderosos, que son fieles a Jesucristo a pesar de los desprecios y persecuciones.
En medio de un mundo sin apenas esperanza, marcado por el derrotismo y la resignación, la fiesta de Todos los Santos nos recuerda que el cristianismo es ante todo una gran esperanza: la esperanza de vivir para siempre junto a Dios en compañía de los santos, si es que en esta vida somos fieles al Evangelio de Jesús, expresado resumidamente en las bienaventuranzas, que son la Carta Magna del Reino de Dios, la Ley, con mayúscula, de todo cristiano que aspire a entrar un día, con todos los Santos, en la Patria del cielo.
José María de Miguel, O.SS.T.