San Juan Bautista de la Concepción, Reformador de la Orden de la Snatísima Trinidad
14 de Febrero
Mateo 16: 24 – 27
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará.
Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?
«Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
HOMILIA
Exégesis: Mateo 16, 24-27.
Nos encontramos en el primer anuncio de la pasión y resurrec-ción. La fórmula «a partir de entonces» ya la habíamos encontrado «desde entonces comenzó Jesús a proclamar» (4, 17). Jesús le acaba de recordar a Pedro que no se ponga delante de Él como un obstáculo, sino detrás como un discípulo: «Ponte detrás de mí». La segunda parte de esta perícopa es el evangelio de hoy, que explica y amplía lo dicho a Pedro repitiendo una llamada vocacional, «Quien quiera seguirme […] y me siga». Renunciar a uno mismo sugiere la idea de dejar el propio proyecto, la propia mentalidad, para vivir según el proyecto de Dios. «Cargar con su Cruz»: no sólo ser capaces de sufrir por la causa de Jesús, sino sobre todo optar por una vida orientada a la voluntad del Padre. Una vida que tiene como centro la entrega total, al igual que Cristo. Quien opta por la Cruz de Jesús ha ganado su vida, aunque a los ojos humanos parezca que la pierde. Esta vida celestial tiene un valor muy superior a la terrenal que aquí deja. El seguidor de Jesús, con la práctica de un discipulado fiel, recibirá el premio prometido a sus desvelos.
«Si uno quiere salvar su vida la perderá». Hay frases que lo dicen todo. Palabras tan paradójicas, pero con las que Jesús te invita a vivir como Él: agarrarse ciegamente a la vida puede llevar a perderla, arriesgarla generosamente lleva a salvarla. El discípulo no puede convertir el deseo de salvar la vida en el objetivo de su existencia; la vida de verdad, que trasciende la presente, es un regalo del Hijo del Hombre. La adhesión a Jesús que nos «descentra» de nuestro yo, nos fragua como creyentes y nos hace vivir como comunidad de discípulos nacida de Él.
Comentario
1. San Juan Bautista de la Concepción: Un hombre descentrado de sí mismo por Dios, por la Reforma.
«Venid detrás de mí ». Deja de lado tu proyecto de vida, tu mentalidad, vive según el proyecto de Dios. No conviertas el salvar tu vida en el objetivo de tu existencia. Morir biográficamente para vivir biológicamente en el proyecto de Dios que en él bullía. En el interior de la biografía del Reformador se va gestando un proyecto que apunta a un fin distinto del de su itinerario externo de fraile calzado. Con los carmelitas de Almodóvar, frailes pobres, descalzos y recogidos aprende algo más que gramática.
El 28 de Enero de 1596 sube como predicador calzado al púlpito de Sevilla; lleno de Dios y de hábito trinitario, baja descalzo. Predica un raro sermón sobre las excelencias de la Orden Trinitaria. En ese mismo momento, en Valdepeñas, los hábitos calzados se tornan descalzos. Sin embargo él resiste abiertamente su inclinación a la descalcez. Aún está viva su personalidad de calzado. Este su yo biográfico (predicador, elegante, propietario, calzado) que se convierte en pararrayos de tormenta a dos leguas de Écija es derribado cerca de una venta. Hace su opción definitiva: «Yo quedé recoleto…» Cambio que llega hasta la voluntad del Comisario. Descentrado ya de sí mismo, de su personalidad calzada, interpreta el sueño místico del crucificado en Valdepeñas. Con todas estas sensibilidades acumuladas se determina a ir a Roma. Son los primeros asomos de su vocación descalza en un proyecto de vida nueva. En él empeñará su nueva personalidad, la que acaba de aflorar a la superficie en su vida. Desde ahí relee ahora sus 36 años de existencia, desde esta voluntad de Dios.
2. La nueva vida descentrada de sí mismo.
La certidumbre en su nuevo itinerario se la proporciona el Cristo del Doctor Baeza. Necesita compañía y ¿Qué compañía mejor que la de Cristo? Así le reza: «Sé tú mi buen Jesús, mi compañero, mi ayuda, ándate conmigo, estémonos juntos. ¿Por qué, Señor, no te irás conmigo?» y le tendrá por compañero toda la vida, no sólo los días siguientes. En este ambiente tiene la visión de la Vía Longara. Se le quedó tan impresa que recordará todos los detalles: Puente de Sixto V, hospital, puerta de un carpintero. Se enamora de su nueva vida de trabajos (la descalcez), la aceptó, la quiso, la escogió, la abrazó, la amó y la reverenció. El espaldarazo de ser obra de Dios se lo da el P. Bruno. «No le dé pena, Padre. Esta Religión se hará sin falta y le enviará Dios muchos sujetos». Espaldarazo que confirmará el Breve de la Reforma.
3. «Que cargue con su cruz y me siga». «El que la pierda por mí la encontrará».
Esta vida de enamorado entra en la dinámica del perder – ganar. «Diréis que me he perdido, / que, andando enamorada,/ me hice perdidiza y fui ganada». La presencia de la cruz en su vida es señal de que Dios no lo ha abandonado. Ha dejado gustos por cruz y los disfraces de Dios le muestran que no tiene ni lo uno, ni lo otro. «Por vos, exclama, os dejé a vos; por hallaros en gustos os dejé en gloria». Se ve crucificado sin cruz, porque no reconoce la cruz que tiene.
Sus deseos y el amor a los hermanos de Socuéllamos en su visita a los conventos de La Mancha convierten su cariño en ansias de cruz. Para él era el «cargue con su cruz». Ante un convento enfermo, él, que es el Provincial exclama: «Con grandísimas veras he pedido y deseado las enfermedades de todos y que todos estén buenos». La enfermedad que sufrió en los días siguientes la interpreta como que Dios ha escuchado su oración.
La visita a la Descalcez del P. Andrés de Velasco (1608) es para él la cruz más dura: intenta la muerte de su vida vocacional y descalza. Espina clavada en su corazón para el resto de su vida; quiere deshacer la Descalcez y que se quede sólo en Recolección. La cruz de esta visita ya no dejará de darle vueltas en la cabeza; sólo la vencerá pensando que es prueba de Dios a la Reforma.
La última cruz de su vida que le durará hasta el final será después del Segundo Capítulo Provincial. Marginado y errante, pero obediente a sus superiores, con la obra de Dios (su Reforma) atascada por la «prudencia humana» (de los que creyendo que cumplen con los hombres no cumplen con Dios).
4. Todas estas cruces, provenientes de Dios y de los hombres, se trocaron en alegría.
El 8 de Enero de 1613 (un mes antes de su muerte) se impuso en el Definitorio Provincial la opinión «de los que deseaban que aumentase el número de conventos» y se determinó encomendar la tarea fundacional, «con poder absoluto», ¡Nada menos que al Reformador!.
Así, al menos oyó cómo se derribaba el muro que impedía las fundaciones. La cruz se trocaba, se trasformaba en gustos.
Manuel Sendín, O.SS.T.