Estamos en proceso sinodal. Desde octubre de 2021 en que el Papa Francisco abrió el Sínodo de la sinodalidad, caminamos juntos -que eso significa la palabra sínodo- en una manera de ser y estar en la iglesia; distinguiendo que no es un acontecimiento puntual, ni un método para hacer las cosas, o un programa. Es un itinerario que arrancó en el Concilio Vaticano II, a la luz de la eclesiología del Puelo de Dios. La Lumen Gentium fue el documento que cambió radicalmente el concepto de iglesia, pero con el trascurrir del tiempo, algunos aspectos de la misma quedaron un tanto en la sombra.
Sin embargo, el Espíritu Santo tiene sus momentos y uno de ellos ha sido el papado de Francisco quien ha querido retomar la sinodalidad como fruto de profundizar el Concilio Vaticano II.
Pero el Sínodo de la Sinodalidad lleva en sí mismo tres conceptos: participación-comunión-misión que el mismo Papa quiso desglosarlo de esta manera y que ninguno de ellos puede sernos indiferentes porque se relacionan entre sí.
Comunión Trinitaria
Nos vamos a detener especialmente en la comunión. Con la petición evangélica de que “todos seamos uno”, queremos ahondar en ese caminar juntos que nos une en la raíz fundamental de nuestra fe -el bautismo- que nos iguala en dignidad.
Y desde esa comunión acogemos, incluimos, no dejamos a nadie fuera, como hace el Dios Trinidad, Dios relación, que nos manifiesta la comunión fraterna, y que se revela de un modo pleno en la encarnación en Jesucristo, para “poner su tienda entre nosotros” y a partir de ese momento nada de lo humano puede sernos ajeno.
Dios contemplando el mundo que sale de sus manos, se enamora de él y lo abraza enviando a su Hijo, porque no se puede abrazar sin tocar. Por eso como cristianos es bueno que nos preguntemos por nuestra actitud ante el mundo, por esa mirada contemplativa para dejarse afectar, impactar por lo que sucede y pasar a la acción comprometida y en coherencia.
Pero no siempre vemos las cosas como son, sino que las vemos como somos, a través de los ojos proyectamos nuestro corazón, quizá con prejuicios y etiquetas fijas, pero también esa mirada al mundo transforma nuestros sentimientos y comenzamos a mirarlo con bondad, con comprensión, con amor generoso y perdonador.
Y para hacer la comunión, en este mundo teñido de pluralismo, necesitamos escuchar y desde nuestro ser más profundo, acoger todo y discernir lo que ayuda más a la comunión y lo que nos divide y separa.
Nuestra vida trinitaria
Como hijos e hijas de un Dios Trinidad estamos invitados a proyectar nuestra vida en un compromiso por un mundo más justo, solidario y fraterno. Y debemos comenzar por considerar a la persona, a todo ser humano, como imagen de su creador y por tanto ser tratado como tal. Re-conocer en cada rostro humano la huella -no siempre perceptible- de su origen divino.
Desde ese punto de partida las relaciones interpersonales deberían ser en la línea de familia humana, hijos y hermanos, unas relaciones que se proyectan hacia el bien común, hacia un mundo habitable para todos los seres humanos.
Y si hablamos de vida arraigada en la Trinidad nos estamos refiriendo a una intensa experiencia de comunión con la misma en el servicio de atención a los cautivos, pobres, enfermos, marginados, a las personas privadas de sus derechos, ofreciéndoles la libertad de los hijos de Dios.
Este carisma no se ofrece solamente a la Orden Trinitaria, sino a la iglesia y al mundo, hoy especialmente necesitado de esos frutos; ser alivio, bálsamo, caricia, para tantas personas heridas, necesitadas de escucha amorosa y tierna, de sentirse abrazadas en su sed infinita de caminar erguidos y no doblados por el peso de injusticias y malos tratos.
Es momento de agradecer el proceso sinodal que estamos viviendo y recuperar el sentido trinitario de nuestra vida, para que nuestra iglesia viva cada vez más fuertemente enraizada en Dios Padre, Hijo y Espíritu.
Mª Luisa Berzosa Gonzalez
Religiosa Hijas de Jesús