25 de noviembre de 1765: Muere en Villoruela fr. Manuel Bernardo de Ribera y Manteca, trinitario calzado, historiador, literato, filósofo, teólogo, matemático, moralista, jurisconsulto, catedrático, predicador y miembro de las Reales Academias de la Historia y de la Lengua.
Manuel Bernardo de Ribera y Manteca nació en Salamanca en 1720. En la ciudad del Tormes entró en la Orden trinitaria, estudió en su Universidad, en la que alcanzó el grado de doctor y las Cátedras de Escoto y San Anselmo. Fue Ministro del convento salmantino de la Trinidad calzada, cronista general de la Orden y regente de los estudios del Colegio mayor de los trinitarios en Salamanca. Dotado de una prodigiosa memoria, aprendió la Suma Theologica de santo Tomás de Aquino; experto en griego y latín, Ordeñana lo comparó a Melchor Cano en la elegancia con que hablaba la lengua latina. Fue académico de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia Española, consultor de la Inquisición y de la Universidad de Salamanca.
Fue propuesto para un obispado cuando le sobrevino su última enfermedad. Enviado por los superiores al convento de trinitarias de clausura en Villoruela, para reponerse, allí le sorprendió la muerte a los 45 años. Al llegar a Salamanca la noticia de su fallecimiento, su biblioteca personal, con muchos manuscritos suyos, de gran valor, fueron regalados por los superiores a diversas personalidades; se conocen los títulos de algunas de estas obras, que abarcaban las más variadas ramas del saber. Fr. Manuel Bernardo de Ribera fue uno de los mayores eruditos de la España del siglo XVIII. (Pedro Aliaga, en la web de la R.A. de la Historia).
Añadimos algunas líneas de la oración fúnebre por la muerte de fr. Manuel Bernardo, escrita por el jesuita Manuel I. de Ordeñana. “Él fue Amante de la Sabiduría, y justamente merece este título […] por lo bien que desempeñó sus obligaciones. Estas las consideraba con respeto a sí mismo y con respeto a sus prójimos: por lo que miraba a sí, cumplió con la obligación de estudiar para ser verdaderamente docto; y por lo que tocaba a sus prójimos, procuró serles provechoso con los frutos de su estudio. […] No pudo correr muchas tierras, como un Pitágoras, un Platón y otros para hallar la Sabiduría, que andaba como fugitiva por el mundo. Pero sin salir de Salamanca, y metido en su celda, supo por medio de los libros tratar con los mayores hombres, para enriquecer su entendimiento con sus mejores noticias. Con deseo de servir a la Iglesia, estudió lo bueno, para saber defenderlo, y examinó también lo malo, para rebatirlo. Investigó los secretos de las Matemáticas, revolvió los Comentarios de la antigua Filosofía, examinó las observaciones y meditaciones de la Moderna, para adoptar o importar sus principios con conocimiento de causa. […] Madrugaba mucho, previniendo al Sol con algunas horas, aunque se recogía bien tarde, y su primer cuidado era llamar a las puertas de la Eterna Sabiduría con atenta meditación y oración devota. Después de esta preparación celebraba el Santo Sacrificio del Altar, y en celebrarle y dar gracias llenaba una hora muy cumplida. […]
Buscaba la Sabiduría por el camino de las virtudes, que es el único que a ella conduce: la buscaba por la oración, por el retiro y por una vida austera. […] Y las buscaba primer con humilde temor en su fuente, que es Dios: las buscaba también en los libros, por sin olvidar a Dios entretanto. De este modo su estudio mismo le estimulaba a buscar más a Dios, y su memoria le endulzaba el amargo y fastidioso trabajo que trae consigo un constante estudio. […]
Oh, quiera la Trinidad Beatísima, a quien con viva fe adoraste, purificadas las manchas que contrajiste en el deleznable polvo de este mundo, concederte el descanso eterno, […] pues trabajaste y afanaste en el seco estudio de las Ciencias, logra el fruto dulcísimo que nade esta raíz amarga, Truéquese tu retiro en la compañía de los Bienaventurados, tus congojas en pura y serena alegría, en gozo perpetuo tu llanto y en descanso sempiterno tu afán laborioso.”