Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos
Evangelio según san Marcos (6,7-13)
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
HOMILIA- I
Exégesis: Amós 7, 12-15.
Amós expulsado de Betel. Nacido en el Reino del Sur (Tecoa, 760-750) es enviado a predicar al Norte. Israel goza de una gran prosperidad: las «vacas gordas». En medio de la paz, una voz estridente. Es el profeta Amós que ataca a la gente importante: reyes, gente rica, jueces. No se respeta el derecho, ni la justicia. Sólo cuentan los poderosos, los débiles son aniquilados. Choca también con la religión institucionalizada: Amasías, el sacerdote de turno, ataca la Palabra de Dios por defender su profesión. Por eso ordena que se vaya Amós. El sacerdote lo teme y no quiere ser cómplice de su muerte. Por eso 1e invita a abandonar el Reino del Norte. Duda como el burócrata, entre la fidelidad al que le da de comer y el respeto al carismático. La respuesta del profeta es clara: no necesita predicar para vivir. Lo hace por encargo divino y anuncia el castigo.
Marcos 6, 7-13.
«Llamó a los doce y los fue enviando». Vocación y misión, llamada y envío: son dos momentos complementarios. El envío complementa el «Fue llamando a los que él quiso y se fueron con él». El estilo de estos misioneros mantiene hoy su validez: sencillez y desprendimiento. Nada que sepa a interés puede desacreditar el mensaje.
Sacudir el polvo de los pies: significa que el lugar es considerado pagano, no obstante estar enclavado en Israel y que sus habitantes no forman parte del verdadero Israel.
Predicar: Proclamar, hacer público algo. El texto tiene antece-dentes en la elección de los doce y en la actividad de Jesús. La actividad de los doce es un calco de la de Jesús: proclaman la necesidad del cambio, expulsan demonios, curan enfermos. Van con lo puesto, para poco tiempo y para despertar conciencias dormidas.
Comentario
Es necesario que alguien nos coja por la solapa y nos diga: ¡Despierta, cambia de modo de pensar y de actuar! ¡Realiza obras portentosas que atestigüen que el Reino de Dios está aquí!
Ahora corresponde a los doce el proclamar lo que han visto y oído. Jesús sabe que se tendrán que enfrentar al mal. Les indica que es necesario un cierto estilo de pobreza, se tendrán que acomodar a las circunstancias. Poco a poco los doce van consiguiendo autonomía y se dan cuenta de que son capaces de hacer lo que hace Jesús. Como el enviado va en nombre del que lo envía debe permanecer. allí hasta cumplir su misión (Amós, los Doce).
Sacudir los pies no debe identificarse con intolerancia: se recibe la buena noticia ni histórica, ni psicológicamente. No es una catástrofe la disminución de cristianos: es una oportunidad de recuperar la calidad que se perdió en la cantidad.
Dios envía desde lo pequeño: Aún pastor, cultivador de higos, lo elige para profeta, es la palabra de Dios en medio de su pueblo; los envía de dos en dos y hacen milagros. Tú también eres enviado y a veces te dan gracias, a ti que ante Dios siempre serás un pobre pastor y un cultivador de higos y que casi siempre estás en la higuera.
Manuel Sendín, OSST
HOMILIA- II
SALIERON A PREDICAR
“Voy a escuchar lo que dice el Señor: ‘Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos”. Esta actitud del salmista debe ser la nuestra cada vez que se nos proclama la Palabra de Dios. En Jesucristo esa ‘paz’ que Dios nos anuncia y regala es el Evangelio ofrecido a todos los hombres. Esa fue la tarea de Jesús y la que encargó a sus discípulos.
1. Les envió de dos en dos
El relato evangélico que acabamos de escuchar hay que enten¬der¬lo desde la experiencia del fracaso de Jesús en su pueblo de Nazaret, según el testimonio del mismo evangelista que leíamos el domingo pasado, donde nos decía que sus paisanos "desconfiaban de él… Por eso no pudo hacer allí ningún milagro… Y se extrañó de su falta de fe". Este rechazo de los suyos debió de impresionar fuertemente a los discípulos, por eso Jesús tomando pie de este incidente, los envió a predicar la buena noticia del Reino de Dios con la recomen¬dación expre¬sa de que no se resignaran ante el fracaso ni ante la falta de éxito: 'si en un lugar no os reciben, id a otro'. Pues si a Jesús le cerraron casi todas las puertas, no hay que esperar que los discípulos las vayan a encontrar todas abiertas. A los Doce “se les encarga predicar la conversión, y no se les promete el éxito. El éxito no importa: si no se les escucha, deben marcharse e intentarlo en otra parte”(Hans Urs von Balthasar). Les envía de dos en dos, para que la palabra de Jesús que van a anunciar tenga la garantía de dos testigos y, sobre todo, como apoyo mutuo en el difícil cometido de anunciar el Evangelio. Entre dos se comparten mejor los peligros de una aventura que se presenta muy cuesta arriba. Jesús les manda con el encargo de continuar y extender su propia misión: lo que él predica y ofrece, eso mismo han de anunciar los discí¬pulos: la conversión del corazón, para acoger el Reino de Dios, que Jesús anuncia y trae como don de su propia persona a los que creen en él. Por eso les transmite su propio poder sobre los espíritus inmundos, es decir, les da poder para expulsar demonios y curar enfermos: los discípulos han de actuar como actuaba Jesús; han de combatir contra las fuerzas del mal. Este es el poder que les confiere Jesús. No se trata de un poder para deslumbrar e imponerse al estilo de los poderes económicos, políticos y militares de este mundo, sino que se trata de la fuerza del Espíritu Santo que Jesús les trasmite para apoyar y dar credibilidad a la palabra que van a anunciar. Es un poder contra el mal y al servicio de la salvación. Que no se trata de un poder según los criterios de este mundo se ve enseguida por el equipaje que llevan: 'un bastón y nada más', que fueran con lo puesto. Jesús les envía a predicar el evangelio en suma pobreza: es que han de anunciar el evangelio de aquél que vino a este mundo en un establo y no tiene donde reclinar la cabeza. Jesús les manda en pobreza, porque han de anunciar a los pobres, los primeros, que son bienaventurados, porque suyo es el Reino de Dios.
2. En pobreza
La pobreza de los discípulos da credibilidad a su predicación y es un testimonio elocuente de su confianza en solo Dios: él protegerá a los que sirven a la causa de su Reino. Siempre en la historia de la Iglesia, la pobreza de los discí¬pulos o su compromiso con la liberación de los pobres, ha sido el signo más convincente -y a la vez el más conflictivo- de la verdad del mensaje que anuncian. Es la prueba de su fidelidad al evangelio. Lo ha sido antes y lo es ahora. Por eso convencen tanto los testigos de Cristo que se distinguen por su servicio a los pobres. Ha sido el caso, en nuestro tiempo, de la Madre Teresa de Calcuta, a quien el mundo rico y secularizado de occidente concedió el premio Nobel de la Paz por su entrega a los pobres más pobres del mundo. Es que en ella, en esta pequeña y humilde mujer, vemos personificado el amor de Cristo a los enfermos y moribundos, a los marginados y muertos de hambre. La grandeza de su caridad está en su cercanía a los necesitados compartiendo con ellos su pobreza, viviendo y desviviéndose por ellos para comunicarles el amor redentor de Cristo. Testigos como la M. Teresa, y como tantos humildes misioneros esparcidos por los cinco continentes, son los que hacen creíble el evangelio del amor; por eso Jesús envía a sus discípulos ligeros de equipaje, provistos tan sólo de la fuerza del Espíritu Santo y de la confianza en Dios, que nunca falla.
3. Bendecimos porque hemos sido bendecidos
Como respuesta al don de Dios que se nos comunica en el Evangelio, nosotros bendecimos a Dios y le damos gracias por todas las bendiciones que él ha derramado sobre nosotros, por todos los bienes que nos ha concedido en su querido Hijo. Bendecir a Dios es ser agradecidos, es la oración más hermosa que podemos dirigir a Dios. Bendecir a Dios es sabernos amados por él; la bendición brota del gozo de haber experimentado su cercanía y su salvación. Quien ama bendice; quien odia maldice. Cada uno de nosotros, desde toda la eternidad, estamos en el corazón del Padre. Porque Dios nos amó en su Hijo, por eso estamos aquí. Cada uno debemos sentirnos elegidos, amados por Dios, llamados a la vida para ser santos. Esta es nuestra vocación: "Sed santos, como yo, vuestro Dios, soy santo". La plena realización de nuestra existencia, la realización del sentido de nuestra vida y de nuestra presencia en este mundo, la logramos si nos esforzamos en cumplir con nuestra vocación, cada uno con la suya, pero todos tendiendo a la meta para la que Dios nos eligió en Cristo, “para que fuésemos santos e irreprochables por el amor”. Cumplimos con nuestra vocación si nos dejamos guiar por el amor, si el amor es el alma y el motor de nuestra vida, si rechazamos todo lo que es indigno del nombre de cristianos, que recibimos en el bautismo, y cumplimos cuanto en él se significa: discípulos de Cristo, seguidores de su Evangelio. Porque Dios "nos ha destinado en la persona de Cristo -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos". Esta es la meta y la razón de ser de la vida nueva que Dios nos concedió en el bautismo: llegar a ser hijos de Dios. Por eso en el bautismo fuimos "marcados por Cristo con el Espíritu Santo, el cual es prenda de nuestra herencia", garantía de lo que esperamos, pues quien tiene el Espíritu de Cristo es miembro suyo, miembro de su Cuerpo. El bautismo nos ha introducido en el Cuerpo de Cristo, somos parte de Cristo, y por eso el Padre nos ama en él, y nos bendice por él, su Hijo único. Que nosotros nos llamemos y seamos en verdad hijos de Dios, porque Cristo nos selló con su Espíritu, es la más grande bendición, la mayor gracia que Dios nos ha podido conceder. Tenemos por Padre a Dios; nuestro Padre es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Todas las bendiciones de Dios nos han llegado por Jesucristo: Dios nos eligió en él, Dios nos destinó a ser sus hijos en él, Dios nos perdonó por él. Por eso, Jesucristo es la verdadera bendición que Dios derramó sobre toda la humanidad, sobre todos nosotros. Nada más grande pudo entregarnos que a su propio Hijo y con él toda gracia, toda bendición. Por eso bendecimos a Dios, “Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes”.
Pidamos hoy al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies, para que con su palabra y su vida mantengan vivo el amor de Cristo, para que con su testimonio de servicio a los pobres, el mundo vea que es posible la fraternidad anunciada por Jesús como expresión y fruto de la presencia escondida pero real del Reino de Dios entre nosotros. "Y ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban".
José María de Miguel González OSST