Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
Evangelio según san Marcos (6,1-6):
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
HOMILIA- I
El falso escándalo
A veces los cristianos nos escandalizamos de lo que dicen o hacen otros cristianos, preferentemente si esos otros cristianos son obispos, sacerdotes o religiosos. Este tipo de escándalo farisaico “consiste en rechazar con razones penúltimas lo que habría que aceptar con razones últimas, que se conocen muy bien”(Hans Urs von Balthasar). Para un creyente, la razón última es la fidelidad al Evangelio; la razón penúltima, o sea la disculpa, es justificar el olvido de Dios por lo que los obispos o curas dicen o hacen. Los paisanos de Jesús, aun admirando la grandeza del mensaje que les ha anunciado, lo rechazan porque no saben de dónde lo ha sacado.
1. En la sinagoga de Nazaret
Después de las primeras andanzas misioneras por Galilea, junto al lago de Tiberíades, Jesús vuelve a casa "en compañía de sus discípulos … Y empezó a enseñar en la sinagoga". Podemos imaginarnos la escena. Es en la sinagoga de Nazaret, un sábado, día de fiesta, en el pueblo donde se había criado, donde había vivido la mayor parte de su vida. Un pueblo pequeño, de no más de cien vecinos. Todos se conocen perfectamente, nada de lo que cada uno es o hace escapa a la mirada del prójimo. Un pueblo pequeño que puede ser una familia, o un infierno. Entre los oyentes estaría su Madre. En el relato paralelo de este episodio, que nos ha transmitido san Lucas, se dice que "toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él". ¿Cómo le miraría su Madre? ¿Qué pensamientos discurrirían por su mente al contemplar a su Hijo, dirigiéndose a sus paisanos con una sabiduría tal que "la multitud se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado?". Marcos no nos cuenta qué les enseñó aquel sábado el Señor. San Lucas, sin embargo, dice que abrió el libro del profeta Isaías y empezó a leer aquel pasaje: El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a anunciar la buena noticia a los que sufren y a proclamar el evangelio a los pobres. Empieza el año de gracia del Señor, una oportunidad de salvación para todos, y en particular para los últimos, para los excluidos, para los desheredados de la tierra.
2. Un lenguaje nuevo
Aquel sábado, en la sinagoga de su pueblo, después de proclamar la palabra de los profetas, como hacemos nosotros todos los domingos, Jesús anunció lo que iba diciendo por todas partes: que el reino de Dios está cerca, que se abre paso con él, que este reino no es otra cosa que Dios mismo, que en la persona de su Hijo, nos invita acogerlo, a aceptar la vida que él nos ofrece, su misma vida. Les dejó boquiabiertos, porque este lenguaje sobre Dios era nuevo, porque esta imagen de Dios era diferente; no era un Dios justiciero, vengativo, exigente hasta la arbitrariedad; no era un Dios como el que predicaban los fariseos, un Dios que sólo atendía a los méritos, que recompensaba sólo a los puros, a los observantes escrupulosos de innumerables normas y leyes de todo tipo. El Dios de Jesús era diferen¬te: le importaban los pequeños, los pecadores, los marginados, es decir, toda esa gente que no podía aducir méritos, porque no podía cumplir todo aquel complejo entramado de normas y preceptos que regían la vida de los llamados piadosos. El Dios que anunciaba Jesús no se podía comprar con méritos, porque era pura gracia, puro don, puro amor. Aquel fariseo que en el templo le recordaba a Dios todos los méritos que tenía, porque cumplía todos los preceptos y estaba en regla en todos sus asuntos religiosos, aquel piadoso que oraba con la cabeza erguida no salió justificado del Templo; en cambio el pecador que en el fondo de la nave pedía perdón y confesaba su pecado, ese salió justificado.
3. Y desconfiaban de él
Jesús, aquel sábado en la sinagoga de su pueblo, decía todas estas cosas, porque quería que sus paisanos, aquellos que le conocían de toda la vida, con los que había tratado tanto y durante tanto tiempo, a estos vecinos y amigos suyos Jesús quería descubrirles el verdadero rostro de Dios, que le ha enviado a anunciar esta buena noticia a los pobres, a la gente humilde como todos aquellos que le escuchaban. Pero se desconcertaron; no podían creer lo que oían. Precisamente aquel carpintero, el hijo de María, el hermano, es decir, el pariente cercano de Santiago, José, José y Judas, toda gente conocida, ¿cómo hablaba de aquel modo, con aquella autoridad? ¿cómo decía aquellas cosas? ."Y desconfiaban de él". Algo raro les parecía aquel Jesús, que al cabo de unas semanas fuera de casa vuelve desconocido con aquella sabiduría y con la noticia de los milagros que hacía. A Jesús le perdió la novedad de su mensaje, si hubiera vuelto repitiendo las mismas historias de siempre, con el mismo lenguaje ya trillado de puro sabido, le hubieran escuchado en silencio, alguno se hubiera dormido mientras tanto, y no habría pasado nada. Pero Jesús rompió la rutina, y eso les alarmó. Y por eso le rechazaron, y eso que era un mensaje de gracia de parte de Dios especialmente para ellos, sus paisanos, gente humilde y pobre. Con una enorme tristeza Jesús reconoció: "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus pa¬rientes y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos". Le hubiera gustado tanto desbordar con los suyos, con su gente, la miserico¬rdia de Dios, pero no fue posible. El rechazo de Jesús y de su mensaje del Reino empezó ahí, en Nazaret, por los suyos, por los de su pueblo, que como cuenta san Lucas, al acabar la función intentaron despeñarlo. ¿Qué sentiría la madre ante la incomprensión de sus vecinos? ¿Cuál no sería su dolor y su temor por la suerte del Hijo? "Y se extrañó de su falta de fe". ¿Y de la nuestra? ¿Es viva nuestra fe? ¿Somos capaces de acoger la palabra que Jesús nos anuncia cada domingo, como una interpelación a cambiar de vida, a vivir en comunión con Dios amor, Dios Padre, Dios perdón y reconciliación? "Y se extrañó de su falta de fe". ¿O le oímos como quien oye llover, sin que su palabra nos queme el corazón, sin que nos mueva a renovar la vida y la conducta? Oírle y no acogerle, esta es la debilidad de nuestra fe, como lo fue la de los oyentes del profeta Ezequiel.
Cuando Pablo se quejó de las dificultades que sentía para mantenerse fiel, el Señor le dijo: “Te basta mi gracia”. Somos ciertamente frágiles para cumplir lo que prometemos, para vivir según el Evangelio, por eso necesitamos la gracia que el Señor nos ofrece en la Eucaristía, domingo tras domingo, para que la razón última de nuestra fe que es Dios mismo, no sea invalidada por las razones penúltimas de nuestra falta de amor, coherencia y decisión.
José María de Miguel González OSST
HOMILIA- II
Exégesis: Marcos 6, 1-6.
La imagen del Mesías o del Profeta que tienen los vecinos de Nazaret no es compatible con los antecedentes familiares y profesionales de Jesús. Son manos que curan, son de artesano. Se admiran, preguntan, pero se resisten a responder. El enseñar del texto equivale a proclamar. Es una situación parecida a la de la sinagoga de Cafarnaún, pero en Nazaret el escándalo del auditorio se llama falta de fe. Esta falta de fe consiste en no aceptar que con Jesús el Reino de Dios es una realidad aquí y ahora.
La proximidad física de Jesús produce el escándalo. Sus paisanos encontraban en la cercanía con É1 un obstáculo que les impedía que fuera con Él con quien el reino de Dios llegaba a su plenitud, a ser realidad.
Milagro-Reino. La gente se desinteresa de la buena noticia y sigue a Jesús por el milagro. Marcos es tajante: sobra el milagro donde no hay interés por el Reino. Este interés por el Reino se llama fe, a secas.
Comentario
¿Somos cristianos por el interés en el Reino de Dios o por, nuestros propios intereses?
Ezequiel, profeta incomprendido; Pablo, apóstol descalificado; Jesús, hijo de Dios, rechazado y despreciado, son ejemplos de la debilidad que Dios elige para comunicarnos la fuerza imparable de su amor. Dios quiere que vivamos con la verdad desnuda y este empeño cuenta de antemano con nuestro rechazo. Es bonito cantar el Magnificat, pero es incómodo rezarlo en silencio: Dios tiene ideas partidistas, por los pobres, los humildes.
Profetas rechazados. Han sido muchos a lo largo de los siglos. Sólo queremos oír lo que nos interesa: «Si a mí me han rechazado, también a vosotros os rechazarán». Jesús formó parte de esa larga lista de rechazados.
Dios no rechaza. No rechaza a los que lo rechazan, ama siempre, disculpa siempre, espera siempre. Jesús se extraña de que no se vean los brotes nuevos del Reino y prosigue su camino esperando otra ocasión mejor.
Este es el profeta Jesús, de Él sólo se ha recordado la Madre. Se intenta ofenderlo como un hombre sin pasado, ni porvenir. Los de Nazaret rechazan al Maestro sin escuchar el contenido. No les importa lo que dice. Él es uno de ellos. Ni siquiera sus hermanos creían en él. No reconocemos a Dios porque va vestido como todos. A esto se expuso el Santísimo, a no ser ni reconocido. Para los de Nazaret la Palabra de Dios estaba contenida en los pergaminos que guardaban las autoridades religiosas.
Te hagan caso o no te hagan caso «sabrán que ha habido un profeta entre ellos», dice Ezequiel. Ezequiel, un hombre entre ellos que repite las palabras de Dios y al que el mismo Dios le avisa que probablemente no escucharán.
Jesús, palabra hecha carne, criticado por sus vecinos. Sepamos que un profeta que nos corrige es un regalo de Dios. Sé tú también profeta: en tus relaciones de amistad, en las de pareja, en tu mayor gratuidad, con menos intereses ocultos. Quizás digan que conocen tu vida, tu nombre, tu familia. Haz las cosas por amor y adelantarás mucho. A Jesús lo crucificaron, tú y yo hemos decidido seguirlo.
Manuel Sendín, OSST