Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
Evangelio según san Lucas, 7,11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
HOMILIA- I
Exégesis: Lucas 7, 11-17.
Los actores de esta escena son Jesús, la viuda y su hijo muerto. La ocasión es una visita de Jesús, dador de vida, al pueblo de Naín. Esta ciudad se sitúa a 10 kms. de Nazaret. El nombre significa «la amable y bella». El caserío de Naín se encuentra en el valle de Esdrelón, entre Afula y el monte Tabor. Dos inmensos grupos humanos se encuentran: Jesús entra en el pueblo «acompañado de los discípulos y de una gran multitud», cuando sale de allí el cortejo fúnebre, una viuda a la que «acompañaba un grupo considerable de vecinos». Lucas recuerda en otras dos ocasiones a una hija o un hijo único, como beneficiarios de la obra de Jesús: la hija única de Jairo que estaba muriéndose (8, 42) y el niño epiléptico «te ruego que te fijes en mi hijo que es único» (9, 38). Además, trae a la mente a Elías y la viuda de Sarepta y a Eliseo que resucita al hijo de una viuda en Sunen, la sunamita. Naín y Sunen no distan mucho entre sí. Retomando la tradición de Elías y Eliseo, Lucas presenta a Jesús como los grandes profetas. Por eso, sobrecogidos exclaman: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros».
El Señor sintió compasión. Con este título Lucas designa al Salvador que inaugura el Reino de Dios. Es el título del Señor resucitado, pero ya aparece antes en el evangelio de Lucas unas veinte veces. Proclama la realeza de Jesús constituido Dueño de todo. Pero este Jesús, Dueño de todo, tiene los sentimientos de un corazón humano lleno de delicadeza.
Y lo dio a su madre. Recuerda a Elías: «Elías tomó al niño, lo bajó de la habitación y se lo entregó a la madre» (1 Re 17, 19) Por tanto, Jesús es un profeta como Elías, un nuevo Elías. «Dios ha visitado a su pueblo». «Por toda Judea». La imagen de la visita es un eco del Cántico de Zacarías. En cuanto a Judea, designa aquí todo el país donde viven los judíos. Naín pertenece a Galilea.
Comentario
Al verla, el Señor se compadeció de ella. Jesús se hace cargo de la situación de aquella viuda, sin marido y sin hijo. Una vez viuda, la fuente de su supervivencia estaba en su hijo; está abocada a la desgracia y a la pobreza, está muerta también ella. También se muere por falta de amor. A Jesús nadie lo llama para remediar la situación ni le piden nada, es él mismo quien se muestra compasivo. Pasaba por allí, por los alrededores de Naín y se encuentra aquella escena. No se queda con los brazos cruzados. Es una gran suerte encontrarse con la compasión de Jesús.
Se conmovió en sus entrañas y le dijo: ¡No llores! Jesús ha tomado verdaderamente nuestra naturaleza capaz de sufrir y de compadecerse. Esta compasión es el bíblico amor de misericordia y de ternura. Este amor compasivo es la imagen visible del Dios invisible. Jesús entra en sintonía con los sentimientos de la madre y de la gente que la acompaña y le dice ¡No llores! A este Jesús misericordia le decimos hoy: «Conmuévete de tantas madres que sufren y lloran por sus hijos muertos o desaparecidos. A cada una de ellas diles: «¡No llores!» y a cada hijo muerto, ordénale: «¡Levántate!». Y, en tu compasión «¡devuélvelos a su madre».
¡Joven, levántate!. Se dirige a él como si estuviera vivo. El verbo que utiliza «levántate», «despiértate», es el verbo clave en los relatos de la resurrección: «Realmente ha resucitado el Señor», «ha resucitado». Así lo relaciona el Evangelio con los relatos de la Resurrección. Por tanto, profundamente, es un relato de resurrección. El Señor resucitado presente en la Comunidad de los seguidores de Jesús es el que conecta, a través de los miembros de la Comunidad, con las personas que atraviesan situaciones humanas duras, las consuela y les da la ayuda que necesitan.
Ha surgido un profeta… Dios ha visitado a su pueblo. El Señor resucitado es el profeta presente en la Comunidad y es la señal clara de la visita de Dios a su pueblo. El Reino de Dios es la visita, nueva presencia, de Dios en su pueblo.
Manuel Sendín, O.SS.T.
HOMILIA- II
Divina compasión
En la oración de entrada de esta Eucaristía nos hemos dirigido a Dios como “fuente de todo bien”, y precisamente por eso “escucha sin cesar nuestras súplicas”. Tener esto presente nos ayudará a entender mejor el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo, que podemos resumir con las palabras del salmista: “Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”.
1. “Me escogió y me llamó por su gracia”
Comenzamos por la narración autobiográfica del Apóstol san Pablo: en ella nos cuenta su conversión: “Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba”. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se nos cuenta que Pablo presenció el martirio de San Esteban y lo aprobaba (Hch 8,1), y su fanatismo “hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel” (Hch 8,3); más tarde, “respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Jesús, hombre o mujeres, los pudiera llevar presos a Jerusalén” (Hch 9,1.2). Este era Saulo, el perseguidor de los cristianos.
¿A quién atribuye Pablo su conversión?
A “aquél que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia”, es decir, a Dios Padre que “se dignó revelar a su Hijo en mí”. Cosa que sucedió en el camino de Damasco, cuando fue derribado del caballo y oyó la voz: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él preguntó: ‘¿Quién eres, Señor?’: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch 9,4-5). Jesús le salió al paso y este encuentro cambió la vida del fanático Saulo para convertirse en Pablo el Apóstol de los gentiles. Por eso afirma solemnemente Pablo que “el evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo”. Esto se lo dice a los cristianos de Galacia que empezaban a desconfiar de la verdad de su predicación, y nos lo recuerda hoy a nosotros para que prestemos la máxima atención a sus enseñanzas, que no son suyas sino de Aquel que lo ha escogido y enviado. La conversión de san Pablo, como todas las conversiones después de él hasta las que se dan en nuestros días, tiene su raíz en la gracia de Dios, en Aquél que es “fuente de todo bien”, y nos revela a su Hijo en medio de los acontecimientos de la vida.
2. “Ahora reconozco que eres un hombre de Dios”
Pero la inmensa bondad de Dios se manifiesta de un modo asombroso en los dos milagros que recogen las lecturas bíblicas de este domingo, y que tienen por protagonistas a dos viudas que pierden a sus hijos. En aquellas sociedades, ser viuda y perder al hijo único era equivalente a perder la vida, a quedarse sin ningún apoyo en este mundo. El profeta Elías se encara con Dios: “Señor, Dios mío, ¿también a esta viuda que me hospeda la vas a castigar haciendo morir a su hijo?”. Pero no cede a la desesperación, confía en el poder de Dios y sobre todo en su misericordia: “Señor, Dios mío, que vuelva al niño la respiración”. Y “el Señor escuchó la súplica de Elías”. Él “tomó al niño, lo llevó al piso de abajo y se lo entregó a su madre”.
¿Cuál fue la reacción de esta madre al recobrar a su hijo vivo?
“Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad”. Reconoce a Dios que obra a través del profeta. Una reacción sorprendente que contiene una hermosa lección para nosotros: así como el evangelio que predica Pablo es de origen divino, y como tal lo hemos de recibir, así también las palabras de los profetas que escuchamos cada domingo proceden de Dios, y con la misma actitud agradecida de aquella mujer las hemos de acoger.
3. “Dios ha visitado a su pueblo”
Pero el asombro llega a su colmo en el acontecimiento que nos narra el evangelio, donde se revela no sólo el poder divino de Cristo, sino sobre todo su gran compasión. Cuando llega Jesús a aquella ciudad, “sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda”. La comitiva que acompañaba a Jesús se encuentra con la comitiva que acompañaba a la viuda camino del cementerio. Podemos imaginarnos la escena: el llanto de la madre y de los vecinos que la acompañaban. “Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: No llores”. Antes de acercarse al féretro, consuela a la madre; este consuelo es la máxima esperanza para aquella mujer que sólo pide el milagro con sus lágrimas. Luego Jesús se acerca al ataúd y dijo con voz potente: “¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre”. A diferencia del profeta Elías, Jesús no opera el milagro invocando a Dios, sino que él mismo, que es Dios, obra el milagro: el muchacho vuelve a la vida, y el signo más claro es que habla, recupera la palabra, que es el vínculo de comunicación entre los vivos, que se interrumpe con la muerte. Como hizo Elías, también “Jesús se lo entregó a su madre”. En ambos detalles se muestra la infinita ternura de Dios ante el dolor inconsolable de una madre viuda que pierde a su único hijo.
¿Cuál es la reacción de los presentes?
No se nos dice cómo reaccionó la madre, en el caso del relato de Elías sí, porque era el único testigo; aquí, en el evangelio, se nos dice que fue la multitud de testigos la que manifestó su asombro: “Todos sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. En el signo todos percibieron la intervención de Dios, sintieron cerca de ellos la fuerza del poder divino actuando por medio de Jesús, por eso daban gloria a Dios, por Jesús, como aquella otra viuda dio gloria a Dios por Elías. Y la manera de reconocer esta presencia salvadora la expresan reconociendo en Jesús que “Dios ha visitado a su pueblo”. La visita de Dios en la persona de Jesús es la buena noticia, es el evangelio de la salvación. La relación de Dios con nosotros, los hombres, es siempre así: una relación de amor por sus hijos manifestada hasta el extremo de la cruz de su Hijo, relación que llevó a Saulo a la conversión, y que debe llevarnos a nosotros a sentir confianza y alegría porque Dios nos visita cada vez que nos reunimos en su nombre para escuchar su palabra, el evangelio, y participar de su mesa eucarística. Que el fruto de esta celebración sea el que hemos pedido en la oración de entrada: a Dios que es fuente de todo bien y escucha nuestras súplicas le pedimos que nos conceda “pensar lo que es recto y cumplirlo con su ayuda”. Amén.
José María de Miguel González, O.SS.T.