«¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Evangelio según san Marcos (1,21-28):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
HOMILIA- I
La autoridad de Jesús
La noción de autoridad, y su ejercicio, no goza hoy de mucho prestigio. Como la democracia nos ha dicho que todos somos iguales, que nadie es más que nadie, el viejo principio de la autoridad se ha desmoronado. Cuando se habla de autoridad en seguida se asocia a autoritarismo, a nostalgia del pasado. ¿Qué padres reivindican hoy su autoridad frente a los hijos? Los maestros y educadores ya no pueden apelar a ella. Pero si se hace dejación de la autoridad la educación no es posible, porque el proceso educativo se obstaculiza gravemente cuando a cada uno se le deja hacer lo que quiere. La autoridad es, pues, imprescindible para que la sociedad funcione. Pero ¿qué tipo de autoridad? Desde luego no es aquella que se resuelve en un puro ordeno y mando. Es aquella que trata de aumentar, de hacer crecer y progresar al hombre. Veámoslo a la luz del Evangelio de este domingo.
1. "Se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad". Con estas palabras resume el evangelio de Marcos el impacto extraordinario que produjo la predicación de Jesús entre sus oyentes. Marcos, a diferencia de los otros evangelistas, no nos refiere el contenido concreto de la enseñanza de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. A Marcos le interesa más bien destacar el modo o el estilo de enseñar propio de Jesús, que llenó de admiración a la gente, acostumbrada a escuchar a los maestros de la época, los cuales se limitaban a repetir la tradición de los antiguos, sin más compromisos. Jesús, en cambio, enseñaba 'con autoridad'. Esta es la novedad destacada por los cuatro evangelios. Algo nuevo irrumpe con Jesús.
2. ¿Qué significa enseñar con autoridad? No desde luego emplear la coacción o el miedo, ni menos aún servirse descaradamente del poder o de sutiles amenazas para obligar a la gente a aceptar una doctrina, una ideología o un programa político. La 'autoridad' de que hablamos tiene que ver con la altura moral, con la grandeza de ánimo, con el prestigio de una vida sin tacha. Es la 'autoridad' del hombre moralmente íntegro, sincero, honesto, coherente, veraz. Pero la 'autoridad' de la palabra de Jesús, además de por todo esto, está respaldada por sus 'obras' admirables, por el poder de Dios que actúa en él y a través de él. Por eso, su palabra es eficaz; transforma y sana el corazón del hombre: cumple lo que dice. Ahí está, para demostrarlo, la curación del endemoniado, a quien se dirigió Jesús con soberana autoridad increpándole: "¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió". Jesús se impone sin violencia, habla con autoridad por la fuerza liberadora de su palabra, de manera que "todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y obedecen".
La 'autoridad' de la enseñanza de Jesús, por medio de la cual se abre paso el reino de Dios, se demuestra a través de su victoria sobre el poder del demonio. Así lo dio a entender el mismo Jesús un día: "Pues si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que está llegando a vosotros el reino de Dios"(Lc 11,20). Dios actúa y hace presente su salvación por la palabra y las obras poderosas de Jesús. El es 'el profeta' prometido por Dios cuando los israelitas, después de la imponente revelación del Sinaí, le dijeron a Moisés llenos de miedo: "No queremos volver a escuchar la voz del Señor, no queremos ver más ese terrible incendio; no queremos morir".
3. Pues bien, Jesús de Nazaret es la voz humana de Dios que los hombres han podido oír, él es el rostro visible del Padre que los hombres han podido ver; él es 'el Santo de Dios'. Por eso, las palabras de su boca son 'palabra de Dios': él mismo es el Verbo, la Palabra del Padre, que se hizo hombre y acampó entre nosotros. Por eso, la enseñanza de sus labios es la enseñanza de Dios a los hombres; Jesús nos lo recordó. "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado"(Jn 7,16). Así se explica la severa advertencia que Dios, por medio de Moisés, nos dirige también hoy a nosotros en esta eucaristía: "A él, el profeta de Nazaret, le escucharéis. Y a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas". Se trata de la misma recomendación que el Padre nos hizo oír en la transfiguración del Señor: "Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle". A Dios que nos habla e instruye por medio de Cristo, debemos prestarle la debida atención escu¬chando y meditando asiduamente el evangelio de Jesús, pues su palabra goza de autoridad divina. Por eso es fuente de salva¬ción para los que la acogen con fe. Con razón se nos ha dicho en el Salmista: "Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestros corazones". Es lo que nos pide hoy el Señor: que dejemos sitio en nosotros a la palabra que nos salva, pues esta palabra tiene autoridad y fuerza para cumplir lo que dice.
Jesús hablaba y actuaba con autoridad, y así hacía que los hombres oprimidos por distintas esclavitudes alcanzaran la paz y fueran liberados de sus angustias. Que sintamos la autoridad de su palabra y de su presencia real en esta Eucaristía para que también a nosotros nos alcance la fuerza liberadora que salía de él.
José María de Miguel González, OSST
HOMILIA- II
Exégesis: Deuteronomio 18, 15-20.
Para conocer la voluntad divina, Israel contará con sus profetas. El Señor se revelará siempre a través de ellos, pondrá sus palabras en la boca de su elegido. Israel deberá siempre obedecerlos. Se suscitará un profeta como Moisés, siempre habrá alguien que continúe su misión. El Judaísmo tardío aplicará el relato al Mesías. Para el cristianismo, la respuesta se llama Jesús. Nadie podrá arrogarse el privilegio profético engañando al pueblo, como nadie puede tapar sus oídos a la palabra profética.
Marcos 1, 21-28.
El relato de hoy se sitúa en la sinagoga de Cafarnaún, recién construida. Entran en escena nuevos personajes. Por tanto, el lugar es Cafarnaún; el tiempo, sábado; personajes nuevos, escribas; acción, enseñanza y autoridad. En la escena (vv. 23-27), Jesús realiza su primer exorcismo dentro de la sinagoga.
El espíritu impuro grita para hacerse notar. Jesús no tiene más que su palabra. El espíritu impuro teme a Jesús y se defiende de él. Jesús no le tiene miedo y le hace frente. En su actuación y al medirse con este enemigo, Jesús va diciendo algo de sí mismo. Si no tiene miedo a los espíritus impuros ¿a quién va a temer? Su autoridad y la ausencia de miedo se refuerzan: cuanto menos miedo, más autoridad, y cuanta más autoridad, menos miedo. Los escribas son ineficaces, Jesús es eficaz.
Conclusión (v. 28). Este episodio, como es natural en Marcos, cuenta con más de un final. El primer final narra el éxito del exorcismo: «Salió de él». Con él termina la acción. El segundo final narra la reacción de la gente asombrada.
Comentario
Este relato evangélico carece de fórmulas, de palabras. Sólo «Cállate y sal de él». Sobran palabras. Jesús nos introduce en el Reino, en el Espíritu Santo. Nos invita a entrar en el reino de la ternura, la fraternidad, la libertad. Así acallaremos las fuerzas del mal y podremos liberarnos de tantos males que parecen escaparse a nuestro control. El Reino de Jesús es lo contrario a un hombre y a un pueblo poseídos.
Jesús, catedrático de la palabra. Todos dependemos de su palabra, flecha aguda que nos deja cojeando. Además de sus parábolas, reino invisible de Dios, fíjate: «El que quiera ser el mayor». «No te digo que perdones hasta siete veces…». «Me dan compasión estas gentes…». «No amontonéis tesoros…». «Prestad sin esperar nada en cambio».
Con autoridad. No se limitaba a hacer comentarios: «Habéis leído, pero yo os digo». Ya había vivido lo que aconsejaba antes de hablar: pobreza, perdón. Como vivía tan de Dios, pudo gritar al espíritu inmundo: «Cállate». No es una autoridad legal, ni profesional. La gente de Cafarnaún había oído hablar a muchos hombres en los soportales de Jerusalén con arrogancia y erudición. Lo de Jesús era distinto: no sólo anunciaba la liberación, sino que la practicaba.
Donde habla Jesús no se pueden mantener los poderes oscuros que atemorizan y oscurecen. ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
Manuel Sendín, OSST