Miquel Argemir i Mitjà nació en Vich, Barcelona, el 29 de septiembre de 1591. Sus padres se llaman Enrique y Montserrat, que tuvieron ocho hijos, de los que Miguel era el séptimo. Pertenecía, pues, a una familia numerosa y cristiana, que recitaba diariamente el Rosario, leían los evangelios y los sábados iban juntos al rezo de vísperas en la catedral. Los conocidos decían de Miguel que era un niño bueno. Llamaban la atención su piedad y su espíritu de sacrificio, se cuenta que se acostaba debajo de la cama y que usaba una piedra como almohada. Muy pronto siente inclinación hacia la vida religiosa y por retirarse del mundo, lo que llevó a escaparse de su casa y refugiarse en el Macizo del Montseny para hacer vida como ermitaño. Con apenas once años queda huérfano de sus dos padres y pasó a la tutela de unos tíos que se dedicaban al comercio. Pero Miguel no ponía mucho interés en ese trabajo, lo suyo no era vender y lo despedían de todos los oficios como vendedor. Cuando tiene doce años es admitido como monaguillo en los trinitarios calzados de Barcelona. Comenzó entonces a llamar la atención por su fervor y devoción hacia el sacramento de la Eucaristía.
Al cumplir quince años, en febrero de 1606, se traslada al convento trinitario de San Lamberto, extramuros de Zaragoza, para comenzar su noviciado, siendo su maestro fr Pablo Aznar. Emite su profesión el 30 de septiembre de 1607 y enseguida comienza sus estudios superiores en Zaragoza. Su Maestro de Novicios declaró en el proceso de canonización afirmando que Fr. Miguel era de una humildad profundísima, tenía una especial diligencia para hacer los servicios más modestos y para prestar la ayuda en lo más pequeño. En el mismo año de su profesión pasa por Zaragoza un trinitario descalzo, fr. Manuel de la Cruz, procedente de la nueva fundación de trinitarios descalzos en Pamplona. Fr. Miguel queda prendado del testimonio de santidad y se identifica con ese camino de austeridad y recolección. Siente una voz interior que le llama por el camino de la descalcez trinitaria y le pide ir con él. Es así como el 28 de enero de 1608 comienza su noviciado recibiendo el hábito descalzo en Oteiza, cerca de Pamplona, aunque el noviciado lo realizó en Madrid. Un año después, en Alcalá de Henares, el 30 de enero de 1609 emitía sus votos como trinitario descalzo tomando el nombre de Miguel de los Santos. Es precisamente durante su año de noviciado en Madrid cuando conoce al reformador de la Orden Trinitaria, San Juan Bautista de la Concepción, que en aquel momento era ya Ministro Provincial de la Provincia Trinitaria Descalza del Espíritu Santo.
Fue enviado al convento de La Solana, donde vivió medio año, y al de Sevilla, donde residió más de dos años. En estos años estuvo por poco tiempo en los conventos de Valdepeñas, Córdoba, Granada y Socuéllamos. Después estudió filosofía en Baeza, desde octubre de 1611 hasta mediados de 1614, año en que fue enviado a Salamanca para cursar la teología. De su estancia en la ciudad del Tormes se cuenta que estando el maestro Antolínez predicando sobre el misterio de la Encarnación, fr. Miguel dio un grito y se elevó, como a la altura de un metro, con los brazos en cruz y con su mirada fijamente clavada en un punto misterioso. Así estuvo durante un cuarto de hora. Ante tal fenómeno, el profesor comentó: Cuando un alma está llena del amor de Dios, difícilmente puede esconderlo
Hacia finales de 1616, o a principios del siguiente, regresó a Baeza donde recibió la ordenación sacerdotal y vivió varios años, desempeñando los oficios de confesor, predicador y vicario conventual. Su fama de santo empezó a circular por toda España gracias a las conversiones milagrosas que conseguía. Para preparar sus sermones se pasaba tres días en oración a los pies de un crucificado y otros tres estudiando lo que en el cuaderno había escrito. Celebrando la Eucaristía y predicando con frecuencia se extasiaba, quedaba elevado del suelo, con los brazos en cruz, con la mirada fija en la altura y la cabeza echada hacia atrás. Fue tal la fama que consiguió que pronto le empezaron a llamar el extático, lo que a él mismo le daba poca paz interior y evitaba que le vieran así en público siempre que podía. Dejó reflejadas sus experiencias místicas en un pequeño tratado espiritual que tituló La tranquilidad del alma. El fenómeno místico más famoso, y que él mismo relata, es el intercambio místico de corazones entre Jesús y Miguel, sucedió ante el sagrario cuando estaba de oración una noche de gracia.
A consecuencia de unas fiebres tifoideas, murió el convento trinitario de Valladolid el 10 de abril de 1625, a los 33 años. A pesar de llevar poco tiempo en Valladolid, toda la ciudad se volcó en sus honras fúnebres. Más que un funeral fue una celebración de las maravillas de Dios obradas en fr. Miguel de los Santos. Recibió sepultura en el mismo convento, como era tradición entonces. Con la desamortización la iglesia pasó a ser diocesana y cambió su título a San Nicolás, donde se siguen venerando sus reliquias. El papa Pío VI lo beatificó el 24 de mayo de 1779 y fue canonizado por el papa Pío IX el 8 de junio de 1862.
Su fiesta se celebra el 8 de junio.