"Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad"
Evangelio según san Juan (1,1-18):
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
HOMILIA- I
La Palabra se hizo carne
Exégesis: Isaías 52, 7-10.
Estos versículos forman el célebre y bello poema del «mensajero de la paz» que anuncia «la buena nueva». Poéticamente se ensalzan los pies del mensajero como símbolo de rapidez y de destreza. El mensaje: paz, buena nueva y salvación. El centro del mensaje es la entronización de Dios: «Reina tu Dios».
Como en una representación dramática, la llegada del mensaje-ro provoca en los centinelas un grito de júbilo que resuena en la ciudad: «el Señor regresa a Sión». Hasta las ruinas se unen al coro de júbilo.
Juan 1, 1-18.
Todo el texto gira en torno a la Palabra. Palabra des-carnada (vv.1-13). Palabra en-carnada (vv.14-18).
En los primeros versículos la Palabra carece de cuerpo: es creadora, vida, luz. Los suyos son el hombre, los seres humanos con capacidad de aceptar o rechazar esa Palabra. La aceptación pro-duce filiación divina. En la segunda parte la Palabra está dotada de cuerpo: es Jesucristo.
Comentario
La Palabra descarnada se hace Palabra en-carnada: hoy celebra-mos este hecho. En el Niño Jesús toma cuerpo todo lo que se dice de la Palabra.
La Palabra se hizo carne. No se contentó Dios con llamar a la puerta del esclavo. Se hizo hombre como él. Dios confió en el hombre. Por eso Navidad es un mensaje de optimismo y crea en torno la apertura a los demás.
De distintas maneras nos ha hablado Dios. Hoy lo hace por su querido Hijo. En la historia de la salvación, Dios siempre nos hizo guiños, nos silbó desde la orilla opuesta a nuestro razonamiento: a un pagano como Abraham lo hizo padre de los creyentes…; a un exiliado como Moisés lo hizo libertador; a David, el más pequeño…; a Sara, a Isabel, en su vejez; a una Virgen, madre del Salvador; y al Rey lo deposita en un pesebre. Por eso nuestra alegría cristiana de Navidad es distinta: desde el pesebre y desde la pobreza se acoge más y mejor, se muestra más entrañablemente lo que uno tiene. Y los suyos no lo recibieron. Sólo unos pastores y María y José. Ésta es la verdadera exposición del Santísimo: ex-ponerse a no ser recibido, a tener que huir a Egipto (El pueblo de Israel había venido de Egipto). Exponerse a ser llamado borracho, comilón y ser crucificado.
Navidad es regalo de Dios. Somos lo más importante. Navidad de la alegría: una buena noticia que será motivo de muchas alegrías. Dios camina a nuestro lado. Navidad de la luz: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Dejémonos iluminar. Navidad de los vigilantes: «Que por la noche cuidaban sus rebaños». Ojos vigilantes abiertos: que no nos manipulen la Navidad. Navidad de lo pobre, Navidad de la entrega, se quedó con nosotros. Navidad de la paz. Luna de guerra y paz. Que el Niño traiga en la mano la luna de Navidad.
Manuel Sendín, O.SS.T.
HOMILIA- II
"Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres". Con estas palabras de San Pablo entramos en el misterio de la Navidad; es el anuncio de la buena noticia que el ángel comunicó a los pastores: "Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador". "No puede, pues, haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida"(S. León Magno) que destierra todo temor e infunde en nosotros el gozo de compartir la vida de Dios.
Este es el día de Navidad. En medio de la tiniebla que cubría la tierra, una luz nos brilló, una luz que jamás se apagará: la luz del mundo, Jesucristo, el Señor.
Este es el misterio de la Navidad: la Palabra eterna del Padre, aquel por quien fueron creados los cielos y la tierra, aquel que es Dios con el Padre y el Espíritu Santo, se hace uno de nosotros, se despoja de su rango, entra en nuestra historia pasando por uno de tantos; aquel que es Dios toma la forma de esclavo; aquel que siendo rico se hace pobre por nosotros, Jesucristo, el Señor.
Este es el misterio incomprensible de la Navidad: Dios en la tierra, la gracia con nosotros. "Porque en el misterio santo que hoy celebramos, Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo: el que era invisible en su naturaleza, se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado" (Prefacio Navidad II).
Este es el misterio de la Navidad que en este día celebramos: el Hijo de Dios viene a nosotros, se hace hijo del hombre, para elevar al hombre a la categoría de hijo de Dios. Este es "el maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos" (Prefacio Navidad III).
Aquí está el verdadero fundamento de la dignidad del hombre: no en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sino en el misterio del Dios hecho hombre. Jesucristo es el que da categoría al hombre, el que enaltece y defiende su dignidad: porque Dios se ha hecho hombre, todo hombre lleva en sí el aliento de Dios, la huella de su Creador y Redentor: "Reconoce, cristiano, tu dignidad. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro"(San León).
En este día santo del nacimiento de Jesús, adoramos al mismo Dios en la figura de un niño que nace a la intemperie, en la más absoluta pobreza, pues para él, para el Hijo del Altísimo, no había sitio en la posada.
Este es el misterio que guarda celosamente la noche de navidad: el mundo se hizo por medio de Aquél, cuyo nacimiento celebramos, pero el mundo no le conoció: vino a su casa, y los suyos no le recibieron: tuvo que ser acostado en un pesebre.
Por eso, no es posible celebrar la Navidad hoy olvidándonos de aquella primera Navidad; no es posible una Navidad cristiana, si nos desentendemos de los pobres, si cerramos nuestras puertas al amor, si no vemos en los desposeídos de la tierra, y sobre todo en ellos, el rostro de Dios que es rechazado, que tiene que nacer y morir fuera de la ciudad, en el abandono de los hombres.
La alegría de la Navidad, el gozo por el nacimiento del Salvador, no debiera hacernos olvidar el misterio de la noche de Belén que hoy se repite en los millones de niños que vienen al mundo, como el Hijo de Dios, en la más absoluta pobreza.
Pues que nuestra solidaridad sea signo y señal de esta Navidad de 2017, en la que volvemos a celebrar gozosamente la aparición visible de la gracia y la salvación en el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Que la gloria de Dios que hoy envuelve la tierra traiga la paz a todos los hombres y pueblos del mundo. Amén.
José María de Miguel, O.SS.T.