El Documento de la Comisión Teológica Internacional (CTI), que lleva como título Sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (2018), nos recuerda la participación en la vida sinodal de la Iglesia de las comunidades de Vida Consagrada, de los movimientos y de las nuevas comunidades eclesiales, que pueden ofrecer experiencias significativas de articulación sinodal de la vida de comunión (n. 74). Sin embargo, de esta tercera parte del Documento de la CTI desearía centrarme especialmente en el n. 75, pues en él se habla a lo que está llamada la Teología en una Iglesia sinodal. Dice así el Documento:
“En la vocación sinodal de la Iglesia, el carisma de la teología está llamada a prestar un servicio específico mediante la escucha de la Palabra de Dios, la inteligencia sapiencial, científica y profética de la fe, el discernimiento evangélico de los signos de los tiempos, el diálogo con la sociedad y las culturas al servicio del anuncio del Evangelio. Como en el caso de todas las vocaciones cristianas, el ministerio de los teólogos, al tiempo que es personal, es también comunitario y colegial. La Sinodalidad eclesial compromete también a los teólogos a hacer una teología en forma sinodal, promoviendo entre ellos la capacidad de escuchar, dialogar, discernir e integrar la multiplicidad y la variedad de las instancias y de los aportes. La Teología contribuye a la penetración más profunda del Evangelio” (DV 8)”.
Creemos que actualmente la Teología le afecta esta idea del papa Francisco, que refiriéndose a la fe en la cultura actual, habla de una fe perpleja en una cultura que está en continuos cambios y muy rápidos. Son muchos los desafíos a los que somos interpelados, pero que es muy difícil dar una respuesta; además nos hace ser muy humildes y reconocer que no sabemos qué decir y qué aportar. Dice así el Papa:
“Nuestras sociedades están cambiando. El mundo de hoy es muy distinto al que conocí en tiempos de mi juventud, cuando me formaba. Están naciendo nuevas y diversas formas culturales que no se ajustan a los márgenes conocidos. Y tenemos que reconocer que, muchas veces, no sabemos cómo insertarnos en estas circunstancias. A menudo soñamos con las “cebollas de Egipto” y nos olvidamos que la tierra prometida está delante, no atrás. Que la promesa es de ayer, pero para mañana. Y entonces podemos caer en la tentación de recluirnos y aislarnos para defender nuestros planteos que terminan siendo no más que buenos monólogos. Podemos tener la tentación de pensar que todo está mal, y en lugar de profesar una “buena nueva”, lo único que profesamos es apatía y desilusión. Así cerramos los ojos ante los desafíos pastorales creyendo que el Espíritu no tendría nada que decir”.
Hacer de la Iglesia un lugar intelectualmente habitable
En una sociedad que predomina el pensamiento líquido, el relativismo y la falta de argumentación, es necesario recuperar el valor de la razón, pero sobre todo una fe que quiere comprender (fides quarens intellectum). El Dios cristiano es el Dios de la Fe y el Dios de la Razón. No se puede separar el Dios pensado por los filósofos y el Dios pensado por los teólogos. En su Lectio magistralis en la universidad de Ratisbona, el papa Benedicto XVI afirmó: “No actuar según la Razón es contrario a la naturaleza de Dios”. La experiencia sin razón es ciega, la razón sin experiencia es inhumana.
El teólogo que camina en una Iglesia sinodal, que está integrado en la Comunidad, que dialoga con Cultura actual, deberá unir la experiencia y la razón para que esta sea más humana y la experiencia no sea ciega. Hoy, nuestra teología y pastoral no pueden caer en sentimentalismos y pietismos que no ayudan a dar razón de la esperanza en nuestra cultura.
No olvidemos que “en el principio era el Logos” (Jn 1,1). Logos significa, al mismo tiempo, razón y palabra.
Estamos en un tiempo de cambio y aún no disponemos de la teología adecuada a la altura de la actual conciencia histórica. Hay que tener paciencia para que madure. Pero nunca llegaremos a ella si la teología pierde su identidad. La teología no es fenomenología del hecho religioso, ni historia de las ideas cristianas, ni una exposición catequética y piadosa de la fe. Estas realidades deberá tenerlas en cuenta, darlas por supuestas, aprender de ellas, pero su arte y oficio son de otro orden.
La teología es el logos de la fe, es logos de Dios, ni más ni menos; tal es su grandeza y su límite. Teniendo en cuenta esta identidad, la teología ha de estar permanentemente abierta al diálogo con la sociedad y con la Iglesia. No puede vivir aislada ni encerrada en sí misma. Más aún, su identidad se va construyendo en diálogo y en relación.
En este contexto hay que recordar esta célebre expresión de Friedrich von Hügel: “Hacer de la Iglesia un lugar intelectualmente habitable”. No porque la inteligencia sea lo más importante en la vida humana, o porque la fe sea sin más producto de una razón ilustrada, sino porque no podemos creer si no es a la altura de la conciencia actual. La fe es fruto de la acción gratuita de Dios que sale al encuentro, y de la decisión libre del hombre que arriesga y se decide. En este sentido es acontecimiento y conversión, anunciación y obediencia, provocación y salto. Pero una vez que acontece este milagro de la existencia cristiana, necesitamos razones, argumentos, luz que nos haga razonable y habitable humanamente esa fe que profesamos y proponemos.
El teólogo español Ángel Cordovilla se ha atrevido a afirmar que “en el contexto teológico actual habría que preguntarnos si hemos reflexionado y elaborado la teología equivalente a la que se desarrolló en la primera mitad del siglo XX. En mi opinión, añade el teólogo salmantino, todavía en este aspecto sigue siendo la obra de referencia y no ha encontrado un relevo a la altura de la dignidad de la propia ciencia teológica y de la conciencia contemporánea”.
Una Teología en contacto con la realidad
Para el tema que estamos reflexionando encontramos muy sugerente el discurso del papa Francisco en su visita a Nápoles, con motivo del congreso “La Teología después de la Veritatis gaudium en el contexto del Mediterráneo”, del 21 de junio de 2019.
En el congreso se analizó las contradicciones y dificultades en el espacio del Mediterráneo. Se trata de que nos preguntemos qué Teología es apropiada en el contexto en donde vivimos y trabajamos.
La Teología en un contexto del Mediterráneo está llamada a ser una Teología de la acogida que sirva para desarrollar un diálogo sincero con las instituciones sociales y civiles, con centros universitarios y de investigación, con las autoridades religiosas y con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir pacíficamente una sociedad inclusiva y fraterna y también custodiar la creación.
En el proemio de Veritatis gaudium se menciona la profundización del kerigma y el diálogo como criterios para renovar los estudios, con ello se pretende decir que estos se encuentran al servicio del camino de una Iglesia que pone cada vez más en su centro la evangelización. En el centro no está la apologética, ni los manuales y mucho menos el proselitismo. En el diálogo con las culturas y las religiones, la Iglesia anuncia la Buena Noticia de Jesús y la práctica del amor evangélico que Él predicaba como una síntesis de toda la enseñanza de la Ley, de las visiones de los profetas y de la voluntad del Padre.
Pero en el diálogo existe un síndrome peligroso, que es el <<síndrome de Babel>>. Este síndrome creemos que es la confusión que se origina al no entender lo que dice otro. Este es solamente el primer paso. Pero el verdadero <<síndrome de Babel>> es no escuchar lo que dice el otro y creer que sé lo que piensa la otra persona y qué es lo que dirá el otro. ¡Esta es la peste!
Diálogo no es una forma mágica, pero ciertamente la Teología siente la ayuda, en su proceso de renovación, cuando lo asume con seriedad, cuando es impulsado y favorecido entre docentes y estudiantes, también con las otras formas del saber y con las otras religiones, en especial con el judaísmo y el islam. Los estudiantes de Teología deberían ser educados en el diálogo con el judaísmo y con el islam para comprender las raíces comunes y las diferencias de nuestras identidades religiosas, y contribuir así más eficazmente a la edificación de una sociedad que aprecia la diversidad y favorece el respeto, la fraternidad y la convivencia pacífica.
Se trata de buscar una pacífica convivencia dialógica. Estamos llamados a dialogar con los musulmanes para construir el futuro de nuestras sociedades y de nuestras ciudades; estamos llamados a considerarlos compañeros en la construcción de una convivencia pacífica, también cuando suceden episodios desconcertantes, obra de grupos fanáticos enemigos del diálogo, como la tragedia de la pasada Pascua en Sri Lanka.
Formar a los estudiantes en el diálogo con los judíos implica educarlos en el conocimiento de su cultura, de su modo de pensar, de su lengua, a fin de comprender y vivir mejor nuestras relaciones en el plano religioso.
En las facultades teológicas y en las universidades eclesiásticas son muy recomendables los cursos de lengua y cultura árabe y hebrea, del mismo modo que el conocimiento recíproco entre estudiantes cristianos, judíos y musulmanes.
El diálogo como hermenéutica presupone y comporta la escucha consciente. Esto significa también escuchar la historia y las vivencias de los pueblos que se asoman al espacio del Mediterráneo, para poder descifrar los hechos que unen el pasado al presente, y para acoger las heridas, al mismo tiempo que las posibilidades de futuro. El Mediterráneo es en verdad el mar del mestizaje – si no comprendemos el mestizaje, nunca comprenderemos el Mediterráneo-; un mar, respecto a los océanos, geográficamente encerrado, pero siempre abierto culturalmente al encuentro, al diálogo y a la inculturación recíproca. Sin embargo, son necesarias narraciones renovadas y compartidas que -a partir de la escucha de las raíces y del presente- hablen al corazón de las personas, narraciones en donde sea posible reconocerse de manera constructiva, pacífica y esperanzadora.
Jesús mismo ha anunciado el Reino de Dios dialogando con toda clase y categoría de personas del judaísmo de su tiempo: con los escribas, los fariseos, los doctores de la ley, los publicanos, los doctos, los simples, los pecadores. Reveló a una mujer samaritana, en la escucha y en el diálogo, el don de Dios y su misma identidad: abrió para ella el misterio de su comunión con el Padre y de la sobreabundante plenitud que surge de aquí. Su divina escucha del corazón humano abre este corazón para acoger, a su vez, la plenitud del Amor y la alegría de la vida. No se pierde nada con el diálogo. Siempre se gana. Con el monólogo, todos perdemos, todos.
En el discurso el Papa Francisco insistió en que un Teología de la acogida que, como método interpretativo de la realidad, adopta el discernimiento y el diálogo sincero, necesita la presencia de los teólogos que sepan trabajar juntos y de forma interdisciplinar, superando el individualismo en el trabajo intelectual. Necesitamos teólogos -hombres y mujeres, presbíteros, laicos y religiosos- que, enraizados en la historia y en la Iglesia, y, al mismo tiempo, abiertos a las inagotables novedades del Espíritu, sepan huir de las lógicas autorreferenciales, competitivas y, de hecho, cegadoras que a menudo existen también en nuestras instituciones académicas y escondidas, muchas veces, en las escuelas teológicas.
En este camino continuo de salida de sí y de encuentro con el otro, es importante que los teólogos sean hombres y mujeres de compasión tocados por la existencia oprimida de muchos, por las esclavitudes de hoy, por las llagas sociales, por las violencias, por las guerras y por las enormes injusticias sufridas por tantos pobres que viven en las orillas de este mar común. Sin comunión y sin compasión, sin alimento constante de la oración- esto es importante: se puede hacer solo Teología <<de rodillas>>-, la Teología no solo pierde el alma, sino que pierde la inteligencia y la capacidad de interpretar cristianamente la realidad. Sin compasión, extraída del Corazón de Cristo, los teólogos corren el riesgo de ser fagocitados por la condición de privilegio de quien se coloca prudentemente fuera del mundo y no comparte nada de arriesgado con la mayoría de la humanidad. La Teología de laboratorio, la Teología pura y destilada; destilada como el agua, el agua destilada que no sabe a nada.
La interdisciplinariedad, como criterio para la renovación de la Teología y de los estudios eclesiásticos, comporta el esfuerzo de revisitar y reintegrar continuamente la tradición. Revisar la tradición y reintegrar. De hecho, la escucha como teólogos cristianos no viene a partir de la nada, sino de un patrimonio teológico que- precisamente dentro del espacio mediterráneo- hunde sus raíces en las comunidades del Nuevo Testamento, en la rica reflexión de los Padres y en múltiples generaciones de pensadores y testigos. Se trata de la tradición viva que llega hasta nosotros y que puede contribuir a iluminar y descifrar muchas cuestiones contemporáneas. Con la condición, no obstante, de que la relectura se haga con una voluntad sincera de purificación de la memoria, es decir, sabiendo discernir en qué grado se trata de un vehículo de la intención originaria de Dios revelada en el Espíritu de Jesucristo y, por otro lado,en qué grado es infiel a esta intención misericordiosa y salvífica. No olvidemos que la tradición es una raíz que nos da vida: nos tramite la vida para que nosotros podamos crecer y florecer, fructificar. Tantas veces pensamos en la tradición como un museo. En esta línea afirma Gustav Mahler: “La tradición es la garantía del futuro, no la guardiana de las cenizas”. Vivamos la tradición como un árbol que vive, que crece. Ya en el siglo V, Vicente de Lérins lo había comprendido bien: el crecimiento de la fe, de la tradición, con estos tres criterios: annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate, es decir que también el dogma de la religión cristiana “progresa, consolidándose con los años, desarrollándose con los años, sublimándose con la edad”.
El Papa insistió, siguiendo la Veritatis gaudium, que la Teología debe ser una Teología en red, en solidaridad con todos los <<náufragos>> de la historia. En el trabajo teológico que nos corresponde es necesario recordar a san Pablo y el camino del cristianismo en los orígenes, que conecta el oriente con el occidente. Los viajes de Pablo estuvieron marcados por fuertes críticas, como sucedió en el naufragio en el centro del Mediterráneo (Hch 27, 9ss). Naufragio que hace pensar al sufrido por Jonás. Pero Pablo no huye, y puede incluso pensar que Roma es su Nínive. Puede pensar que está ante la oportunidad de enmendar la actitud derrotista de Jonás, redimiendo su huida. Ahora que el cristianismo occidental ha aprendido de muchos errores y críticas del pasado, puede retornar a sus fuentes, esperando ser capaz de testimoniar la Buena Noticia a los pueblos de oriente y del occidente, del norte y del sur. La Teología -teniendo la mente y el corazón fijos en “el Dios clemente y piadoso” (cfr. Jon 4, 2)- puede ayudar a la Iglesia y a la sociedad civil a retomar el camino en compañía de tantos náufragos, animando a los pueblos del Mediterráneo a rechazar toda tentación de reconquista y de clausura de identidad. Ambas nacen, se alimentan y crecen por el miedo. La Teología no se puede hacer en un ambiente de miedo.
Al final del discurso, el papa Francisco se cuestiona, ¿cuál es entonces la tarea de la teología después de Veritatis gaudium en el contexto del Mediterráneo? La Teología debe sintonizar con el Espíritu de Jesús Resucitado, con su libertad de ir por el mundo y de llegar a las periferias, también a las del pensamiento. Corresponde a los teólogos la tarea de favorecer siempre de manera renovada el encuentro de las culturas con las fuentes de la Revelación y de la Tradición. Las antiguas arquitecturas del pensamiento, las grandes síntesis teológicas del pasado son canteras de sabiduría teológica, pero no pueden aplicarse mecánicamente a las cuestiones actuales.
Como ya lo hiciera dirigiéndose a la facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, Francisco insistió en su discurso en Nápoles que: “También los teólogos, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, derramen ungüento y vino en las heridas de los hombres. Que la Teología sea expresión de una Iglesia que es “hospital de campo”, que vive su misión de salvación y curación del mundo. La misericordia no es solo una actitud pastoral, sino la sustancia misma del Evangelio de Jesús. “Os animo a que estudiéis cómo, en las diferentes disciplinas -dogmática, moral etc…- se puede reflejar la centralidad de la misericordia. Sin misericordia, nuestra Teología, nuestro derecho, nuestra pastoral, corren el riesgo de caer en la mezquindad burocrática o en la ideología, que por su propia naturaleza quiere domesticar el misterio. La Teología, por el camino de la misericordia, se defiende de domesticar el misterio”.
Finalmente, es muy necesario resaltar la libertad teológica. Sin la posibilidad de experimentar caminos nuevos no se crea nada nuevo, y no se deja espacio a la novedad del Espíritu del Resucitado: “A cuantos sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecer una perfecta dispersión. Pero la realidad es que tal variedad ayuda a manifestar y a desarrollar mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio” (EG, 40). Sobre la libertad de reflexión teológica el Papa hace una distinción. Entre los estudiosos, es necesario seguir adelante con libertad; después, en última instancia, será el Magisterio el que diga algo, pero no se puede hacer una Teología sin libertad. Sin embargo, en la predicación al Pueblo de Dios, el papa Francisco pide que no se hiera la fe del Pueblo de Dios con cuestiones controvertidas. Que las cuestiones controvertidas queden solamente entre los teólogos. Pero al Pueblo de Dios es necesario darle sustancia que alimente la fe, y no que la relativice.
Conclusión
En el primer apartado hacíamos hincapié en la relación entre fe y razón, entre el diálogo teología y filosofía. El gran teólogo suizo Hans Urs von Balthasar hizo una afirmación que se ha convertido en un lugar común a la hora de pensar la relación entre filosofía y teología: “Ohne Philosophie, keine Theologie” (sin Filosofía no hay Teología).
La Teología en forma sinodal deberá abarcar también el diálogo ecuménico e interreligioso. Se trata de caminar juntos con los hermanos de otras confesiones y elaborar una teología más ecuménica e interreligiosa. La Iglesia sinodal exige escuchar y aprender de los hermanos de otras confesiones y religiones. El deseo de Jesús que todos seamos uno, para que el mundo crea (cfr Jn 17, 21) no solamente afecta a la tarea evangelizadora de la Iglesia, pues nuestras divisiones dañan a nuestra credibilidad. No olvidemos que el origen del ecumenismo moderno se sitúa en el mundo no católico en la Conferencia misionera de Edimburgo (1910). En este encuentro misionero, el Espíritu sorprendió a la Iglesias allí reunidas en la voz de uno de los delegados presentes, que dijo estas palabras: “Vosotros nos habéis mandado misioneros, que nos ha dado a conocer a Cristo, por lo que estamos agradecidos. Pero al mismo tiempo nos habéis traído vuestras distinciones y divisiones: unos nos predican el metodismo, otros el luteranismo, el congregacionalismo o el episcopalismo. Nosotros os suplicamos que nos prediquéis el Evangelio y dejéis a Cristo suscitar en el seno de nuestros pueblos, por la acción del Espíritu, la Iglesia conforme también al genio de nuestra raza, que será la Iglesia de Cristo en Japón, la Iglesia de Cristo en China… liberada de todos los “ismos” con que vosotros cargáis la predicación del Evangelio entre nosotros”.
También a la teología le afecta la desunión que aún perduran entorno a cuestiones de carácter doctrinal, piénsese en la cuestión de los ministerios, el papado, los sacramentos.
Desde el Concilio Vaticano II confesamos que la Iglesia subsiste en la Iglesia católica, pero se reconoce unida por muchas razones con todos los bautizados y que el Espíritu Santo no ha rehusado servirse de ellas (las diversas Iglesias y comunidades eclesiales) como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia (cfr. Unitatis Redintegratio (UR), n. 3). De aquí se origina el compromiso de los fieles católicos de caminar juntos con los otros cristianos hacia la plena y visible unidad en la presencia de Cristo Resucitado que es el único que puede sanar las heridas infligidas a su cuerpo a lo largo de la historia”.
Es en el horizonte de la sinodalidad que, con fidelidad creativa al depositum fidei y en coherencia con los criterios de la jerarquía de verdades (UR, 11), es provisorio aquel “intercambio de dones” con el que es posible enriquecerse mutuamente en el camino hacia la unidad.
El papa Juan Pablo II era muy consciente de la necesidad del ecumenismo y se dolía por la falta de avances en este terreno. En febrero de 2000 declaró en El Cairo: “No hay tiempo que perder para que el tercer milenio cristiano sea el milenio de nuestra plena unidad”. En octubre del mismo año, recibiendo al patriarca griego ortodoxo de Antioquía que abogaba por un diálogo ecuménico más sereno, más transparente y que respetara mejor la pluralidad de las Iglesias, responde: “Sufrimos por nuestra marcha (hacia la unidad), a veces se hace muy lenta… Hoy imploramos del Señor la gracia y la fuerza para sobrepasar los estancamientos del diálogo debidos a tantos intentos infructuosos. El diálogo ecuménico no debe ser bamboleado por el viento del desánimo o dejado a la deriva de la indiferencia y la desesperanza.
En una Iglesia sinodal en la que queremos caminar juntos, ¿podemos admitir que precisamente la Iglesia de Cristo sea un factor de desunión y de discordia? ¿No sería este uno de los mayores escándalos de nuestro tiempo?
En cuanto al diálogo interreligioso creemos que todas las religiones tienen un punto en el que se conectan. La habilidad es encontrar ese punto y dejar de lado las diferencias, para avanzar en el diálogo y la unidad. Creemos que ese punto en el que se conectan es la identidad de cada religión. Sin identidad no puede haber diálogo. No sirve de nada un sincretismo conciliador.
Juan Pablo García Maestro, osst
Universidad Pontificia de Salamanca-Instituto Superior de Pastoral (Madrid)