JUEVES SANTO
Lectura del santo evangelio según san Juan (13,1-15)
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
HOMILIA- I
EXÉGESIS:
El día 14 del primer mes al atardecer es la Pascua del Señor (Lv 23,5). Esta prescripción que la han guardado los judíos de todas las épocas, comenzó a celebrarse en Egipto. Es una comida rápida de gente nómada al final de la jornada pastoril. Israel asoció esta fiesta a su liberación histórica. Si para los pastores era el tránsito de la muerte a la vida en la naturaleza, para Israel es el paso de la esclavitud (muerte) a la libertad (vida). Juan evangelista se sirve de este trasfondo para interpretar la muerte de Jesús a la luz de la Pascua. No sólo su muerte, también ha presentado a Jesús como cordero de Dios. Aplica detalles, del día, y de la hora y la comida del Cordero Pascual a la muerte de Jesús en la Cruz (Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía). La marca de la sangre nos libera de la muerte, el agua del costado nos lava para entrar en el Reino de Dios. La muerte (el ángel exterminador) pasó de largo; quedaron liberados para emprender la marcha.
Reflexión
La noche en que iba a ser entregado.
Este texto de San Pablo es como el agua que nace en la misma fuente se escribe en la década de los cincuenta y recuerda tradiciones más antiguas. Es el testimonio más antiguo de la cena del Señor.
Muchas veces había cenado Jesús con los excluidos de la sociedad. Su presencia entre los comensales era sacramental: Significa el amor del Padre a todos los hombres, comenzando por los más alejados. Al acercarse su muerte quiso despedirse de sus discípulos con una cena, gesto profundamente humano. Necesitaba compañía y apoyo en su soledad y confirmarle su testamento espiritual. Sabía que su causa era irreversible. Confiaba y esperaba. El Reino era un principio de unión entre Él y sus discípulos más allá de la muerte.
“Ya no beberé el jugo de la vid hasta aquel día en que lo beba en el Reino”. Presidió la mesa y al romper el pan le vino a la mente el destrozo de su propio cuerpo por los verdugos. Poco entendieron los discípulos, pero quedó puesto el fundamento sacramental. Para celebrarlo, los testigos del Resucitado se reúnen también en una cena. Ahora preside Pedro, dice la acción de gracia y también parte el pan.
Se puso a lavarles los pies.
Introducción solemne y doble que muestra que Jesús sabe su situación. Sabiendo Jesús que había llegado la hora. Discurso solemne con gerundios prolongados (sabiendo, habiendo amado…) demasiada hondura y solemnidad para una acción demasiado trivial como es lavar los pies. Demasiado marco para poco contenido. Así lo entiende Pedro que no acepta el gesto de Jesús. Terminará aceptando, pero apostando más por la persona de Jesús que por sus gestos. Sólo el final de la conversación nos muestra su grandeza. Dios nos abre los ojos para hacernos ver que lo relevante de las acciones no está en el ruido. Es un nuevo estilo de ser persona.
Con este relato el evangelista nos dice que el servicio es la esencia de la fracción del pan (Toalla). Éste es el camino. Jesús prefiere al más excluido: Judas. Quiere integrarlo. Todos los demás ya están limpios y no lo necesitan. No quiere avergonzarlo en público: Le lavará los pies y distraerá la atención de los comensales con su discusión con Pedro. Pero sigue fijándose en Judas.
Es un amor creativo: Lava los pies a la mitad de la cena. Se pone a sus pies, no tanto rebajándose, como igualándole porque el servicio no se hace desde arriba (limosna), sino desde abajo levantando al propio nivel.
En esta noche se da a Judas. Su intento fracasó, pero en el huerto lo podrá llamar “Amigo”. Así es el Amor.
Manuel Sendín, O.SS.T.
HOMILIA II
«Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Es emocionante recordar esta tarde del Jueves Santo esas viejas palabras de san Pablo. Cuando él las escribió habían transcurrido ya algo más de 20 años desde que Jesús celebrara con sus discípulos la Ultima Cena, en la víspera de su pasión y muerte. Esta tarde nosotros, casi dos mil años después, continuamos celebrando aquella misma Cena del Señor, en memoria suya, como la celebraron los apóstoles, como la celebró Pablo, como la han celebrado innumerables generaciones de cristianos en tiempos de paz y en tiempos de persecución, en democracia y en dictadura, en países ricos y en los suburbios más pobres del Tercer Mundo, en hermosas catedrales góticas o bajo techumbres de paja y barro. ¡Con qué admirable fidelidad ha cumplido la Iglesia el mandato del Señor de celebrar la Eucaristía en memoria suya! La Iglesia nació con la Eucaristía y de ella vive hasta la venida del Señor.
Aquí, en este sacramento del Amor, instituido aquel primer Jueves Santo de la historia, Jesucristo, el Señor, renueva sin cesar su entrega a la muerte por nuestro amor en los dones consagrados del pan y del vino. Desde aquella Ultima Cena, Jesús nos llama y nos invita continuamente a participar de su banquete, en el que él mismo se nos da como alimento. Esto es lo que celebramos esta tarde del Jueves Santo: la entrega de Jesús a los discípulos, la anticipación sacramental de su muerte significada en los dones eucarísticos y en el gesto profundamente expresivo del lavatorio de los pies.
Pero ¿para qué instituyó el Señor este sacramento admirable de la Eucaristía en la cena de su despedida? Pues para ‘perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz’. La Eucaristía es el memorial de la muerte de Cristo. Lo que pasó una vez en el Calvario, aquella muerte de Jesús por nuestra salvación, se hace de nuevo realmente presente y actual cada vez que celebramos la Eucaristía. Lo que Jesús hizo y mandó hacer en la Ultima Cena fue una anticipación de su muerte redentora, y lo que nosotros celebramos en la Misa es la misma muerte de Cristo en la cruz. Jesús se entregó a los apóstoles y, en ellos, a todos nosotros, en el pan partido y en la copa de vino consagrado, y dijo: ‘Haced esto en memoria mía’. La Eucaristía es el sacrificio de Cristo, que la Iglesia, por mandato expreso de su Señor, no ha dejado de celebrar desde sus orígenes y lo seguirá celebrando hasta el fin del mundo, hasta la vuelta del Señor.
Cristo dejó a la Iglesia este sacramento como memorial de su muerte y resurrección: como memorial no como recordatorio, pues no nos limitamos a recordar algo pasado, sino que aquello que dijo e hizo Jesús se hace realmente presente para nosotros en el sacramento. Por eso nos ha dicho san Pablo: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva». Esto significa que cada vez que comulgamos en el Cuerpo de Cristo, recibimos el mismo don de la redención que él nos alcanzó con su muerte. La Eucaristía es el verdadero banquete pascual, en el que se nos da como alimento Cristo mismo y, con él, todos los bienes. Antes que ninguna otra cosa, la Eucaristía expresa el amor sin medida de Cristo, que se ofrece al Padre como víctima inmaculada por nuestros pecados; es la expresión de la entrega total: nada se reserva el Señor, todo lo da por nosotros, hasta el punto de dársenos él mismo como alimento de salvación.
A la vista de esta entrega sin reservas, no es de extrañar que Jesús, aquél que ‘el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía’, aquél que, sin embargo, se pone a lavar los pies de los discípulos, nos diga: ‘Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Jesús, el Maestro y Señor, se hace nuestro humilde servidor, para que nosotros nos comportemos igualmente. Entre los discípulos de Cristo no puede haber dominadores ni oprimidos, ni distinción de razas o de clases: todos somos hermanos, porque Cristo, el Señor, se ha hecho hermano y servidor de todos. La memoria eterna de su amor es la Eucaristía, y la expresión de la autenticidad de nuestra fe cristiana es el amor fraterno, pues «este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado». Por eso, sólo el que ama a su hermano puede participar del Amor de Cristo contenido en este sagrado banquete. ¿Cómo podríamos celebrar esta tarde la Ultima Cena del Señor si permaneciéramos insensibles ante el sufrimiento de los hermanos que pasan necesidad?
Hoy es el día del amor fraterno, como para indicarnos que no se puede participar en la Eucaristía si no amamos de verdad al hermano, especialmente al hermano pobre. Si Cristo se nos entregó a nosotros sin reservarse nada para él, ¿cómo no vamos nosotros a hacer algo por el hermano? Pues el Señor, después de dejarnos su Cuerpo eucarístico, nos dejó también su mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Ambas cosas constituyen su testamento memorial: la Eucaristía y el Amor fraterno.
José Mª. de Miguel, O.S.S.T.