Desde que era niña siempre he creído en la magia de los Reyes Magos. La noche anterior miraba al cielo buscando las tres estrellas que bajarían a traerme los regalos que había pedido en mi carta primorosamente colocada delante de las figuras del Belén.
Pasó el tiempo y mi niñez. Ahora soy madre de dos hijos adolescentes y no me he librado de la pregunta incómoda:
- “Mamá, ¿los Reyes Magos existen?” Al momento no supe cómo reaccionar. Responder una pregunta con otra pregunta es como salirse por la tangente, ¡pero a veces te saca de un lío!
- “¿Tú crees que no existen los Reyes Magos?”, le dije rapidísimo. Pensó un poco y me dijo:
- “Yo sí creo que existen, mamá”
- “Muy bien, ahí tienes tu respuesta: los Reyes Magos existen mientras los niños tengan ilusión y esta crezca en su corazón”.
Esta creencia bíblica y universal puede tener sentido en cuanto a que estimula la imaginación y permite transmitir valores a nuestros pequeños como la espera, la recompensa, el esfuerzo, la generosidad, el compromiso, entre otros. Me confieso defensora de la fantasía, de la imaginación (aunque sin exagerar), creo que son ingredientes importantes para el desarrollo emocional de los niños.
Las aulas de nuestros colegios trinitarios también son lugares llenos de ilusión y magia. Los docentes sentimos pasión y disfrutamos con nuestra labor porque, de lo contrario, es difícil hacer que los niños disfruten. En nuestras escuelas siempre hay un gran espacio para lo nuevo e inédito.
Una de las claves, quizás la más importante en la mejora de la educación, es ese trato personalizado del maestro o profesor hacia sus alumnos. Esa cercanía, el implicarse, la empatía que nos lleva a saber escuchar con atención, conocer el entorno de nuestros chicos y adolescentes, sus dificultades, sus puntos fuertes y débiles… todo esto… se convierte en la verdadera maravilla de la educación. El centro de nuestro modelo pedagógico es la persona y desde ella parte una constelación de interconexiones que definirán un estilo propio y carismático. Buscamos personas que cuiden de personas, comprometidas con la realidad, que hayan experimentado el sentimiento trinitario y sean multiplicadoras. Esas personas serán el centro en torno al cual girará nuestra misión. El alumno se convierte, casi sin darnos cuenta, en el protagonista de nuestra vocación.
Un maestro, un profesor que transmite pasión por el saber, que siembra inquietud por aprender, que fomenta la curiosidad en sus materias, que se ocupa y preocupa de todos y de cada uno de sus alumnos, que ve, más allá de números de matrícula y de expedientes académicos, personas, vidas a las que hay que ayudar y preparar, ese maestro o profesor consigue mucho más que cien clases magistrales (que también son importantes)… Los docentes nunca podemos perder la ilusión, la pasión, el optimismo, la alegría porque de esa actitud dependen nuestros alumnos.
En los últimos años, hemos aprendido mucho de la neurodidáctica; el estudio del cerebro humano, de sus interconexiones neuronales y el funcionamiento de la química cerebral nos dan una fotografía clara y concisa de cómo funciona nuestro cerebro y, por ende, el aprendizaje. Una de las premisas más esclarecedoras es la de la conexión entre emoción, ilusión, asombro y aprendizaje. Enseñar y aprender son dos caras de una misma moneda, por lo que podíamos concluir que para enseñar es necesario emocionarse. Enseñamos no solo con nuestras palabras sino con nuestro corazón, el alumno percibe nuestras emociones, nuestra ilusión o falta de ella por aquello que enseñamos.
Maravillarse, asombrarse e ilusionarse es, de algún modo, volver a encandilarse con el mundo, reencontrar una parte de la alegría de la infancia. Es ver, oír, oler, sentir, saborear plenamente todo lo que el universo y los seres humanos tienen de hermoso, de bueno, de extraordinario, de heroico… Es encontrarle un nuevo sabor a la vida, sentirse renovado, colmado por tantas bendiciones. Nuestra pedagogía trinitaria está envuelta en magia e ilusión, sepamos, pues, revestir las cosas y las personas de belleza, prestarles atención, ser perseverantes y agradecidos, estar abiertos al milagro, a lo inesperado… Confiemos en la pedagogía de la ilusión, de la espera y en la vocación vital por educar.
FELIZ NOCHE DE REYES…
«Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar.»
Extracto del poema “Agranda la puerta padre”. Miguel de Unamuno.
Lourdes Carmona Fernández
Profesora Colegio Santísima Trinidad – Córdoba
Directora del Área Pedagógica FEST