26 de septiembre de 1695: Muere en Reggio Calabria fr. Martín Ibáñez de Villanueva, arzobispo de Reggio Calabria (1675-1695) y anteriormente de Gaeta (Latina) (1670-1675).
Hijo de Gil Ibáñez y de Catalina de Villanueva, nació en Minaya, Albacete, el 5 de octubre de 1620. En 1636 tomó el hábito trinitario y, un año después, hizo su profesión religiosa en el convento de Santa María del Campo (Cuenca). Cumplimentó sus estudios filosóficos en Toledo y los teológicos en Salamanca (1640-1643). Luego fue nombrado maestro de estudiantes del colegio de Toledo (1644). Enseñó allí mismo Artes o Filosofía (1646-1648) —al tiempo que era predicador de la catedral— y, sucesivamente, Teología en el colegio trinitario de Alcalá (1648- 1659), del que fue también rector durante seis años (1654-1660). Obtenido el grado de maestro por la Universidad alcalaína (19 de enero de 1653), ocupó allí la cátedra de Filosofía Moral (1659-1661) y, a continuación, la de Vísperas de Teología o de santo Tomás (1661-1662), la de Prima de Sagrada Escritura (1662) y, por último, la de Prima de Teología o de Escoto (1665-1669). Sacó aventajados discípulos en todas las mencionadas disciplinas, algunos de los cuales llegaron a ocupar sedes episcopales. Fue examinador sinodal de Toledo, calificador de la Inquisición y renombrado predicador.
Nombrado para el Obispado de Gaeta (1669), en Italia, fue consagrado en Roma por el cardenal Federico Sforza (22 de junio de 1670). Entre otras realizaciones en su diócesis, es destacable la fundación de un seminario, la renovación de una parte de la catedral, donde dedicó una capilla a san Juan de Mata y san Félix de Valois. Durante algún tiempo impartió la enseñanza de la Filosofía en su propio palacio episcopal, con objeto de preparar a algunos jóvenes para acceder al estudio de la Teología en las distintas universidades italianas. Al quedar vacante la sede arzobispal de Reggio Calabria, Ana de Austria, regente de España, propuso su traslado a la misma, a lo que Clemente X dio su asentimiento el 27 de mayo de 1675; en junio hizo su entrada en la nueva diócesis, que gobernó sabiamente durante veinte años. Los primeros años se vio inmerso en las turbulencias de la guerra que libraban en el estrecho de Mesina los partidarios de España (los mirlos, los pobres) y los insurgentes partidarios de Francia (los tordos, los ricos y nobles) por el dominio de Sicilia, concluida con el tratado de Nimega (1678). Reggio era plaza de armas y, con menos de diez mil habitantes, tuvo que soportar y mantener a unos ocho mil soldados entre españoles y alemanes. […]
Los datos históricos delinean la figura de un prelado ejemplar; era normal hablar de él como del “arzobispo santo”. Sirviéndose de la congregación de los Blancos, a la que concedió la iglesia de la Sangre de Cristo, procuró toda la asistencia material y humana posible a los pobres y marginados, que eran muchos. Entre las cosas que hizo, se cuenta la reestructuración de la catedral, una de cuyas capillas, también aquí, dedicó a los fundadores de la Orden Trinitaria. Una lápida conmemorativa señala la realización y conclusión de las obras (1682); y en ella se ponen los títulos principales del arzobispo: trinitario, calificador inquisitorial, doctor y catedrático de Teología… En el archivo histórico del Arzobispado de Reggio Calabria se conservan los registros de cuatro visitas pastorales que hizo a su diócesis (años 1682, 1684, 1686 y 1692). Cuidó mucho del seminario. Celebró un Sínodo Diocesano (4 de marzo de 1691), cuyas actas fueron publicadas en Mesina el año siguiente. Recabó de la Santa Sede la declaración de san Francisco de Paula como patrono de Reggio (21 de marzo de 1678). Además de sermones publicados, dejó manuscritos un comentario a la carta de san Pablo a los efesios y varios a la Suma Teológica de santo Tomás, así como otras monografías sobre la Trinidad y los atributos divinos y sobre los sacramentos.
(extracto de artículo de Juan Pujana en Diccionario de la Real Academia de la Historia)