¿Hay algo hoy que nos llame a ser libres? A veces parece que la llamada a la libertad está más de moda que nunca, y a los publicistas, a las grandes empresas, a los que, en definitiva, siguen controlando los hilos de este teatro que es el mundo, se les llena la boca de “libertad”.
¿Hay algo hoy que nos llame a ser libres? A veces parece que la llamada a la libertad está más de moda que nunca, y a los publicistas, a las grandes empresas, a los que, en definitiva, siguen controlando los hilos de este teatro que es el mundo, se les llena la boca de “libertad”. Desde sus bien instalados escenarios consiguen vendernos todo un mundo de deseos e ilusiones, aspiraciones de bienestar que, por ser profundamente humanas, nos hacen sentir libres, sin dependencia alguna; para lo que se me ofrece un coche, una casa propia, un fondo de inversiones cómodo, unas vacaciones en el Caribe… A cambio sólo se pide formar parte del “Club del Mundo Libre”, a lo que se invita a todos, y no salirse ni por arriba ni por abajo, porque a aquellos que quedan al margen les será retirado el derecho a ser libres.
Por abajo quedan los que, pobrecitos, no pueden hacer lo que quieran porque no tienen los medios y, “¡lástima!”, no son libres, están atados a su coche de segunda mano, su pequeña casa o piso en un barrio sin jardines ni piscinas, sus largos días de paro y de miseria. Algunos hay, “¡Hay gente para todo!”, que sin saltarse las reglas del club, siguen convencidos de que la libertad no es mayor o menor por lo que se tiene, “¡Soñadores!”, sino por lo que se es, se elige y se espera, y se unen desinteresadamente a todos estos que se salen por abajo.
Por arriba se salen los que han deseado demasiado, aquellos que aprovechándose de las ventajas del club han “atentado” contra la libertad de otros socios, “¡Oh, Dios mío!”, y se han apropiado del coche, la cartera, la vida o la tranquilidad que hacía de esos socios gente libre y que ahora, como esclavos forzados y dependientes de lo eventual, no dudan en castigar quitando la libertad a los que les han dejado en tan penoso estado. Muchos de estos que se salen por arriba son de los que, seducidos por las llamadas a la libertad del club, acabaron hartos de salirse siempre por abajo.
Parece que todo esto del Club y de los que se salen y entran en él es uno más de esos ejemplos que a veces se ponen para entender mejor las cosas, una parábola que diríamos en lenguaje religioso. Y ojalá fuera tan sólo eso. El que llamamos “Club de la Libertad” se ha empeñado en ser el único valedor de tan preciado bien, como lo definió aquel loco y libre de don Quijote; se encierra en sus conquistas, en sus valores, en sus seguridades, y ante todo lo que no forma parte de sus esquemas, declara la guerra, busca y persigue a quien menos tiene que ver con los problemas, cierra y protege sus fronteras.
El Club no es nuevo, ni sus cerradas normas de supervivencia, ni siquiera el perfil de los que, desde siempre, lo mantienen vivo, como un desafío a la misma libertad que se apropia. Se han ensañado siempre con los que han repetido hasta la saciedad que no es más libre quien se deja en las manos de los que dirigen, quitándose así cientos de problemas, sino quien se atreve a tirarse del nido y aprende, con la mera sujeción del aire, a batir sus alas en libertad. Esos que siempre se han llamado “soñadores”.
Con uno de esos soñadores, seguramente el más famoso de todos, no tuvieron claro si él mismo había elegido quedarse al margen o si se había excedido por arriba robando a otros la libertad tan laboriosamente conseguida. Y el caso es que él se decía enteramente libre, auténticamente libre; y repetía que la verdad es lo único que puede darnos libertad, no las mentiras de las que nos rodeamos, y que son veneradas como ilustres e impuestas por los que, antes y ahora, forman parte del club. Se negaba a admitir que los deseos e ilusiones formaran parte de la libertad, y habló a todos de esperanza, que parece lo mismo pero, al contrario que aquellos, generaba en los que la acogían un sentimiento diferente y nuevo de libertad. Pretendiendo hacer “justicia”, como a tantos otros después, se le despojó de la libertad que se había apropiado y le quisieron hacer esclavo del silencio y de la muerte.
Pero la cruz, que pretendía ser castigo para el que se llamó libremente “Hijo de Dios”, se convirtió en una llamada a la libertad para todos aquellos que, por imposición o por libre voluntad, están a las afueras de las que se revelan como esclavitudes de ayer y de hoy, y escuchan sin miedo sus Palabras que liberan.
Pedro J. Huerta, trinitario