LECTURAS
Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico (3,17-18.20.28-29):
Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres,
y te querrán más que al hombre generoso.
Cuanto más grande seas, más debes humillarte,
y así alcanzarás el favor del Señor.
«Muchos son los altivos e ilustres,
pero él revela sus secretos a los mansos».
Porque grande es el poder del Señor
y es glorificado por los humildes.
La desgracia del orgulloso no tiene remedio,
pues la planta del mal ha echado en él sus raíces.
Un corazón prudente medita los proverbios,
un oído atento es el deseo del sabio.
Salmo
Sal 67,4-5ac.6-7ab.10-11
R/. Tu bondad, oh, Dios, preparó una casa para los pobres.
V/. Los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad a su nombre;
su nombre es el Señor. R/.
V/. Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece. R/.
V/. Derramaste en tu heredad,
oh, Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh, Dios,
preparó para los pobre. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (12,18-19.22-24a):Hermanos:
No os habéis acercado a un fuego tangible y encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni al estruendo de las palabras, oído el cual, ellos rogaron que no continuase hablando.
Vosotros, os habéis acercado al monte Sion, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos; a las almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,1.7-14):
En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga:
“Cédele el puesto a este”.
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».
HOMILIA- I
Exégesis: Lucas 14, 1.7-14.
Por la tarde, a la vuelta, en un cruce de caminos, Jesús se encontró con Andrónico, el jefe fariseo. Lo reconoció, pues lo había visto varias veces entre la gente. Éste lo invitó a comer en su casa. El banquete se celebró en sábado.
A la sala, con capacidad para treinta invitados, van llegando los comensales media hora antes. Jesús observa la disputa por los pri-meros puestos. Apolonio, que se deshace en alabanzas del anfitrión consigue sentarse a la derecha del mismo. Otros se quieren sentar al lado de la dueña de la casa. Al profeta nazareno le da lástima de tanto interés en cuestión tan poco importante. Ya sólo quedan sin ocupar las tres últimas sillas. Al final llegan dos Maestros de la Ley y el anfitrión les asigna los primeros puestos, teniendo los otros que retroceder.
Jesús permanece callado. Al final de la comida dice: he observado cómo buscabais los primeros puestos. Yo hubiera preferido que hubierais ocupado los últimos. Dirigiéndose al jefe fariseo le dijo: tú nos has invitado, amigos y personas conocidas, para que te volvamos a invitar. Si organizas otro banquete, invita a pobres, cojos y lisiados. Como no podrán pagarte, el Padre te lo premiará. Había un invitado, llamado Felipe, que acogió estas palabras. Sentaba a su mesa a los menesterosos cuando invitaba a sus amigos. Estas enseñanzas proclaman el estilo de vida que debe imperar en la comunidad cristiana, anticipo de la definitiva mesa compartida.
Comentario
Hay una enseñanza sobre la vida cotidiana (Primeros puestos y a quién invitas) Y una conclusión que trasciende lo meramente cotidiano. La primera directriz es la de deponer la autosuficiencia. Ante las estratagemas para asegurarse los puestos privilegiados, Jesús propone la humildad como fuente de la propia promoción y del reconocimiento por parte de Dios: «El que se humilla será enaltecido». Estas imágenes nos dejan fuera de juego. Impresionan tanto que nos invitan a aprenderlas de memoria y a rumiarlas para dar con el meollo que se esconde detrás. La segunda directriz del texto es lo que Jesús dice al anfitrión: sustituir los comensales aceptados, los que pueden corresponder, por comensales marginados, que no pueden hacer nada.
Los cristianos a los que Lucas dirige su evangelio tuvieron que comprender que el seguimiento de Jesús genera una nueva forma de relacionarse, distinta del parentesco o de la búsqueda de prestigio. Es la base de la nueva familia cristiana, anticipo de la comunidad del Reino. Jesús ocupó el «último lugar»: encarnación, cruz. Compartió mesa con pobres y marginados.
Lo mejor que nos puede suceder es encontrarnos con una persona humilde. Su presencia nos transforma sin darnos cuenta. Es un tesoro de donde mana la vida. Es una manera de estar ante Dios, ante los otros y ante sí mismo. Dios, al ver nuestra tendencia a subir, a trepar a toda costa, no hace más que bajar. Su itinerario es de abajamiento. Baja hasta Belén y en Jerusalén sufre el rechazo de los poderosos. Es el servidor que se pone a nuestros pies. Así entenderemos que Dios es Padre.
Invita a cojos, pobres, lisiados y ciegos. Ser generosos sin más. Amar lo no amable, recibir en nuestra casa a los que otros les cierran las puertas; ni esperar a ser queridos para querer. El «Yo» sólo ocupa el lugar indispensable para ser libre y generoso.
Manuel Sendín, O.SS.T.
HOMILIA- II
CAMINAR EN HUMILDAD
En el evangelio del domingo pasado terminaba Jesús diciéndonos: «Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». En el de hoy nos dice: «Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Son pequeñas sentencias del Señor, frases cortas para que nos quedemos con ellas, y las aprendamos de memoria, porque son de gran utilidad para la vida cristiana. Quién más, quién menos, a todos nos cuesta humillarnos, ocupar los últimos lugares, pasar desapercibidos; unos más, otros menos, todos preferimos los primeros puestos, ser alabados y estimados; todos queremos que se nos reconozcan nuestros méritos, que los demás aplaudan lo que hacemos o decimos; todos, en fin, buscamos subir más arriba o por lo menos no quedarnos atrás. Por eso, los personajes que están en la primera fila de la estimación social son los que interesan; por eso sus andanzas y pecados se leen con avidez, quizás con una secreta envidia por la suerte que les ha tocado, por las glorias mundanas de que disfrutan, por los éxitos que cosechan con su dinero, con sus divorcios, con sus escándalos.
La Sagrada Escritura, sin embargo, piensa de otro modo: «Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes». La humildad es la virtud cristiana por excelencia, porque es la que mejor define el camino que siguió Jesucristo, el cual «a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos». Esta es la humildad del Dios grande rebajándose hasta nuestra condición, hasta compartir nuestra vida y muerte. La humildad es también la virtud que mejor refleja el alma de la Virgen María; ella misma canta las grandezas que el Señor ha realizado en ella, «porque ha mirado la humillación de su esclava». Dios resiste a los soberbios y concede su favor a los humildes. Es imposible acercarse a Dios y alcanzar algo de él si no caminamos con humildad en su presencia. Caminar con humildad significa saber reconocer nuestros propios límites, nuestras miserias, nuestra incapacidad para obrar el bien sin la ayuda de la gracia. Caminar con humildad significa ser capaces de pedir perdón cuando pecamos y confesar que todo lo bueno que tenemos o las obras buenas que hacemos, se lo debemos a la infinita bondad de Dios, que por nosotros mismos no somos nada, ya que todo lo hemos recibido de él. La altanería, el orgullo, la vanidad no sirven para nada delante de Dios; antes al contrario, el que se encumbra a sí mismo, el que pretende y busca grandezas humanas será humillado, pero el que camina humildemente en la presencia del Señor será enaltecido.
En la segunda parte de la parábola, Jesús pone en evidencia otro comportamiento humano bastante habitual: hacer un favor o tener un detalle para que luego nos correspondan con otro. Actuar de forma desinteresada nos cuesta trabajo; casi siempre buscamos alguna recompensa. En la parábola que hemos escuchado, Jesús resalta el valor de la gratuidad frente al interés. Como Dios se comporta de manera absolutamente gratuita con nosotros, así también se nos invita a nosotros a ser desinteresados, a actuar por puro amor, sin esperar recompensa: cuando convides a alguien no pienses en aquellos que podrán devolverte el favor; tú «cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los muertos». Esta palabra del Señor suena a provocación: «dichoso tú, porque no pueden pagarte», porque nosotros precisamente consideramos dichosos y espabilados a los que logran sacar mucha rentabilidad a sus inversiones, a los que ponen su interés por encima de cualquier otra consideración de orden moral. En una sociedad como la nuestra, en la que priva el propio interés, en la que la gente de lo que trata es de sacarle el máximo partido a lo que hace, a lo que presta, a lo que da, el Señor nos invita hoy a la generosidad desinteresada y precisamente con los que no nos pueden corresponder. Es la misma gratuidad que tiene Dios Padre misericordioso con nosotros dándosenos por entero y sin reservas en su Palabra y en el Sacramento de su Amor.