Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Evangelio según san Lucas (9,18-24):
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.»
HOMILIA-I
Exégesis: Lucas 9, 19-24.
Estando Él una vez orando a solas. Aquella jornada fue de dura brega para Maestro y discípulos, de aldea en aldea, por los caminos polvorientos de Palestina. Mientras Pedro, Andrés, Santiago, Juan y otros quedaron en el lugar, Jesús se adentró en una arboleda para orar. Se pone de relieve su oración, porque lo que va a suceder (confesión de Pedro, manifestación del destino de Jesús), tiene particular importancia. El rey Herodes, informado de la fama de Jesús, ya se había cuestionado si sería Juan Bautista, «resucitado de la muerte»; otros decían que era Elías o un Profeta. Con este texto, Lucas trata de responder a la pregunta de Herodes.
Estos son los modelos de los que disponía el pueblo de Israel para identificar a Jesús.
El Mesías de Dios: es lo mismo que el Cristo, el Ungido, el Consagrado por Dios. En esas circunstancias concretas quiere decir el liberador del pueblo, según la tradición davídica. Pero nada de. eso encaja en los planes de Jesús. Este concepto de Mesías puede hacer fracasar su misión.
Les prohibió terminantemente. «Prohibir» quiere decir «mandar con imperio». Jesús no quiere que el pueblo tenga de Él una imagen de Mesías político, para lo que no ha venido.
Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho. Con estas palabras corrige la idea triunfalista. No es un Mesías guerrero para expulsar del territorio judío al invasor romano. Lucas enfoca la me-sianidad de Jesús desde el trasfondo de su sufrimiento. Así enlaza la confesión de Pedro con el primer anuncio de la Pasión. La mirada del lector debe dirigirse hacia la muerte de Jesús en la Cruz.
Así se concreta la profecía de Simeón «será una bandera discu-tida» y el episodio de la Sinagoga de Nazaret: «Abriéndose paso entre ellos, se marchó». La visión se amplía con la meta de la resurrección.
Ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes… Con el verbo rechazar se separa la confesión cristiana de las esperanzas judías. Los sumos sacerdotes y escribas examinaron la pretensión mesiánica de Jesús y la consideraron inservible, injustificada. Un Mesías sufriente era inconcebible. Paradójicamente, este rechazo acarrea su sufrimiento y su muerte, convirtiéndolo en verdadero Mesías. Ninguna alusión a culpa; es el anuncio del destino de Jesús.
Comentario
Niéguese a sí mismo, cargue con su Cruz cada día y venga con-migo. Son tres verbos que definen el ser del discípulo: negarse, cargar con su Cruz y seguir a Jesús. A veces al querer salvar la vida se pierde para siempre, pero si se pierde por Jesús («por causa mía») conduce a la salvación. El salvar la vida tiene relación con Jesús.
Gestos como la multiplicación de los panes hacen que la gente se interrogue. «¿Quién es éste?». Las Escrituras comparaban la salvación con un gran banquete en el que todos quedarán saciados. Por eso Jesús examina a sus discípulos. Quiere saber el eco que su actuación provoca en la gente y en los discípulos. Si Jesús hubiera buscado publicidad no hubiera impedido que sus discípulos divulgaran su condición mesiánica. Para que no haya equívocos se adelanta a anunciarles su destino: sufrir, ser reprobado, condenado a muerte y resucitar.
Más adelante hará otros anuncios de la Pasión en los que Jesús mismo responde a la pregunta que Él mismo había formulado sobre su identidad: «Este hombre será entregado en manos de los hombres» y «Se burlarán de él, lo insultarán, le escupirán, lo azotarán y lo matarán». Para que nadie se engañe, advierte que su misión está abocada al fracaso, al rechazo por parte de los poderosos y a la muerte. Al afirmar que «es necesario que así sea» afirma que hace falta pasar por eso para que el plan de Dios se cumpla. Él está dispuesto a llevarlo a cabo con todas sus consecuencias. Así evita ambigüedades y recuerda que su salvación no se impondrá por la fuerza de las armas, sino a través de la total donación de sí mismo.
Si alguien se decide a seguir a Jesús, debe identificarse con él en su entrega, debe negarse a sí mismo, es decir, renunciar a sus propios proyectos si está en juego el proyecto de Dios. Debe cargar con la Cruz: pagar el precio doloroso que este compromiso implica. Esto hay que hacerlo cada día: la fidelidad del discípulo no es sólo en momentos dramáticos (persecución, gestos heroicos, mar-tirio), sino en la vida de cada día.
Para ti ¿Quién es Jesús?. Si respondes con Pedro que es el Mesías, no olvides que la mesianidad conlleva la Cruz y que la llevarás siguiendo sus huellas, «a la zaga de tus huellas». El ser triturado por los enemigos del bien es el destino del discípulo. Jesús saborea el éxito de su obra a través de este rebajamiento. Dijeron ,que era un loco, un comilón, amigo de pecadores, una quimera… ¿Para ti quién es?, Quizá aquel que yo más quiero; el que siembra olvido de todo lo creado; el que no tornó por sí. Yo soy sencillamente el que sigue a Jesús.
Manuel Sendín, O.SS.T.
HOMILIA- II
CONOCER A JESÚS Y SEGUIRLE
"¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros, ¿quién decís que soy?". En ninguna otra página del evangelio aparece de forma tan directa y personal la pregunta por la identidad del Señor. Jesús mismo nos enfrenta hoy con ella, invitándonos a cada uno a responder no con definiciones aprendidas de memoria, no con frases hechas, sino desde la sinceridad del corazón.
¿Qué se oye decir por ahí de mí? ¿Quién dice la gente que soy yo? De ti por ahí, Señor, para decirte la verdad, no se oye hablar mucho. Te hemos ido desplazando poco a poco de la familia, de la convivencia social, de la escuela. Después de casi veinte siglos de haber estado con nosotros, de haber informado y conformado nuestro modo de ser, nuestra cultura, nuestra historia, ahora -en poco tiempo- has dejado de interesarnos; ya no eres aquella fuente de luz y de vida que nos ha sostenido y confortado y guiado a lo largo de innumerables generaciones. Para muchos eres un estorbo que frena la liberalización de las costumbres, un obstáculo para el progreso; para otros un recuerdo de tiempos ya definitivamente pasados, una pieza de museo catedralicio o de folclore popular. En todo caso, tu palabra, tu evangelio ya no es buena noticia para los que quieren construir un mundo cerrado sobre sí mismo, donde Dios no tiene cabida, donde los pobres molestan porque son muchos y ponen en peligro el bienestar de los ricos. Tu anuncio del reino de Dios choca de frente con los intereses del reino de este mundo.
"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Aquí ya no vale responder con lo que otros dicen. A esta pregunta fundamental de Jesús tenemos que responder cada uno en primera persona y desde dentro. En el evangelio, Pedro, en nombre de todos los discípulos, confiesa que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Esta es también nuestra propia confesión, nuestra fe: nosotros creemos, con Pedro, que Cristo es el Señor. A nosotros nos interesa Jesús no porque lo consideremos un gran hombre, sino porque en él Dios mismo se ha hecho presente y nos ha salido al encuentro. Para nosotros Jesús es importante, lo más importante, porque es el Hijo de Dios, porque es real y verdaderamente Dios uno con el Padre y el Espíritu Santo; para nosotros Jesús es importante, lo más importante, porque es verdaderamente hombre, nacido de la Virgen María, y por eso, porque es Dios y hombre es nuestro Salvador y Redentor. Pero no es suficiente hacer esta declaración verbal, ni siquiera en un arranque de buena voluntad. Lo que al Señor le decimos con los labios no es lo más importante, sino lo que le expresamos silenciosamente con la propia vida, con la propia conducta. Lo que agrada a Dios es la consonancia de pensamientos, palabras y obras, es la coherencia entre la fe y la vida. Hacia este programa de vida cristiana nos quiere llevar el Señor a todos los discípulos: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". Esta es la verdadera confesión que de nosotros espera el Señor: que le sigamos más que con las palabras con la vida.
"Negarse a sí mismo": ésta es la raíz y el cimiento de la identidad cristiana, este es el primer paso que ha de dar el que quiera ser discípulo de Cristo. Porque "negarse a sí mismo" es renunciar a organizar la vida desde los propios intereses egoístas.
"Negarse a sí mismo" es no seguir esa perniciosa corriente antievangélica, hoy tan en boga, según la cual cada uno puede hacer con su vida lo que le venga en gana sin ninguna consideración moral.
"Negarse a sí mismo" es someter mi vida entera, mi voluntad, mi libertad, mi amor, en una palabra todo mi ser, a Dios; es -como dice san Pablo- morir yo, lo que hay de pecado en mi vida, para que Cristo viva en mí. Pero cuando Jesús nos pide esta nega¬ción de todo lo que nos aparta del camino del Evangelio, cuando nos dice que "el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará", ciertamente sabe que nos está pidiendo algo difícil, por eso nos invita a cargar con la cruz cada día después de llevarla él delante de nosotros y por nosotros: pues el Hijo del hombre, ese Mesías de Dios que ha confesado Pedro y con él todos nosotros, "tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día".
Cargar con la cruz es vivir para Cristo, que por nosotros dio su vida. Por eso, solamente cuando, junto con nuestras palabras, sometemos a Dios nuestro corazón, nuestras actitudes y acciones, sólo entonces podemos responder con verdad a Jesús: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Vamos, pues, ahora a confesar nuestra fe pidiendo a Dios que lo que confesamos con los labios se haga vida en nuestra conducta cristiana de cada día.
José María de Miguel González, O.SS.T.