El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
LECTURAS
Del primer libro de Samuel.
Cuando se agita la criba, quedan los desechos;
así, cuando la persona habla, se descubren sus defectos.
El horno prueba las vasijas del alfarero,
y la persona es probada en su conversación.
El fruto revela el cultivo del árbol,
así la palabra revela el corazón de la persona.
No elogies a nadie antes de oírlo hablar,
porque ahí es donde se prueba una persona.
Salmo responsorial: Sal 91, 2-3. 13-14. 15-16 (R/.: cf. 2a)
R/. Es bueno darte gracias, Señor.
V/. Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo;
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad. R/.
V/. El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios. R/.
V/. En la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
mi Roca, en quien no existe la maldad. R/.
Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
Hermanos:
Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
«La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?».
El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley.
¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!
De modo que, hermanos míos queridos, manteneos firmes e inconmovibles.
Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor.
Evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
HOMILIA- I
La ceguera espiritual
Terminaba el domingo pasado Jesús su discurso sobre el amor a los enemigos y el deber de ser compasivos con el prójimo como Dios Padre lo es con nosotros, con esta advertencia: “Con la medida con que midiereis [a los demás] se os medirá a vosotros”. Por eso hoy nos invita a tener presente esa vara de medir con la que seremos medidos, renunciando a erigirnos en jueces de los demás, para no ser juzgados: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”. Lo más fácil y corriente es ver los defectos de los demás y señalarlos con el dedo, y airearlos con la boca, lo difícil es mirarse a uno mismo y confesar los propios pecados; para los fallos de los demás tenemos buena vista, ojos de lince, pero para los propios estamos ciegos. Y a pesar de la advertencia de Jesús, nos atrevemos a criticar al prójimo y, si llega el caso, decirle cómo tiene que comportarse. A estos tales, Jesús los llama hipócritas, diciéndoles: “Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”, y les acusa de hacerse una imagen deformada de los otros al tiempo que ocultan y desfiguran la verdad de su propia imagen con todo tipo de resistencias. Porque un ciego no puede guiar a otro ciego, so pena de ir a parar los dos al abismo; evidentemente, se trata aquí de la ceguera espiritual, la ceguera para las cosas de Dios, que es la que nos impide juzgar rectamente el comportamiento del prójimo. Necesitamos primero purificar nuestra mirada, limpiarnos de nuestros pecados, para poder ver con claridad a Dios y, desde él, a los demás. Pues como nos decía un Padre de la Iglesia: “Ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones”. Sólo si el Señor nos devuelve la vista con el perdón de los pecados, podremos ver bien en el camino de la vida y podremos también ayudar a otros a caminar sin tropiezos hacia la patria prometida.
De otra forma, o con otra comparación, Jesús nos habla también de la necesidad de esta limpieza con las palabras sobre el árbol sano y el árbol enfermo, sólo el sano da buenos frutos, y eso son las buenas obras, “porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos”. Lo que somos ante Dios y ante los demás lo demuestran las obras que hacemos, pues “cada árbol se conoce por su fruto”. O dicho con otras palabras, que son las de Jesús: “El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal, porque de lo que rebosa el corazón habla la boca”. Obrar el bien es lo más importante, es la señal que autentifica nuestra condición de discípulos fieles, pues como nos enseña San Ambrosio: “¿Cuál es el testigo más fidedigno sino el que confiesa a Jesucristo venido en carne, y guarda los preceptos evangélicos? Porque el que escucha pero no pone por obra niega a Cristo, aunque lo confiese de palabra, lo niega con sus obras. El verdadero testigo es el que con sus obras sale fiador de los preceptos del Señor Jesús”.
Resumiendo la enseñanza del Evangelio de este domingo, recordamos las etapas más importantes del camino cristiano para ser discípulos fieles: en primer lugar, Jesús nos invita a no erigirnos en jueces de los demás y menos para condenarlos; luego, nos pide que nos abramos y acojamos sus palabras que nos interpelan con amor y esperanza, para, a continuación, reconocer nuestras faltas graves (las vigas, no sólo las motas), comprometiéndonos a trabajar por eliminar las vigas, es decir, los pecados que lastran nuestras vidas, para llegar a ser hombres y mujeres nuevos, pues sólo así podremos mirar a los demás con la mirada de Jesús, ayudándoles a caminar tras él, siguiendo sus pasos (cf. François Bovon).
A esto nos invita el Apóstol: “Manteneos firmes y constantes. Trabajad siempre por el Señor, sin reservas, convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga”.
José María de Miguel, O.SS.T.
HOMILIA- II
Exégesis: Lucas 6, 39-45.
La vida a modo de parábola. Una parábola no es simplemente una comparación; es una enseñanza basada en imágenes, sucesión de escenas. Cuatro parábolas cierran la catequesis del Sermón de la llanura y conforman la distribución de cuatro que Lucas ha establecido en esta sección. Después de una prolongada catequesis se pregunta ¿Y en síntesis, qué? ¿Cómo debe ser la conducta de los ciudadanos del Reino de Dios? Aunque también se encuentran en Mateo, Lucas hace una elaboración personal. Esta elaboración pretende lo que dice en la presentación de la cuarta parábola: «El que acude a mí y escucha mis palabras y las pone por obra os voy a explicar a quién se parece» (6, 47).
1) El ciego-guía. Está presentada con una doble pregunta: «Podrá un ciego guiar […]. ¿No caerán ambos? «Es un recurso didáctico para destacar lo absurdo de que un ciego sea guía de otro ciego. Es decir, el discípulo que quiere ser maestro del maestro es un guía ciego. Lucas no contempla a los jefes de las sinagogas, como Mateo. Se dirige a sus comunidades: unos catequistas antes de recibir total instrucción. Ten presente que esta instrucción no abarca sólo la exposición doctrinal, sino la honestidad y la sinceridad en su vida.
La mota y la viga. La incoherencia que existe entre el no ver la viga y sí ver la mota. Forma antitética que permite la memorización de la enseñanza. Al hablarnos de «hermanos» se evidencia un contexto comunitario.
El árbol y sus frutos. Lucas habla del árbol en general y después enumera algunos árboles o arbustos: higos, uvas, espinos, zarza. Lucas piensa en la comunidad cristiana.
Roca o arena. Lucas, en esta parábola ha quitado su sabor semítico, paralelismo, coordinación de las frases, longitud de las mismas y viveza que aparece en Mateo (7, 25).
Además, cambia el terreno en que se construye la casa; no es Palestina, donde la roca está a flor del suelo (no hay que ahondar para encontrar la roca). En el terreno que está edificando Lucas hay que cavar profundamente para llegar a la roca.
Comentario
Partiendo de que la instrucción de que habla Lucas es doctrinal y también honestidad y sinceridad en la vida, vemos que estos problemas, ayer y hoy, siembran confusión y resquebrajan la comunión. El perjuicio es para los dos: guía y guiado. El hermano, guía de otros hermanos, debe tener el ojo limpio de vigas que entorpezcan su labor de guía. Es incoherente el que ve una mota y no ve una viga. Es incoherente pedir higos a las zarzas y uvas a los espinos, como lo es en la comunidad de los seguidores de Jesús decir una cosa y obrar otra. Como también es incoherente el edificar una casa sobre tierra y no querer que se derrumbe.
Árbol bueno, fruto sano. ¿Qué fruto damos? Dejémonos de los otros. ¿Cómo intentamos vencer nuestras enemistades? El que arranca a Cristo de tu vida ¿también te arranca a ti? ¿Eres como la tierra que sustenta el árbol bueno? Comienza por corregir tus defectos antes de quitar los de los demás. Quita la viga de tu ojo y entonces podrás quitar la brizna del ojo del hermano. «Ser lo que se es, hablar de lo que se cree. Creer lo que se predica, vivir lo que se proclama. Hasta las últimas consecuencias y en las menudencias diarias». No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Seamos simplemente árboles sanos. No nos faltará luz, ni riego, ni abono: el Padre es nuestro jardinero.
Jesús insiste en desarrollar los sentidos que nos relacionan directamente con el mundo: vista, oído. Las cosas son distintas si aprendemos a mirarlas con visión amplia. Desde el punto de vista del Reino de los cielos, nada es lo que era antes: se pesca donde no había peces; el ciego Bartimeo arroja el manto que lo protegía y ve. Basta ajustar la vista a la nueva visión para que todo se torne luminoso. Si nuestra vara de medir es estrecha y pequeñaja, todo será estrecho y pequeño. Pero ¿hasta dónde se podrá estirar un corazón lleno de Dios? ¿Podrá excluir a alguien por vigas en el ojo, por color de la piel, raza, por sangre?
«De lo que rebosa el corazón habla la boca». ¿De qué hablamos? ¿De lo que va mal que ahora y siempre tanto está de moda, de la mota del ojo vecino? Vivamos en clave de acción de gracias y no de queja. Eso es la Eucaristía: acción de gracias.
Manuel Sendín. O.SS.T.