"Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna"
Evangelio según san Juan (10,27-30)
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
HOMILIA-I
El Buen Pastor
"Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna". En este breve texto evangélico de hoy, cuarto domingo de pascua, se habla principalmente de Jesús y sus discípulos, y se habla envuelto en un lenguaje simbólico que es necesario aclarar.
¿Qué se dice de nosotros en la lecturas que acabamos de proclamar? Que nosotros formamos parte del rebaño de Cristo, que es el Buen Pastor. Pero si a nosotros se nos califica como ovejas suyas, es para poner de relieve que él es el Buen Pastor que camina delante del rebaño, que lo conduce por caminos seguros, que lo alimenta en verdes pastizales, que lo defiende de los lobos dando incluso la vida por sus ovejas. Aplicar a Jesús el título de 'Buen Pastor' es más fácil que hablar de sus discípulos como de sus 'ovejas'. Hoy somos muy sensibles a la libertad individual, a la condición independiente de cada uno, a que nadie nos diga lo que tenemos que hacer ni por donde ir; todo lo contrario de la imagen de la oveja y el rebaño. A primera vista parece que huimos de la masificación del rebaño, pero es sólo en apariencia; nada más gregario que muchos comportamientos actuales. No se puede negar que estamos dominados por lo que se califica como pensamiento único: casi todo el mundo se comporta de la misma manera, va a los mismos sitios que la propaganda pone de moda, ve los mismos programas de TV, viste según los patrones que marca para cada estación la moda caprichosa, escucha la misma música, repite los mismos tópicos y sigue fielmente las instrucciones que se imparten desde los medios de comunicación. Gente que piense por cuenta propia, que actúe sin dejarse condicionar por la propaganda o por la presión del ambiente, gente que no le importa ir contra corriente, gente celosa de su libertad que no se acomoda fácilmente a los criterios que impone la llamada opinión pública, no hay tanta. Pero claro esto no conviene airearlo; es mejor que las cosas discurran como van, sin demasiadas reflexiones. Por eso, el lenguaje de Jesús en el evangelio de hoy acerca de él como Buen Pastor y de nosotros como sus ovejas resulta chocante, y para evitar confrontaciones incómodas lo pasamos por alto o lo declaramos arcaico.
Y, sin embargo, es un lenguaje que expresa quién es él y cuál es nuestra relación con él. Al decir que él es el Buen Pastor, el evangelio quiere, ante todo, diferenciarlo de nosotros, ovejas de su rebaño, o ciudadanos de su reino, o miembros de su cuerpo, del cual él es la cabeza. Cristo, como Pastor, va delante, no se confunde con nosotros, aunque por nosotros arriesga su vida y aun la da. El es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas y les da la vida eterna y nadie las arrebata de su mano. En esta preciosa imagen de Jesús como Buen Pastor, y del pueblo como su rebaño, se describe esa relación amorosa de Dios con nosotros, relación toda ella tejida de atenciones, cuidados, protección y ayuda en los peligros. El Buen Pastor nos conoce a cada uno, en una relación personal e íntima, de padre y madre, de hermano y amigo, todo a la vez.
En justa correspondencia, de nosotros se espera que escuchemos su voz y que le sigamos. Las ovejas conocen la voz del Pastor, saben distinguirla de la de los extraños. Para llegar hasta Jesús, Buen Pastor, hay que reconocer su voz; entre miles de voces, entre centenares de palabras, como nos abruman a lo largo del día, la voz del Buen Pastor puede pasar desapercibida. Pero si no escuchamos su voz, no podemos seguirle, no seremos capaces de mantenernos como discípulos suyos. Porque somos cristianos si sabemos escuchar. Jesús es el Maestro, nosotros los discípulos. Ahora bien, ¿qué clase de discípulos serían aquellos que no están atentos al maestro, que no lo escuchan ni le hacen caso? Escuchar es la primera y más elemental señal de estima, de aprecio, de amor hacia aquel que nos habla, hacia el Maestro que nos enseña. Pero escuchar no es simplemente oír lo que otro nos está diciendo. ¡Cómo distinguimos enseguida quién es el que nos escucha y quién el que simplemente nos oye! Escuchamos a otra persona si confiamos en ella, si le damos crédito, si la acogemos con amor. Pues esta es la actitud que reclama de nosotros el Señor. "Mis ovejas escuchan mi voz". Escuchar a Jesús es creer en él, es confiar en él: así nos convertimos en discípulos suyos; así es como entramos en comunión de vida con él compartiendo su misma vida divina. Cuando nosotros acogemos la Palabra de Dios creyendo de verdad en ella, el Señor se nos entrega, nos abre de par en par las puertas de su corazón: "Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna".
El Señor nos conoce, es decir, nos ama; Jesús se descubre, se comunica a aquel que cree en él, que se toma la molestia de prestarle atención, de escucharle con calma y sosiego, de seguirle. A éste, Jesús le promete la vida eterna: "no perecerá para siempre". Esta es la esperanza inquebrantable de los discípulos de Jesús. A quien escucha su voz y le sigue, no le defraudará jamás: nadie podrá arrebatarnos de su mano ni de la mano del Padre, pues “el Señor es Dios, él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño”.
José María de Miguel González, OSST
HOMILIA- II
Exégesis: Juan 10, 27- 30.
Este pasaje del Evangelio de Juan aparece tras el signo-milagro de la curación del ciego de nacimiento. Jesús quiere mostrar que Él es el Mesías esperado y que llevaría adelante su misión como luz y como buen Pastor.
Jesús se identifica mejor con la figura de Pastor Bueno que con la de Cristo, es decir, Mesías. Habla desde esta imagen del Antiguo Testamento aplicada especialmente a Dios, que recordaba la alianza evocando al mismo tiempo el cuidado de Yahvé para con su pueblo.
Los verbos utilizados muestran la verdadera identidad de Jesús. Conocer, dar (vida eterna), no dejar arrebatar (ofrecer seguridad, proteger en el peligro) . Estos verbos son las credenciales que identifican a Jesús. Por tanto, Jesús, el Mesías, es el Buen Pastor porque nos ha mostrado su amor sin límites.
Debemos imaginarnos que muchas familias poseían un rebaño pequeño (unas ocho cabras u ovejas) para su propia subsistencia. Todas las noches reunían los rebaños en el redil o cercado de piedra. Por la mañana, cada amo acudía al redil, silbando o llamando sus ovejas por su nombre. Las ovejas reconocían esa voz y seguían a su dueño. Los judíos no reconocieron esta voz, ni este silbo. No pertenecen a este rebaño.
Fíjate en la relación de compenetración y de interacción mutua entre ovejas y pastor: Ellas me escuchan, yo las conozco; ellas me siguen, yo les doy la vida. Paralelismo de frases que intensifica la relación. Es un texto conversacional en tiempo de invierno: «Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación y era invierno» (v. 22). Ambiente frío como el de la conversación. Apoyándose en el símbolo ovejas-pastor, Jesús remite a sus obras. La palabra clave es solicitud. Conocimiento, vida, protección. Fíjate en la importancia de las ovejas. Lo que el Padre me ha dado (las ovejas), es lo más grande de todo. Clima cercano y cálido, contrapuesto al gélido de la conversación de Jesús y sus interlocutores.
Comentario
El amor de Jesús por sus ovejas pone en juego la dinámica de la fe, la dinámica del «creer», que se expresa con dos verbos: escuchar (la voz de Jesús) y seguirlo. Las dos acciones que caracterizan al auténtico discípulo: escucha atenta del Maestro y seguimiento incondicional. Esta dinámica no se inicia en la escucha del discípulo, sino en la llamada del Maestro. Jesús obra primero e impulsa la fe; luego viene la respuesta libre del discípulo. Así la relación Jesús-Pastor y discípulo-oveja es una relación de comunión que traspasa las fronteras de la muerte.
La relación de Jesús y sus ovejas procede de la relación con el Padre. Está sostenida por.el amor de este Padre con quien es uno. «El Padre y yo somos uno». Se nos introduce en el amor del Padre. Es el amor del Pastor resucitado.
Jesús se parece a los pastores que tienen pocas ovejas, las conocen a todas y las llaman por su nombre. Los primeros cristianos recordarían el trato cálido y personal dado por Jesús a los que trataron con Él. Mis ovejas escuchan mi voz.
Manuel Sendín, O.SS.T.