Ha sido durante algún tiempo opinión frecuente que en el Antiguo Testamento (AT) se encuentra la revelación de Dios uno, mientras que en el Nuevo Testamento (NT) se nos ha dado a conocer el misterio del Dios Trinidad, centro de la fe y de la vida cristiana. La revelación del Dios uno podría en principio ser conocido por las capacidades y el esfuerzo de la razón humana (Vaticano I, Dei Filius), pero es evidente que sólo la revelación sobrenatural nos permite acceder al conocimiento del misterio de Dios en sí mismo en la trinidad de personas. Lo recoge muy bien esta idea el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE):
“La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios que no pueden ser conocidos si no son divinamente revelados” (CEE 237 y 261).
Dios es uno porque es trino
Con la visión neotestamentaria, el Dios del AT es el Padre de Jesús, y que cuando el NT habla de Dios, se refiere en casi todos los casos al Padre (K. Rahner), se ha sacado o se ha podido fácilmente sacar la conclusión de que la enseñanza del Dios uno es una enseñanza sobre el Padre.
Pero el conocimiento de Dios como Padre alcanza su plenitud en la revelación en Jesucristo. El AT habla de Dios Padre catorce veces, es decir hace uso muy parco de esta noción, estaría muy lejos de la revelación plena de este misterio. Por eso es el NT donde aparece como Padre de Jesús, es decir como Padre nuestro de un modo absolutamente nuevo e insospechado.
En esta línea deseo citar el texto de san Gregorio Nacianceno que habla de cierta revelación progresiva de las tres divinas personas en el curso de la historia de la salvación:
“El AT anunció claramente al Padre y, de una manera más oscura, la Hijo. El NT dio a conocer manifiestamente al Hijo y dejó entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario” (cfr . Gregorio Nacianceno, Oratio 31).
Es evidente que Jesús de Nazaret confiesa sin ambages el monoteísmo del AT (cfr Mc 12, 29-30; par con Dt 6, 4-5) y correlativamente, él mismo se muestra y se revela como el Hijo. Y aunque en el AT la presencia del Hijo y el Espíritu no se manifiesta, no podemos olvidar el axioma según el cual las tres personas obran de forma inseparable, son en sí inseparables (San Agustín), lo cual de ningún modo quiere decir que la operación común sea indiferenciada. Esto lo ha formulado con mucha precisión el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación. Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo el NT: “Uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, uno solo Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas” (CEE 258. La cita es del Concilio II de Constantinopla).
Tenemos que recordar que en el NT se repite la idea de la mediación del Hijo en la creación (cfr 1 Cor 8, 6; Col 1, 16; Heb 1, 2-3; Jn 1, 3-10). San Ireneo de Lyon utilizó la imagen del Hijo y el Espíritu Santo como las dos manos del Padre, de las que se sirvió para la creación del mundo y especialmente del hombre.
No es posible establecer una línea divisoria entre la revelación del Dios uno y la del Dios trino. Esta última es necesariamente una profundización en la primera. Esto lo formuló de manera muy precisa Tertuliano:
“Dios quiso renovar el misterio de tal manera que, por el Hijo y el Espíritu Dios fuera creído de modo nuevo como uno”.
Esta novedad consiste que “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). Junto al único Dios verdadero se coloca, inseparablemente, el Hijo único, que según el NT es también Dios (cfr Jn 1,1; 20, 28). El monoteísmo cristiano adquiere una precisa connotación, no es el de un Dios aislado y solitario.
La relación Padre-Hijo en el mismo ser de Dios (Jn 1,1-3; 17, 5.24) no pertenece solo a la economía, sino que se remonta, desde la eternidad, a la teología. En esta relación desempeña un papel fundamental el Espíritu Santo, presente en algunos momentos fundamentales de la vida de Jesucristo. El Espíritu es el agente de la concepción virginal de Jesús, el Hijo de Dios (Lc 1, 25). En los evangelios sinópticos reviste especial importancia el bautismo de Jesús en el Jordán. Junto a la voz del Padre que lo proclama Hijo se nos habla del descenso del Espíritu en forma de paloma (Mc 1, 9-11). Según el evangelio de Juan, el descenso y la permanencia del Espíritu en Jesús muestra que es el Hijo de Dios (cfr Jn 1, 32-34).
Con referencia a este acontecimiento el NT habla de la “unción de Jesús” (Lc 4, 18-19). A partir de este momento el Espíritu acompaña y guía a Jesús en su actividad; lo conduce al desierto para ser tentado por el diablo (cfr Mc 1,12); con la potencia del Espíritu expulsa los demonios (cfr. Mc 3, 22); Jesús exulta y alaba al Padre en el Espíritu Santo (cfr Lc 10,11).
La palabra Padre indica un primado, una primacía (San Buenaventura). Pero a su vez el término indica relación, como lo habían puesto de relieve los Padres Capadocios. El Padre es Fons et origo (fuente y origen). De él todo viene y hacia él camina todo. Jesús vivió sólo para el Padre, fue su referencia en su vida. También a él, como meta final de nuestra existencia, nos conduce a Jesús a nosotros por la acción del Espíritu Santo.
En virtud de su condición de Padre, su carácter de principio, de fuente y de origen no le hace ser en el aislamiento, en la soledad. Los Padres y los grandes teólogos medievales repiten que Dios siendo único, no es solitario (Tertuliano, Hilario de Poitiers, santo Tomás).
Pero sobre todo, Dios es amor (cfr 1 Jn 4, 8.16); esta definición de Dios da sentido a todas las expresiones. La plenitud de Dios está en la donación, en la entrega en el “intercambio de amor”. En el monoteísmo trinitario consiste la novedad de la fe en el Dios uno. Ninguna concepción monoteísta alcanza esta plenitud ni se le puede comparar: “No hay más Dios uno que la Trinidad”.
La Trinidad exige un estilo de vida
La Trinidad es un camino para la vida. Creer en la Trinidad nos exige también un estilo de vida (Piero Coda). Al final el Dios de Jesucristo es una idea muy sencilla: es caer en la cuenta de la “simplicidad de Dios”. Quien ha experimentado esto puede decir que ha entendido la Trinidad. Lo extraordinario de la Trinidad es que Dios no es Dios sin el otro. En este sentido antropológico, cada persona divina es gracias al otro y es para que el otro sea.
¿Qué consecuencias tiene esta simplicidad de Dios Trinidad en la vida de cada uno y para la acción pastoral de la Iglesia?
- Implica toda superación de aislamiento o individualismo por parte de los seres humanos. Si Dios nos creó a su imagen y semejanza, y Él es relación, el creyente no puede vivir aislado y ensimismado.
- La catequesis debe reflexionar sobre qué experiencia de Dios tiene los cristianos en las diversas comunidades y si están abiertas a dejarse interpelar por aquellos que viven fuera de ella (no creyentes o de otras religiones).
- Deben estar abiertas a la acción del Espíritu: revisar su idea de Dios, saber qué les pide en los acontecimientos de la historia y hacer una lectura creyente de la realidad.
- “Que todos sean uno” reza el último legado de Jesús (Jn 17, 21). Esto indica que la comunión en que existe el Dios trinitario ha de ser expresada en el discipulado redimido por Cristo y extendida universalmente por medio de él. Esto es la Iglesia: “Signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de todo el género humano” (LG 1). En ella y por ella ha de hacerse realidad esa comunión a que están llamados todos los hombres y mujeres. La Iglesia anuncia lo que ella misma es: el misterio de la koinonia (communio).
La Iglesia ikono de la Trinidad significa que la Iglesia es en cuanto pueblo de Dios Padre, quien por Cristo y el Espíritu congrega a los hombres y mujeres en su pueblo. Imagen , pero también cuerpo, espacio y fruto de la actividad trinitaria.
- Los últimos grandes documentos sobre la evangelización y la catequesis hacen tomar conciencia de que la misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra del Espíritu, protagonista de la misión y principio inspirador que suscita y alimenta la catequesis.
La catequesis encuentra su verdadera fuerza en su compromiso permanente de dar testimonio en el amor divino, que es el Espíritu Santo. Él es el alma de la catequesis, el pedagogo que penetra cualquiera de los matices de acción catequética, y toda ella ha de moverse confiadamente en la acción del Espíritu.
La actividad de los catequistas está siempre sostenida e inspirada por el Espíritu, pues es el principal catequista y el maestro interior y principio inspirador de toda la obra catequética y de los que la realizan. Los métodos y las técnicas adquieren toda su eficacia en su acción silenciosa y discreta.
Es verdad que vivimos en el tiempo en que la Trinidad se ha revelado plenamente. Pero ¿qué decir del mundo no creyente, secularizado, que nos rodea? ¿No se encuentra acaso en las mismas condiciones en que estaba el mundo ante de la venida de Jesucristo? ¿No debemos usar con relación a él la misma pedagogía que usó Dios con la humanidad entera al revelarse? Por ello, debemos ayudar a nuestros contemporáneos a descubrir, sobre todo, que Dios existe, que nos ha creado por amor, que es un Padre infinitamente misericordioso, no un frío e impersonal “ser supremo”. En definitiva, ¡el Dios que se ha revelado en Jesucristo!
A la Trinidad no se llega a través de especulaciones humanas y si se llega, como en Hegel, ya no es una Trinidad de personas, sino una trinidad de ideas- tesis, antítesis y síntesis-, un pobre producto de la mente humana (Cardenal Raniero Cantalamesa). A la Trinidad se llega por el mismo camino por el que ella he llegado a nosotros, es decir, el Hijo: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 27).
Juan Pablo García Maestro, osst
Universidad Pontificia de Salamanca