BEATO DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ
José Francisco López-Caamaño y García Pérez nació en Cádiz el 30 de marzo de 1743. A los quince años vistió el hábito capuchino en Sevilla, tomando el nombre con el que será conocido en la posteridad. Tras algunos altibajos en su vida espiritual, estudiando segundo curso de teología, experimentó una súbita transformación por obra de la gracia divina, imponiéndose una vida metódica de gran perfección, que pronto quedó manifiesta a todos los que le trataban. En 1766 recibió la ordenación sacerdotal.
Dotado de cualidades extraordinarias, dio comienzo a las misiones populares en 1771. En los primeros diez años no hubo población importante de Andalucía que no escuchase su voz. Recorrió durante su vida prácticamente toda la geografía española. En octubre de 1786 emprendió una gira por tierras valencianas. Su verbo elocuente se dejó oír por los pueblos tanto de la Ribera como de la montaña. Y no es extraño encontrarse aún hoy en algún pueblo con el lugar que recuerda donde el fervoroso capuchino predicó la palabra de Dios ante un gran auditorio. Enorme era la conmoción popular que se experimentaba con su predicación.
No sólo promovía una profunda renovación en la vida religiosa y moral, sino que repercutía también en la vida pública. En sus misiones populares, además de las instrucciones doctrinales y del sermón moral, impartía conferencias especializadas a los niños, jóvenes, hombres y mujeres. Fomentaba la religiosidad popular celebrando procesiones de penitencia y rosarios públicos. Divulgó la devoción a la Virgen en la advocación de la Divina Aurora. Promovió los ejercicios espirituales, como medio de renovación del pueblo cristiano, que se difundieron entre el clero secular y regular, e incluso entre seglares. Se distinguió en su predicación por la sencillez y dignidad. Marcelino Menéndez y Pelayo hace del beato Diego José de Cádiz la figura más representativa de la oratoria religiosa de España después de san Vicente Ferrer y san Juan de Avila.
En el convento de los Trinitarios Descalzos de Sevilla pidió y fue admitido como Cofrade Trinitario. Llevaba con fe y sano orgullo el escapulario trinitario como signo de su íntima unión con las Tres divinas Personas.
Fue al encuentro del Señor, después de infatigables trabajos, en Ronda el 24 de marzo de 1801. El Papa León XIII lo beatificó en 1894.