No suelen faltar en las procesiones de Semana Santa de la mayor parte de las ciudades y pueblos de España, las de Jesús Nazareno Rescatado, mal llamado “Cristo de Medinaceli”. Tiene una iconografía peculiar, y por eso fácilmente reconocible: representa el momento de la pasión en que Pilato presenta a Jesús ante el pueblo, maniatado, coronado de espinas, con una túnica y pronunciando la conocida sentencia “Ecce Homo”, Aquí está el hombre. Pilato descarga sobre la gente la responsabilidad del juicio: ante la visión de este Jesús despojado de su dignidad, herido y humillado.
En lo más alto del paso procesional se presenta de nuevo ante el pueblo a Jesús Nazareno. Es significativo que, por lo general, aparezca solo, sin más compañía que flores y faroles. Cada Semana Santa se nos vuelve a hacer parte de ese juicio, aunque no seamos conscientes de su relevancia y de nuestra responsabilidad. Pero hay algo más que llama la atención en la iconografía de esta imagen: porta un escapulario blanco con una cruz trinitaria. Este detalle no corresponde al texto evangélico, y a pesar de ello es un elemento irrenunciable para lo que representa esta popular devoción del Señor.
El 28 de enero de 1682, a las puertas amuralladas de Ceuta, el trinitario cordobés Martín de la Resurrección, hacía efectivo el pago por el rescate de quince imágenes sagradas que habían sufrido cautiverio en Mequinez, donde compartieron mazmorra con cientos de cautivos cristianos. La mayor parte de estas imágenes y prisioneros procedían del asalto y conquista, por parte del Sultán de Marruecos, de la ciudad de Mámora, cercana a la actual Rabat, y hasta entonces bajo dominio español. Antes de liberar a los cautivos, y como gesto de buena voluntad, el embajador del Sultán exigió el rescate de aquellas imágenes, entre las que se encontraba una que representaba a Cristo en su presentación ante el pueblo, de tamaño natural y preciosa hechura, a pesar de los daños sufridos en la prisión. Como parte del pago, además de unos cuantos doblones de oro y paños de oro de Segovia, se exigió el intercambio un cautivo musulmán por cada imagen.
Los frailes trinitarios eran expertos en este tipo de intercambio de cautivos, llevaban casi quinientos años haciéndolos, desde que en marzo de 1199 el papa Inocencio III entregara a san Juan de Mata una carta para el Sultán de Marruecos, presentando la obra e intenciones redentoras de la nueva Orden religiosa. Un siglo antes de esta redención en Ceuta, el trinitario español Juan Gil rescataba en Argel a Miguel de Cervantes.
A cada cautivo rescatado se le imponía un sencillo escapulario con la cruz trinitaria, de este modo se certificaba el pago realizado por él. Los cautivos liberados, profundamente agradecidos por la redención que Dios y los frailes trinitarios les otorgaban, solían llevar el escapulario el resto de sus vidas. Así se hacía también con las imágenes rescatadas, que se convertían en símbolo de la actividad redentora de la Orden Trinitaria y de la misericordia de Dios.
La imagen de Jesús Nazareno “Rescatado” llegó a Madrid en junio de 1682, portando aún el escapulario trinitario impuesto en Ceuta, y se realizó la tradicional procesión de cautivos que terminó en la Plaza Mayor. Los cautivos volvieron con sus familias, mientras que las imágenes se repartieron en iglesias de la Villa y Corte; excepto la de Jesús Nazareno, que los trinitarios se quedaron para su propia iglesia. Pronto comenzaron a realizarse copias de aquella sagrada imagen en todos los conventos trinitarios de Europa, y aunque solo la primera había sido realmente rescatada, en todas ellas se incluyó el escapulario.
Aquel que nos rescata es rescatado, el que nos da la vida se presenta humilde ante la nuestra, el más libre de todos aparece cautivo. Todo esto es lo que se encierra en ese sencillo escapulario trinitario. No es un adorno sino un símbolo, el más importante de todos, porque es el símbolo de la redención.
Pedro J. Huerta Nuño, osst