El segundo grupo de mártires trinitario beatificado es el formado por la comunidad de Alcázar de San Juan. Los seis religiosos que formaban la comunidad fueron martirizados el 27 de agosto de 1936 y sepultados en el cementerio de la localidad, pero sus restos fueron trasladados a la iglesia del convento en el año 1962. En un principio estuvieron sepultados junto al altar mayor, pero desde la beatificación la comunidad ha reformado una capilla de la iglesia en la que también se han colocado los restos del beato Santos Álvaro Cejudo.
Beato Hermenegildo de la Asunción (Iza Aregita). Nació en Mendata Albiz, Vizcaya, el 13 de abril del año 1879. En 1895 emitió sus primeros votos en Algorta y los votos solemnes en Villanueva del Arzobispo el 6 de enero de 1899. En 1902 se ordenó de presbítero en Sevilla de manos del Beato Marcelo Spinola. Fue Ministro de varias casas trinitarias hasta que en mayo de 1936 lo fue también de Alcázar de San Juan. Era un religioso bondadoso, pacífico y prudente. Se dedicaba con afán al confesionario, teniendo fama de ser un gran director espiritual y un gran catequista. Cuando llegó a Alcázar de San Juan, al ser felicitado por su nombramiento, respondió: “No he venido para ser el superior, sino para ser sacrificado”.
Beato Buenaventura de Santa Catalina (Gabika-Etxebarría Gerrikabeitia): Nació en Ajánguiz, Vizcaya, el 14 de julio de 1887. Realizó el noviciado en Algorta donde profesó en 1903. Los votos solemnes los emitió en La Rambla el 28 de septiembre de 1906. Fue ordenado de sacerdote en Málaga el día 17 de diciembre de 1909. La mayor parte de su vida religiosa la pasó en Alcázar de San Juan, donde se dedicó a la educación de los niños más jóvenes, por quienes fue muy querido, ya que era un hombre bueno y simpático. Le gustaba la música y el canto, tenía muy buena voz de barítono que no solo la utilizaba en los cantos en la iglesia sino enseñando a los niños las tablas de multiplicar cantando. A su lado, ningún niño estaba triste, si tenía que regañar lo hacía de forma muy suave y si alguno no tenía dinero para pagarse el colegio, lo atendía gratuitamente. Era tan grande el cariño que le tenían en el pueblo que cuando se veía venir la persecución contra los religiosos él comentaba: “A nosotros no nos va a pasar nada malo, ya que hemos dado clases a la mayoría de los niños de Alcázar de San Juan y les hemos proporcionado trabajo a centenares de obreros del campo. Nosotros queremos mucho al pueblo y sé que los alcazareños también nos quieren a los trinitarios”.
Beato Francisco de San Lorenzo (Euba Gorroño): Nació en Amorebieta, Vizcaya, el 25 de julio de 1889. Hizo el noviciado en Algorta donde profesó en 1905. Emitió los votos solemnes en Villanueva del Arzobispo el 12 de noviembre del año 1908. Fue ordenado sacerdote en Jaén el 23 de diciembre del año 1911. Pasó toda su vida sacerdotal en Alcázar de San Juan, llegando a ser elegido vicario de la comunidad en el año 1932. Siempre se dedicó a la enseñanza, la ayuda a los más necesitados buscándoles trabajo en el campo y en RENFE, y al ministerio sagrado del culto divino y la confesión. De él se comentaba que contagiaba alegría. Dado su carácter abierto y simpático, en los últimos años de su vida fue blanco de habladurías, pues según algunos era excesivamente extrovertido. Tenía una magnífica voz de tenor, lo que le sirvió no solo para cantar en las celebraciones litúrgicas, sino para organizar y dirigir diversos coros que cantaban no solo en las celebraciones religiosas, sino también en las fiestas populares. Algunos decían que “iban a la iglesia sólo por oír la voz del padre Francisco”. Fue director de la “Adoración Nocturna” fundada en el convento de Alcázar en el año 1913 y capellán de las “Hijas de María”; también fue capellán del Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Siempre estaba dispuesto a atender a todos y era frecuente que visitase a los enfermos en sus domicilios. Asimismo, como buen vasco, jugaba muy bien al frontón.
Beato Plácido de Jesús (Camino Fernández): Nació en Laguna de Negrillos, León, el 6 de mayo de 1890. Entró en el noviciado de Alcázar de San Juan donde profesó en 1906 y emitió la profesión solemne en Córdoba el 7 de noviembre de 1909. Estudió en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, llegando a doctorarse en filosofía y fue ordenado de sacerdote en la Basílica Lateranense el día 8 de abril de 1916. Era un hombre muy inteligente. De él se ha llegado a decir que “ha sido el religioso trinitario más inteligente del siglo XX”. Volvió a España en el año 1917 siendo profesor de filosofía en Virgen Bien Aparecida y posteriormente, en Córdoba impartió teología, hasta que en 1925 fue nombrado director del colegio de Alcázar de San Juan, cargo que ocupó hasta el año 1935. Existen muchos datos y anécdotas sobre él pues fue el trinitario que más contacto tuvo con los alcazareños, al ser el director del colegio durante diez años. También fue capellán del Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
Beato Antonio de Jesús y María (Salútregui Uribarren): Nació en la localidad vizcaína de Guernica-Luno el 5 de febrero de 1902. Realizó el noviciado en el Santuario de la Bien Aparecida donde profesó en 1918, junto a los ahora beatos Domingo del Santísimo Sacramento y Melchor del Espíritu Santo. Emitió la Profesión Solemne el 3 de mayo de 1923 y fue ordenado de sacerdote por el beato mártir Manuel Basulto Jiménez, el día 29 de mayo del 1926. A pesar de su juventud era de naturaleza enfermiza, pero de un carácter muy dulce. Era un buen organista, compuso el himno a Jesús Nazareno Rescatado de Alcázar de San Juan. Semanas antes de ser detenido, se presentaron en Alcázar unos familiares vascos que se lo quisieron llevar, aunque él se negó a abandonar a sus hermanos de religión.
Beato Esteban de San José (Barrenechea Arriaga): Nació en la localidad vizcaína de Elorrio el 26 de diciembre de 1880. Ingresó en Algorta como lego y profesó en 1906. Emitió la Profesión Solemne en el Santuario de la Bien Aparecida el 25 de noviembre de 1909. Era muy humilde y trabajador y siempre desempeñó el oficio de cocinero. Hablaba muy poco porque no conocía bien el castellano y se desenvolvía mucho mejor en euskera. Acostumbraba a decir que “aunque sus manos estaban ocupadas en los cacharros de la cocina, su corazón estaba ocupado en Dios”. Tenía fama de servicial, no solo con los religiosos, sino también con los alumnos del colegio y con sus padres. Todos los días hacía comida de más para repartirla entre los pobres a las puertas del convento, siendo muy respetuoso con ellos cuando les repartía la comida e incluso cuando iba al mercado del pueblo a hacer la compra. A Fray Esteban le ofrecieron en más de una ocasión la libertad, si trabajaba como cocinero para los milicianos, para lo cual se tenía que inscribir en un centro marxista. Él siempre se negó aun a sabiendas del riesgo que corría.
Detención y martirio de la Comunidad Trinitaria de Alcázar de San Juan
Los días 19 y 20 de julio de 1936 fueron días de desconciertos y falsas informaciones en Alcázar de San Juan. El 19 los frailes fueron insultados en la calle cuando volvían de un entierro; el padre Plácido fue a preguntar a la guardia civil para informarse de cuál era la situación real. El 21 tanto los franciscanos como los trinitarios fueron hechos prisioneros.
Aquella mañana, como hacían diariamente, los trinitarios se habían reunido en el coro de la iglesia a fin de celebrar el oficio divino y posteriormente cada uno la Eucaristía. El padre Plácido salió a celebrar misa en el Asilo de Ancianos y, al pasar por delante del convento de San Francisco, vio cómo detenían a los franciscanos. Aunque le dijeron: “A ése ya lo cogeremos después”, él continuó su camino y celebró la Misa. Sobre las siete de la mañana, varios hombres y mujeres rodearon el convento gritando contra los frailes e incluso entraron en el corral de una casa colindante a fin de evitar que los religiosos pudiesen huir por allí. El padre Antonio de Jesús y María estaba celebrando Misa y ya había consagrado el pan y el vino cuando los milicianos entraron en la iglesia y lo intimidaron para que terminase, él siguió celebrando la Misa, consumiendo todas las Sagradas Especies a fin de que no fuesen profanadas. A los fieles que estaban en la iglesia, los cachearon antes de dejarlos salir.
A las ocho de la mañana se presentó el juez municipal y les dio quince minutos para que se quitaran los hábitos y se vistieran de paisano. Ellos obedecieron y se fueron al claustro del convento esperando que el padre Antonio acabase de celebrar la Misa. El padre Plácido, al acabar la Misa en el Asilo, se fue andando al convento para reunirse con sus compañeros. Una vecina, que sabía que estaban deteniendo a los trinitarios, le salió al encuentro para avisarlo, pero él le contestó: “Muchas gracias por el aviso, pero lo que sea de mis hermanos, que sea de mí”. Lo detuvieron por el camino y lo llevaron con el resto de los frailes. En la plazoleta del convento se habían concentrado muchos milicianos y curiosos y en dos viajes en un Ford incautado, los llevaron al Ayuntamiento. Durante el trayecto fueron insultados por milicianos que corrían detrás del coche. Los testigos presentes que posteriormente declararon en el proceso, dijeron que los religiosos siempre se mostraron serenos, tranquilos. En el Ayuntamiento ya estaban los frailes de la comunidad franciscana y un novicio dominico que había sido apresado en la estación del ferrocarril.
En la plaza del Ayuntamiento se escuchaban gritos pidiendo la muerte de los catorce frailes allí retenidos. Les preguntaron por el dinero y las armas que tenían escondidas en los conventos, a lo que ellos respondieron que no tenían ni dinero ni armas. El alcalde se acercó al padre Plácido, que había sido su profesor y se ofreció a salvarlo a lo que él se negó si no se les daba el mismo trato al resto de sus compañeros detenidos. Posteriormente fueron detenidas las Monjas Concepcionistas de la localidad, aunque más tarde las enviaron al Asilo, donde fueron acogidas por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. A los catorce religiosos los sacaron escoltados del Ayuntamiento, de dos en dos y atados con cuerdas y los llevaron a un lugar llamado “el Refugio”, situado junto al torreón de Santa María, en la calle Gracia. Allí estuvieron encerrados varios días comiendo lo poco que les llevaban algunos vecinos a riesgos de sus propias vidas.
Todos los días eran visitados por un agente de la policía secreta, quien años más tarde confesaría que le llamó mucho la atención el silencio que imperaba entre los religiosos, cosa que se interpreta como que estaban realizando los ejercicios espirituales de San Ignacio, como preparación al martirio. Sin embargo, no podían rezar en común, aunque sí los dejaban hablar entre ellos, lo que aprovecharon para confesarse mutuamente. En aquel lugar cogió una infección bronquial el hermano Esteban y para que se curara lo enviaron al Asilo de Ancianos.
La tarde del día 26 trasladaron a los presos civiles a otra cárcel situada en la calle de Santo Domingo y dejaron en “el Refugio” sólo a los religiosos. Aquella tarde-noche la pasaron atemorizados y aunque les llevaron la cena desde una fonda, ninguno de ellos cenó. Hacia la medianoche, se presentaron varios milicianos y les dijeron que se levantaran y prepararan para ser trasladados a otra cárcel. Irían en dos grupos aunque mezclados los franciscanos y los trinitarios. Al poco rato de salir el primer grupo, se oyeron unos tiros y un cuarto de hora más tarde, volvieron por el segundo grupo. Al llegar al lugar donde iban a asesinarlos asesinaron al segundo grupo de religiosos. Muchos vecinos oyeron las descargas de los fusiles y los gritos de alguno de los mártires diciendo “Viva Cristo Rey”.
La mañana del día 27 de agosto, casi de madrugada, varias personas se acercaron a ver los cadáveres, que más tarde llevaron al cementerio municipal. Allí fueron expuestos al público, se les practicaron las autopsias que certificaron que los religiosos habían muerto por disparos realizados a corta distancia, directamente a la cabeza y al pecho. Fueron sepultados en una fosa común dentro del mismo cementerio municipal. El 16 de septiembre de 1939, fueron exhumados, identificados y colocados en la cripta del cementerio municipal. En 1962 fueron trasladados a un muro de la iglesia trinitaria.
Cuando fr. Estéban se recuperó de su enfermedad, el 31 de agosto, se presentaron en el Asilo un grupo de milicianos que se lo llevaron en un coche a la cárcel del pueblo donde lo maltrataron. El 12 de septiembre lo sacaron de la cárcel y a las dos de la madrugada lo fusilaron a las afueras del pueblo.
Se celebra su memoria el 6 de noviembre.