"Gloria a ti, Trinidad, y a los cautivos, libertad"
SAN JUAN DE MATA
FUNDADOR DE LA ORDEN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Faucon (Provenza, Francia), 1150
Roma, 17 diciembre 1213 + 21 octubre 1666
Juan de Mata es el fundador de los trinitarios. Vive toda la segunda mitad del siglo XXII -nace en 1150- y conoce también los albores del XIII, muere en 1213. Es un hombre meridional, vino al mundo en el condado de Provenza, en un risueño rincón de los Alpes Bajos franceses, Faucon, en los aledaños de Barcelonnette.
JOVEN ESTUDIANTE Y MAESTRO EN PARÍS
La niñez y adolescencia de Juan de Mata transcurren en su país natal, diligentemente seguidas, ya en la escuela de una familia hondamente cristiana y de buena condición social, ya, a partir de los 7 años, en un centro de formación exterior, en Aix. Hacia los 18 años, Juan, con la bendición de sus padres, se traslada a París para continuar su formación en uno de los renombrados Estudios Generales de la ciudad del Sena. Para entonces el joven provenzal había ya decidido entrar en una orden: desde su adolescencia tuvo firme intención de ingresar en una orden; no veía, sin embargo, con claridad qué religión escoger, nos dice un relato anónimo del siglo XIII. Por eso pide constantemente al Señor que le muestre, si es de su agrado, la orden que debía abrazar.
Mientras tanto se prepara. Se dirige a París. Sabemos que estudió en los Estudios Generales Catedralicios de Notre Dame, bajo la dirección del gran teólogo lombardo Prebostino. Tras haber coronado con éxito los estudios de arte (filosofía), se consagra durante ocho años a la teología. En los documentos del siglo XIII se le nombra siempre como maestro, maestro teólogo, maestro y rector en teología. Ello prueba que ejerció también, finalizados sus estudios, la función de profesor, pues el título de maestro era un título académico que se otorgaba sólo a quien había ejercido de profesor: Lo dice, además, explícitamente, el mentado relato: “Bajo su dirección (Prebostino) frecuentó la teología y enseñó luego otro maestro llamado Juan de Provenza”. Juan debió ejercer esta función entre los años 1185 y 1192. Fue en este tiempo cuando trabó amistad con el obispo de París, Maurice de Sully, gran pastor reformador, y con los canónigos victorinos de la ciudad, que ejercían de penitenciarios en las escuelas. Tanto el uno como los otros van a jugar un papel importante en el proyecto posterior del joven profesor.
Los estudios, sin embargo, para Juan no eran un fin. Él sigue con la idea de ser religioso. Continúa orando incesantemente para que el Señor le muestre su puesto, la orden en la que le quiere. Los documentos nos lo describen asiduo y diligente en el servicio de Dios, un varón temeroso de Dios a quien sirve día y noche. Más aún, muchas veces sufre no pocas burlas de sus compañeros frívolos por ello. El maestro provenzal ronda ya los 40 años. Es un agudo lector de los signos de Dios en la historia, en la Iglesia, en la sociedad. Desde hace tiempo el Espíritu le interpela desde ellos. El fenómeno de la cautividad le inquieta sobremanera desde la adolescencia. Como provenzal había vivido en primera línea el drama de las cruzadas; la Provenza, con sus costas y enclaves portuarios, está muy relacionada con los musulmanes. Juan de Mata es aún un niño cuando, en 1162, Toulon sufre un pavoroso saqueo de parte de los musulmanes, seguido de muertes y de un cuantioso botín de cautivos. Más tarde, ya en París, en 1187 llega a la ciudad del Sena la amarga noticia de la caída de Jerusalén en poder de los enemigos de la Cruz de Cristo. De nuevo, junto a los muertos, miles de cautivos que han ido a engrosar las mazmorras musulmanas. La triste noticia la ha dado a toda la cristiandad el papa Gregorio VIII. Seguidamente su legado, Enrique Albano, llega a París para promover la tercera cruzada como única forma para recuperar la ciudad y toda la Tierra Santa. Retoñan las viejas razones de San Bernardo ( 20 de agosto) a favor de la cruzada y París va a asumir el protagonismo, celebrando un concilio general en 1188.
Juan de Mata, profesor de teología a la sazón, piensa sobre todo en los cautivos. En los miles que han quedado a merced de sus dueños “infieles”, desarraigados de su ambiente, de su cultura, de su religión. Verdaderos esclavos en peligro también de perder su fe cristiana. La lectura de estos hechos barrena su mente. ¿Y la solución? El profesor de Provenza no comparte el entusiasmo de Bernardo por las cruzadas. Como más tarde Francisco ( 4 de octubre), no cree que la solución sea la guerra, la espada. Todo enfrentamiento crea cautivos de una y otra fe. La cruzada no es el camino de la libertad. Y Juan de Mata ha apostado ya por la libertad, por la dignidad de todos.
Embebido en el clima del “renacimiento” del siglo XII, no simpatiza con el feudalismo; tampoco le gustan los abusos de la naciente “burguesía”, ávida de poder y de dinero. París ha sido para él en los últimos 20 años un buen observatorio para contemplar el detritus que segrega esta sociedad, tan alejada de la libertad, del respeto por el hombre. ¿Y la Iglesia? También ella se muestra agitada por reclamos del Espíritu Santo. Sin embargo, las ansias de reforma, alentadas desde el vértice desde Gregorio VII y sus sucesores, y gritadas desde la base por múltiples movimientos evangélico-pauperísticos, están excesivamente neutralizadas por la relajación reinante. Juan de Mata toma nota de ello. En esta Iglesia, fuertemente solicitada por el Espíritu, la vida religiosa evoluciona y se renueva. Junto al monacato, que se mueve en varias direcciones con notable dinamismo, han hecho su aparición los Canónigos Regulares, llamados al ministerio pastoral. Como gran novedad han surgido órdenes hospitalarias con "fines caritativo-sociales". La vida religiosa empieza, pues, a salir del monasterio y de la abadía para asumir compromisos evangélicos dentro de la sociedad. En suma, el Espíritu Santo está haciendo oír su voz desde la tribuna de la historia, desde un mundo en transformación, lleno de anhelos y transido de contradicciones. Los espíritus más alertados de la época escucharán esta voz y la secundarán.
PRESBÍTERO Y FUNDADOR
Un buen día, en efecto, el profesor provenzal, Juan de Mata, decide ordenarse de sacerdote. Lo ordena el obispo de París, Maurice de Sully, y celebra su primera misa el día 28 de enero, fiesta de Santa Inés "segundo", de 1193, según atestiguan los documentos. Un relato contemporáneo nos dice que participan en esta misa el citado obispo, el abad de San Víctor y el maestro Prebostino, amén de otros "magnates" de París. Y aquí llegó la suspirada iluminación. Dios le salió al encuentro a Juan con un hecho sobrenatural que está documentado en varias fuentes narrativas y otros títulos del siglo XIII. Durante la celebración de la misa -reza uno de estos documentos-, mientras el neosacerdote renueva su plegaria habitual, pidiendo al Señor que le muestre la orden en que quiere que entre, elevando los ojos al cielo, vio la majestad de Dios y se le apareció el mismo Señor, asiendo con sus manos a dos hombres con cadenas en los tobillos, uno negro y deforme, y pálido y malicento el otro. Juan entró en éxtasis, del que, asombrados, le despertaron los asistentes. Tras la misa, Juan, sobrecogido, comentó su "visión" con el obispo, el teólogo Prebostino y el abad victorino.
Más tarde, ya fundador, Juan de Mata dejó grabados a sus hijos los contenidos de esta "visión", para perpetua memoria, en un mosaico que mandó colocar (ca. 1210) en el frontispicio del hospital romano de "Santo Tomás in Formis", donde él era, a la sazón, ministro de la casa. El mosaico, que aún podemos contemplar, lleva esta inscripción: "Signum Ordinis Sancte Trinitaris et Captivorum" (la señal de la Orden de la Santa Trinidad y de los cautivos). Esta misma inscripción aparece en los sellos que utilizó el santo fundador, al igual que los que le sucedieron en el ministerio del generalato.
Llegó, por fín, la respuesta. Juan ha comprendido que Dios no le llama a entrar en una orden existente. Le convoca para poner en marcha en la Iglesia un nuevo proyecto misericordioso redentor. Durante años ha ido fraguando el Espíritu en su persona una "experiencia" inédita. El Señor quiere otorgar a su Iglesia un nuevo don, inaugurando con la mediación de Juan un nuevo camino de Evangelio y de santidad, el camino trinitario.
Juan deja su cátedra de teología para ponerse al servicio del nuevo plan. Se inicia un período de reflexión, de oración y de diálogo entre él, el obispo Maurice y el abad de San Víctor. Todo durante el año 1193. Hace falta encarnar el proyecto, pero ¿con quién?, ¿dónde?, ¿cómo? Éstas son algunas de las preguntas que ahora le salen al paso al teólogo provenzal. La "intuición" del 28 de enero irá mostrando progresivamente sus contenidos y exigencias.
A finales de 1193 Juan de Mata se retira a Cerfroid, lugar solitario y boscoso en las cercanías de Gandelu, a unos 80 kilómetros al nordeste de París, diócesis de Meaux. Quiere conocer más claramente la llamada de Dios. Además necesita encontrar personas que asuman el nuevo proyecto. Aquí estará Juan unos 4 ó 5 años sin perder contactos con París, especialmente con su obispo, con los victorinos y con sus colegas en la enseñanza. Muy pronto se encontró con un grupo de cuatro ermitaños, capitaneados -lo sabremos más tarde- por un tal Félix, uno de los muchos grupos que en la época vacaban a la oración en el retiro. Estos ermitaños, apenas conocieron el "proyecto" de Juan, se ofrecieron a colaborar en él, entregando "se et sua a la causa, según nos cuenta una fuente narrativa. Se sumaron también al nuevo plan algunos estudiantes o ex colegas de Juan en los Estudios Generales de París, a algunos de los cuales encontraremos entre los primeros ministros generales de la orden, tras el fundador.
LA APROBACIÓN DE LA IGLESIA
Nace así en Cerfroid con ellos, en torno al proyecto de Juan de Mata, la primera fraternidad trinitaria. Era el año 1194: A.D. 1194 incepit Orde Trinitaris, leemos en los Annales Halesbrunenses maiores. Esta fraternidad, que habita y se organiza en una "casa" (domus), no abadía o monasterio, se expande en seguida en dos más en la diócesis de Meaux y de París, respectivamente, con la aprobación de sus obispos. No tienen aún ninguna regla. Está la gracia de la inspiración en el fundador y la llamada del Espíritu en todos. A partir de ahí van desarrollando día a día su "experiencia carismática" como fraternidad bajo la guía del fundador y la gracia del Espíritu. Poco a poco se va perfilando en las tres fraternidades un "ordo" nuevo, una "observancia" de vida religiosa que gira en torno a su misión misericordiosa redentora. Se está haciendo en las tres fraternidades una lectura común del Evangelio, del mensaje de Jesús, desde los retos de la historia contemporánea. Desde ahí se va madurando la "experiencia trinitaria redentora" fundacional y fundante.
Este "ordo" que se vive en las fraternidades trinitarias nacientes tiene ya la aprobación de los obispos de París y Meaux, pero Juan de Mata desea también la aprobación del papa. ¿Por qué? Las razones son varias, pero hay una, sobre todo, que él valora especialmente: la aprobación del para otorgará a la nueva orden una capacidad de movimientos y de organización a nivel de toda la cristiandad, fundamentalmente para una orden que nace con la misión de "rescate de cautivos". Por otra parte, el prudente profesor es consciente de la novedad que su "ordo" introduce en la vida religiosa, una novedad que, unos años después, consolidarán las órdenes mendicantes.
Por eso Juan decide viajar a Roma, a presentar su "proyecto" al papa Inocencio III, recién elegido pontífice, y solicitar la aprobación de su regla.
Estamos en el año 1198. Hace ya 4 años que surgió la primera fraternidad trinitaria en Cerfroid. El fundador trinitario necesitará hacer dos viajes a Roma para lograr su objetivo. El primero lo hace antes del 16 de mayo y antes del 17 de diciembre el segundo. En efecto, sendas bulas del papa, dirigidas al "Hermano Juan", fechadas el 16 de mayo y el 17 de diciembre de 1198, respectivamente, nos hablan de estos viajes. La segunda nos ofrece también el tenor de la regla de Juan que Inocencio III ha aprobado, tras obtener los informes favorables del obispo de París y el abad victorino que el papa, con ocasión del primer viaje de Juan, había solicitado, para proceder "con más seguridad y acierto". Por esta bula sabemos también que el mismo Inocencio III introdujo en la regla de Juan alguna cláusula que juzgó conveniente. Estas dos bulas nos dan a conocer que el papa dio su sí a la nueva orden el día 16 de mayo de 1198, sancionando su misión redentora, mientras aprobaba oficialmente su regla el 17 de diciembre del mismo año.
ANUNCIAR LA LIBERTAD A LOS CAUTIVOS
Ya urge anunciar la libertad a los cautivos. La caridad redentora impele al santo fundador la acción. Juan permanece en Roma un par de meses, tiempo que utiliza para obtener para su orden varias bulas más, importantes para ella, y preparar su primer viaje redentor. Sabe que la redención se hace pagando un precio por cada cautivo. En su regla ha establecido que una tercera parte de todo lo que lícitamente entrare en casa se separe para la redención de cautivos. Las tres fraternidades llevan ya cuatro años cumpliendo esta norma; además ha obtenido para esta finalidad diversas donaciones. Se dispone ya a zarpar para Maruecos, pero el viaje está expuesto a múltiples riesgos; es necesario obtener una "carta de recomendación" del papa. Se dirige a tal fin al palacio de Letrán, donde reside el papa Inocencio III, a primeros de marzo de 1199. El pontífice expide gustoso una hermosa carta para el rey de Marruecos. Está fechada el 9 de marzo. En ella Inocencio III presenta a la nueva orden, indica su misión y el motivo que induce a los “portadores” de la carta a emprender este viaje. Pide comprensión y ayuda a Miramamolín, jefe marroquí.
Este primer viaje que el fundador realiza acompañado, al menos, de un hermano, es coronado con el éxito: 186 esclavos desembarcan, unos meses más tarde, en Marsella. Antes, los redentores han visitado las mazmorras, han sembrado esperanza entre los que aún deberán continuar en ellas, han administrado sacramentos a los cautivos y han recogido sus cartas.
Ya en Marsella de retorno, en medio de la alegría que embarga a la población por el éxito del viaje, Juan de Mata piensa en los miles de cautivos que aún quedan en poder de los “infieles”; es testigo de su lastimosa situación. Piensa que hay que extender la orden por la cristiandad y crear una buena organización, incluyendo a seglares que se comprometan con la causa redentora. Es necesario también incrementar los medios económicos.
Comienza así su segundo período fundacional. Los obispos, conocedores de su proyecto y del éxito de su primera expedición, le abren sus puertas. La orden se expande por Marsella (1200), enclave ideal para las actividades redentoras, por Arlés y sus cercanías (1201). Pasa luego a Cataluña y, en Lérida, surgen dos nuevas fundaciones (1201). De aquí se desplaza a Roma para tener al corriente al papa de la marcha de su obra, visita las fraternidades del Norte y las recién fundadas y, en 1206, está de nuevo en España para continuar el programa fundacional. Toledo será ahora el primer lugar escogido por su situación fronteriza con el Islam (1206), luego Atienza (Guadalajara) (1207), donde su firma aparece, en un acuerdo, junto a la del rey Alfonso VIII y de algunos obispos cuyo patrocinio le será luego muy benéfico para futuras fundaciones. Así para la de Segovia (1207) o la de Burgos (1208). En pocos años se fundan hasta 25 fraternidades. Cada fundación comprende una “casa”, una sencilla iglesia y, casi siempre, un “hospitalillo” para acoger a los pobres, enfermos y transeúntes. Crea también cofradías de laicos con compromiso redentor y obtiene diversas “cartas de recomendación” de los obispos para apoyar su obra. Los autores contemporáneos destacan la rápida expansión de la orden y subrayan la amplitud de su caridad: no sólo entregan sus cosas para el sustento de los pobres, sino que se entregan a sí mismos para el rescate de cautivos.
En 1209 Juan de Mata regresa a Roma para informar al papa Inocencio III, que está en Viterbo, de los últimos pasos. Fruto de esta visita será la bula que expide ese año, 18 de junio, en favor de Juan y de su orden con la lista de todas las fundaciones hechas. Son ya una docena las bulas del papa referentes a la joven orden. Además el pontífice dona al fundador trinitario en esta ocasión la iglesia de “Santo Tomás in Formis” sobre el monte Celio, en Roma, y le ruega que él mismo se establezca en esta ciudad. Juan hubiera deseado más retirarse a Cerfroid, donde cada año se celebran los capítulos generales en la fiesta de la Trinidad, pero se rinde a la petición del papa. Completa la donación que le ha hecho el papa con una casa y un hospital y establece allí una nueva fraternidad. Simultanea en este momento en su persona el ministerio local y el de general de la orden, a cuyo desarrollo vela con amor de padre.
Pero el santo fundador es ya “sexagenario” y, como árbol que se dobla por el peso de sus frutos en sazón, muere el 17 de diciembre de 1213, día aniversario de la aprobación de la regla de la orden. Ha dejado como testamento a su hijos, a más del impagable testimonio de su vida, su regla y el mosaico al que en su lugar aludimos. Tras haber sido velado por sus hijos durante cuatro días, su cuerpo fue inhumado en la iglesia en un bello sarcófago cuyo epitafio reza: En el año de la Encarnación del Señor 1198, primer año del pontificado del señor papa Inocencio III, el 17 de diciembre, fue instituida, por una señal de Dios, la Orden de la Santa Trinidad y de los Cautivos por el hermano Juan, bajo regla propia, concedida por la sede apostólica. Fue sepultado el mismo hermano Juan en este lugar el año del Señor 1213, el mes de diciembre, el día 21. Sus hijos recogen el testigo bajo el lema “Gloria a Dios Trinidad, y al cautivo, libertad”.
Reconocido su culto inmemorial, fue canonizado, con “canonización equipolente”, por el papa Alejandro VII el 21 de octubre de 1666.
UN MENSAJE QUE NO PASA
¿Cuál es el mensaje del fundador trinitario para el hombre, y en particular para el cristiano, que acaba de inaugurar el siglo XXI?
Juan de Mata, con el testimonio de su vida y con su orden, aporta a la Iglesia y a la sociedad un mensaje de permanente actualidad, especialmente válido hoy. Él, cuya experiencia cristiana ha cristalizado en una exuberante experiencia “trinitaria”, ya en su Provenza nativa, ya, más tarde, durante su estancia en París, donde el discurso trinitario tiene tanta y tan varia proyección, aparece como el profeta que anuncia con énfasis el Dios trinitario. El título de su orden es el de la “Santa Trinidad”. Parecería el menos indicado para su misión redentora, puesto que ésta iba a poner a los “hermanos trinitarios” en permanente contacto con los musulmanes, enemigos acérrimos del Dios trinitario. Es una provocación buscada. Juan de Mata quiere demostrar a los “antitrinitarios” que el Dios cristiano no es el Dios de las cruzadas –el que ellos conocen, aunque se le intente manipular con ellas y con otras formas en la historia. El Dios de Jesús no es el Dios de las guerras, ni siquiera de las que llaman “santas”; no es el Dios de la violencia y del enfrentamiento, sino el Dios de la libertad, del diálogo, de la comunión y del respeto del diferente. Un fuerte espíritu “ecuménico” late en la experiencia trinitaria.
Lo mismo sucede con la “cruz trinitaria” que Juan exhibe en su hábito. También esa cruz es provocadora para los musulmanes, “enemigos de la cruz de Cristo”. Pero la cruz que ostenta en su pecho el redentor trinitario no es la cruz de las cruzadas, es cruz desarmada, “signo de caridad”. “Es una cruz inerme. En un contexto de guerra santa, ella se propone, a nivel humanitario, como una cruz-roja cristiana, que expresa y divulga el nombre de la Trinidad, sin predicar, mostrando”. Juan de Mata no empuña ningún tipo de armas, ni siquiera teológicas, puesto que no intenta “demostrar” a Dios como teólogo, sino “mostrarlo” como testigo a través del amor misericordioso redentor. Juan y sus hijos anuncian con su nombre y su cruz tricolor el Dios cristiano. Su estandarte es la caridad. Ellos brindan una alternativa al enfrentamiento militar; su “signo de la Trinidad” es la alternativa a la cruz militar de los cruzados. Ellos no son cruzados, sino un grupo religioso, portador de un proyecto ideado a escala de cristiandad y que el papa ha hecho suyo. El fundador trinitario quiere “representar”, entre los cautivos y oprimidos de la historia, al Dios Trinidad, Dios misericordioso-redentor. Él se presenta como testigo vivo de ese Dios.
DEL DIOS TRINIDAD AL HOMBRE OPRIMIDO
La regla de Juan de Mata está toda ella transida de “trinitarismo”, los trinitarios son “cultores especiales de la Trinidad”, pero no hay en toda la regla un solo discurso especulativo sobre la Trinidad. Al santo fundador le atrae el Dios que sale al encuentro del hombre con amor redentor, el Dios salvador que busca mediaciones y testigos de su misericordia redentora entre los cautivos y marginados del siglo XII. La orden trinitaria nace de la “experiencia de la Trinidad Redentora”. El lenguaje por antonomasia de Juan y de sus hijos para hablar del Dios de Jesús será el de la vida, el de la praxis misericordiosa, el de la caridad redentora.
De la experiencia de la Trinidad Redentora, hecha en seguimiento de Jesús, fluye el “envío redentor” de Juan de Mata y la de sus hijos. El “propósito” del fundador trinitario es un proyecto de “caridad redentora” que tiene su raíz y su fuente en la experiencia de la Trinidad. Nadie se constituye “redentor”, como hijo de Juan de Mata, sin impregnarse previamente de caridad redentora en la fuente de la Trinidad. Y, paralelamente, quien nazca “trinitario” en esa fuente, llevará impresa en el corazón la “pasión” por la dignidad y la libertad del hombre, se constituirá “redentor” del cautivo y se sentirá enviado a liberar al oprimido.
Significativamente la orden que funda Juan de Mata se llamará “Orden de la Santa Trinidad y de los Cautivos”.
Él ha sido ungido por el Espíritu y enviado en pos de Jesús a abrir prisiones, a liberar a los cautivos…, a anunciar un año de gracia. Por eso el Espíritu Santo guiará permanentemente a Juan de Mata y a sus hijos a los misterios de la Trinidad, de la Encarnación y de la Redención, vivenciados en unidad indivisible. Ahí está la fuente de su experiencia.
La espiritualidad de Juan de Mata y de sus hijos florece en la convergencia del amor misericordioso de Dios Trinidad con el grito de libertad de los oprimidos. En su base está la caridad redentora que el Espíritu desarrolla en la fraternidad que sigue a Jesús. El proyecto de Juan de Mata, dice Inocencio III, mana de la raíz de la caridad. Es esta caridad la que se muestra en la regla trinitaria abriéndose en solidaridad, con división, y marcando el estilo de la fraternidad. El amor reclama pobreza, porque hay que compartir los bienes con los necesitados; el amor exige ahorro, austeridad, sencillez, sobriedad en todo, porque la lista de los cautivos es larga. Todo es “precio de rescate” que pagan los redentores. Este espíritu ilumina toda la regla trinitaria.
Juan trae, además, otro anuncio y otra denuncia; trae un clamor de hermandad. Denuncia el sistema feudalista de su siglo y condena también los abusos de la naciente burguesía. Más aún denuncia la tendencia que se va consolidando en la misma Iglesia de querer construirse sobre el eje del poder. La fraternidad trinitaria, que nace de la experiencia de la Trinidad Redentora, ignora, en cambio, todo poder. Se construye sobre la “hermandad”. Todos son “hermanos” en ella y, si hermanos, iguales en dignidad. No hay en ella un mayor y un menor, un señor y un vasallo, un superior y un súbdito, un primero y un último, porque el primero ha de ser el servidor de todos: se llamará y será “ministro”, no superior ni prelado. Por eso, en la fraternidad trinitaria será importante la información, el diálogo, la participación activa de los hermanos, el trabajo y la corresponsabilidad creadora.
Juan de Mata ofrece modestamente una alternativa de dignidad y de libertad a la sociedad, a la Iglesia de todos los tiempos. Desde el Evangelio de Jesús. Desde el corazón de la Trinidad.
BIBLIOGRAFÍA
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Iconografía: Aparece, con el hábito trinitario (túnica blanca con una cruz roja y azul sobre el pecho), arrodillado a los pies de Cristo, recibiendo del Padre, por su medio, el mismo Espíritu que animó la obra redentora de Cristo y que sostiene y anima la obra redentora de su orden. Está representado con el libro de la Regla Trinitaria en una mano y unas cadenas en la otra, símbolo de la misión de su orden, mirando a las tres personas de la Santísima Trinidad; y junto a él aparecen dos cautivos (uno blanco y otro negro) encadenados en actitud de demanda de libertad.
José Hernández Sánchez, O.SS.T.